Cinco goles de Haaland empujan al City a cuartos
El noruego iguala la marca de Messi en un solo partido de Champions para destrozar a un Leipzig que se quebró después de 20 minutos
Nunca le ofrecieron más resistencia. Nunca encontró tantas dificultades para anotar como en esta temporada. Erling Haaland se abrió paso de todas maneras. Este martes impulsó al Manchester City a los cuartos de final de la Champions con cinco goles y ya suma 39 en 36 partidos. Solo Luiz Adriano al BATE y Messi al Leverkusen habían metido cinco goles en un solo encuentro de la nueva versión de la Copa de Europa. Lo padeció el Leipzig, conjunto industrioso y ordenado por excelencia, resistente durante 20 minutos y luego superado, destrozado a manos de un rival que jugó en otra dimensión.
Si el gol que abre el marcador siempre fue el más importante, para el City adquiere un relieve incluso superior. Agobiado por rivales que se apelotonan sistemáticamente en su área para impermeabilizarse frente a las combinaciones rápidas, el equipo de Guardiola ha debido redoblar su dinamismo esta temporada. La presencia de Haaland en el frente del ataque ha empujado a los equipos de la Premier a comportarse de manera excepcional para protegerse del noruego. El hombre ha padecido las consecuencias de la vida sin aire ni espacios ni tiempo para pensar entre la multitud de marcadores. Nunca en su carrera este punta de 22 años se había visto tan enjaulado y aun así se las ingeniaba para desmarcarse. Le bastaba un zulo. Sumaba 34 goles en 35 partidos hasta este martes. Cuando el City hizo el 1-0, el nueve ya sumaba tres remates formidables. La ventaja le abrió los horizontes.
A falta de laterales disponibles, Guardiola alineó a cuatro centrales sin que la anomalía pesara excesivamente en la circulación. Para soltar amarras situó a Bernardo Silva como falso extremo por la derecha. Desde allí el portugués es un ciclón. Sus maniobras arrastraron rivales. Les mostró la pelota, los amontonó, y casi siempre salió airoso de la presión liberando espacios para sus compañeros en otras zonas del campo. Si De Bruyne no rompió el cascarón de falso mediapunta y permaneció inmóvil cuando su equipo le precisaba cerca de los pivotes para salir jugando, Gündogan alcanzó un nivel extraordinario. Hacía mucho tiempo que el volante alemán no elevaba tanto la frecuencia de sus intervenciones y el perímetro de su zona de influencia. El 4-0, tras la reanudación, premió su actuación al cabo de una jugada coral —participaron todos los atacantes— que él remató con gracia. Para llegar a este punto el City debió sortear lo más áspero de las barricadas del Leipzig.
Penalti de Hendricks
El penalti de Hendricks pasados los 20 minutos —el defensa abrió el brazo para impedir el cabeceo de Rodri a la salida de un córner— cambió el escenario. La sanción permitió a Haaland meter el primero. Para entonces el Leipzig, verdadera máquina de presionar, rebosante de jugadores enérgicos y disciplinados, se había estacionado en el mediocampo a la espera de suministros. El golpe inicial desconcertó a los visitantes. A los pocos minutos su portero, Blaswich, sacó en largo y Ederson, desde la otra portería, le devolvió el envío. La pelota atravesó el campo de ida y vuelta. Haaland dominó el espacio aéreo con prepotencia y descolgó el meteorito. Cayó a los pies de De Bruyne. El hombre exhibe una hermosura sin precedentes. Tiene dificultades para desplazar su cuerpo por el campo, pero desplaza la pelota como nadie. Sin apenas espacio para armar la pierna le pegó con el interior. La patada de una burra no habría sido más dura. Si le hubiera dado con el empeine rompía la portería. El tiro hizo temblar el palo. Haaland —que no se pierde un detalle— cabeceó el rebote.
El 2-0 obligó al Leipzig a salir de su campo. En ese escenario, Gvuardiol y sus compañeros se quedaron a la intemperie, como corderos bajo la nevada. En los dominios del lobo. La melena dorada de Haaland describía un continuo zigzag de movimientos engañosos, indescifrables o imparables para sus oponentes, superados una vez por el ingenio, otras veces por la fuerza bruta. No hay capítulo del libro del delantero que Haaland no domine a la perfección. Cuando había que combinar en el balcón del área, entraba y salía de la jugada como un rayo para jugar a un toque; si había que romper al espacio, siempre le ganaba un metro a sus perseguidores; y puesto a recoger la chatarra de los rechaces y los rebotes —la especialidad de Lewandowski— brilló con fulgor cegador.
Récord de precocidad: 33 goles en 25 partidos de Champions
Empujó el 3-0 con una aparición sigilosa en el segundo palo, al cabo de un córner que le descolgó Dias. Hizo el 5-0 después de elevarse medio cuerpo por encima de los centrales para meter el frentazo, y cuando el portero palmeó la pelota fuera lo remató con el pie. El 6-0 fue otro ejercicio de oportunismo. Una definición con la calderilla que le quedaba en el pantalón. Guardiola ordenó su sustitución y el Etihad le dedicó una ovación atronadora.
“Si hubiera jugado los 90 minutos habría metido más goles, seguro”, dijo Guardiola, después de la refriega. “Messi le hizo cinco al Bayer en 90, él hizo cinco en 60″.
Haaland reconoció más tarde que le habría gustado meter un “doble hat-trick”. Le preguntaron por su gol favorito y respondió con ironía y franqueza. “No lo sé porque no recuerdo ninguno de los goles que hice; los metí sin pensar”, dijo. Su cuenta en Champions se eleva a 33 tantos. Esto es un récord de precocidad. Le han bastado 25 partidos para alcanzar la estratosfera. Van Nistelrooy tardó 38 encuentros en igualar esa cifra, Messi 52, y Lewandowski y Mbappé 53.
La fiesta estaba declarada en el norte de Manchester cuando De Bruyne la clausuró con un bello 7-0.
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