Guardiola ahoga al Bayern y deja al City al borde de las semifinales de la Champions
Liderado por un sublime Bernardo Silva, el equipo del técnico catalán desmonta cada uno de los intentos de su rival y deja prácticamente sentenciada la eliminatoria
Bernardo Silva se elevó por encima de un elenco brillante para darle una victoria inapelable al Manchester City en un duelo del que perfectamente podría emerger el futuro campeón de la Champions. Los cuartos de final llegaban con la impronta de una final anticipada. La ganó el equipo de Guardiola, maestro en un tablero en el que no dio opciones a Thomas Tuchel, héroe de la final de 2021 pero incapaz de brindarle al Bayern una salida al atolladero en la aciaga primavera de 2023. Visto lo visto en Inglaterra, la vuelta en Múnich, la semana que viene, ofrece pocas esperanzas de redención al equipo bávaro. Con espacios y al calor de la desesperación ajena, Erling Haaland amenaza con convertir el Allianz en su coto.
El viento y la lluvia se arremolinaban sobre el estadio helado. Los jugadores hacían lo que podían por dirigir la pelota entre las ráfagas del aguacero. Arrinconados en un córner, los hinchas del Bayern parecían más vivos que toda la afición del Etihad junta. La multitud inglesa asistió perpleja a un fenómeno que no da la impresión de comprender. La magnitud del momento histórico que atraviesan supera a los seguidores pero no a los jugadores que los representan, algunos inmensos. Gigantes como Gündogan, en un nivel espléndido, como Stones, que lo mismo ejecuta como central que al siguiente minuto crece como interior en 360 grados, o que Rodri, el gran timonel del equipo, siempre socorrido por Bernardo Silva. El pequeño portugués dio una lección de polivalencia. Se multiplicó en el eje de las jugadas que avanzaron por la derecha con un pie izquierdo que es la mano de un orfebre, y luego se metamorfoseó y bajó a hostigar a Musiala con la determinación de un marcador de punta.
Es la diferencia entre De Bruyne, especialista letal, y Silva, jugador total. Uno, cada año más pesado, se ocupa del último pase y el disparo de pie de mula. El otro atiende en todos los departamentos, incluso se afanó en anular a Musiala, el mejor futbolista del rival, el único que se atrevió a pedir el balón en zonas interiores sin medir las consecuencias, sin temor a perderlo. A sus 20 años, Musiala soporta varias toneladas de carga. Porque cuando el Bayern recupera la pelota afloran sus carencias más graves. Se llaman Kimmich y Goretzka, bravos para defender pero tímidos para ofrecerse en la construcción. Como contra Japón en el Mundial, cada vez que los presionaron en Manchester desaparecieron, y entre la zaga y los atacantes se abrió un desierto que recorrió el solitario Musiala intentando la misión imposible de conectar a todos en todas partes.
Musiala intervino en cada crisis, como el Señor Lobo. Pero de partida ofició de segundo punta en el 4-4-2 que diseñó Tuchel. Este es un sistema hecho para permanecer siempre formados con seis jugadores delante del portero, un mecanismo para resistir cargas de caballería pero difícilmente flexible a la hora de descubrir soluciones en el campo adversario. Un modelo, en fin, a la altura de un entrenador que después de muchos experimentos en el Dortmund descubrió que cuando intentaba imitar a Guardiola sus equipos no eran competitivos. En el Chelsea ganó la Champions construyendo un búnker. La idiosincrasia del Bayern le impide llegar a ese extremo, pero Tuchel se presentó en Mánchester más pendiente de esperar a que el City diera un paso en falso que de invadir el campo contrario con la intención de controlar la pelota.
Conscientes de que los puntos débiles del City se situaban en sus laterales, el disperso Aké y el voluminoso Akanji, más centrales que carrileros, Tuchel mandó que cada contragolpe de su equipo buscara sus espaldas. Allá los lanzaron Kimmich y Goretzka, cada vez que escaparon de la presión, y allá se desmarcaron alternativamente el peligrosísimo Coman y el vanidoso Sané. El Bayern fue predecible. Logró tres remates en una hora. Todos desde fuera del área. Antes del descanso, su defensa acabó tan hundida que una llegada de Rodri provocó el derrumbe. El español recibió un pase de Silva, intuyó la llegada de Musiala, le escondió la pelota, y con el metro que ganó sacó el tiro con la zurda. Estaba fuera del área. Fue un golazo. Un premio al punto de maduración perfecto en la carrera del mediocentro, autor de un partido soberbio. Dirigió tan bien las transiciones defensivas que el Bayern, si tuvo la pelota, las más de las veces acabó regalándola.
Haaland asiste y Silva cabecea
El Bayern se fue golpeado al intervalo. Aturdido por el 1-0 y por tres ocasiones claras protagonizadas por Haaland y salvadas por Sommer, además de un tiro a bocajarro de Gündogan que otra vez paró el portero estirando el pie. La suerte se agotaba en el área visitante, por más que Matthjis de Ligt hacía magia en cada cierre, en cada anticipación. Menos mágico resultó Upamecano, sospechosamente rígido en la ingente tarea de sacar la pelota jugada sin apoyos por delante porque cada línea de pase estaba obstruida. Corría el minuto 70 cuando Grealish le robó el balón y se lo dio de tacón a Haaland. El noruego centró al segundo palo y ahí apareció Silva, menudo pero inmenso para cabecear el segundo gol de la noche y clarificar el duelo.
Obligado a reaccionar sin saber cómo, vulnerable a la presión más ligera, el Bayern se deshizo. Fue Silva otra vez el que desató la acción en el 3-0, con un centro a Stones. El central quedó marcado como una de las grandes víctimas de la final perdida ante el Chelsea en 2021. Este martes fue central sin pelota y cuando el City se desplegó dio un recital como centrocampista. Además, descolgó el balón para que Haaland lo empujara en el segundo palo. Su acción, como la de Rodri en el 1-0, resumió el esplendor de un futbolista que indica la diferencia entre el trabajo del entrenador bueno y el extraordinario. El bueno, Tuchel, adiestra defensas y pivotes en el orden defensivo. El extraordinario los eleva también hacia la estratosfera del ataque.
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