Madrid - Chelsea: partido arreglado en el minuto uno
Carvajal jugó de todo porque el Real en la Champions es eso: que el entrenador le diga al lateral derecho que juegue donde mejor le venga, que la vida es corta y hay que exprimirla al máximo
El partido empezó a terminarse en el minuto uno, cuando João Félix se quedó solo corriendo en dirección a Courtois y de repente se le apareció en medio un ejército que resultó ser Militão corriendo hacia él en formación de tortuga y con la velocidad de un perro salvaje. Y lo finiquitó Thibaut Courtois veinte minutos después con una parada inexplicable para lo que no hay repeticiones en el mundo que la puedan hacer entender; era un gol de libro del Chelsea justo después del 1-0, y cuando estaban todos los jugadores ingleses celebrándolo con sus seguidores, unos encima de otros, incluso levantando sillas, Courtois sacó dos manos a falta de una y cambió el marcador (el luminoso, que dirían los clásicos). El Chelsea acusó el golpe; fue como si le hubiesen anulado el gol. Courtois hizo de VAR.
Ese fue el Madrid milagrero, restos del Madrid superviviente que encuentra botas y guantes donde otro equipo sólo tiene heridas de guerra; fueron dos jugadas nada más: los demás milagros no salieron del banquillo anoche. El resto fue un show eléctrico y divertidísimo, genuinamente europeo, pura Champions en el Bernabéu un miércoles por la noche. El Madrid hizo correr el balón rápido, muy rápido, entre combinaciones cortas y veloces en los tres cuartos que acabaron encogiendo al Chelsea alrededor de Kepa. Carvajal jugó de todo porque el Madrid en la Champions es eso: que el entrenador le diga al lateral derecho en cuartos de final que juegue donde mejor le venga, que la vida es corta y hay que exprimirla al máximo, que lo importante es tener salud y que aquí ya hay 14 Champions, ahora lo prioritario es que Carvajal se lo pase bien en el campo y el equipo juegue para él en plan feliz en tu día. Así que Carvajal se vio de mediopunta en algún momento del partido y levantó una pelota excelsa para Vinicius, que puso su cuerpo entre el balón y el defensa como si fuese un bolardo, y consiguió un remate imposible que terminó marcando con la pierna de Benzema.
Ya estaba entonces la noche caldeada. Se caldeó más cuando el ataque no cesó. Vinicius se regaló otra de esas noches que hace tres años quien más y quien menos pensaba que se las iba a regalar en el Lula Club. No hay caso: es un jugador que huele a época, pasadísimo de revoluciones y de físico, con una velocidad de siglo joven (“eso no se entrena, se tiene o no se tiene”, dijo una vez Garci) y una confianza absoluta en las promesas de la vida; si Gatsby veía en la luz verde del embarcadero la amada perdida, Vinicius ve un defensa aterrado pidiendo ayudas como si se avecinase a toda mecha un iceberg dispuesto a abrir fugas por todas partes. Las abrió hasta aburrir, sostenido atrás por unos colosales Kroos, Valverde y Modric; las abrió para buscar y encontrar a Benzema. Las abrió finalmente para darse de bruces con Asensio, a quien le regaló una bomba que el 11 del Madrid telegrafió anestesiada a la red para dejar un 2-0 que supo bien, pero tan bien.
Pasó a jugar el Chelsea con diez porque Rodrygo, listísimo, le hizo el lío a Cucurella, recién salido al campo, y se plantó solo a punto de entrar en el área. Un brazo azul lo detuvo; fue falta y expulsión, y en ese lanzamiento que tiraba un especialista muchos aficionados antiguos pensamos en Roberto Carlos. Sigue la lona en el fondo sur del Bernabéu: ¿qué haría Roberto con faltas así? Probablemente, destruir el nuevo estadio y ponerse él mismo a hacer uno nuevo. No fue el único calvo del que se acordó el Bernabéu. El partido acabó con Ancelotti luciéndose con un control marca de la casa de otro calvo, este francés. Lo merecía Carlo: el control, en todos los sentidos, y la victoria.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.