De telescopios y reglamentos
Cada vez que voy a un partido en el estadio tengo la sensación de que hay dos partidos que se juegan a la vez y en paralelo, uno en el campo y otro en una sala oscura, llena de pantallas
El pasado domingo tuve la suerte de asistir al Athletic-Barça, con una invitación especial de Iribar y el Athletic. La cosa pintaba bien desde el inicio con esa camiseta retro negra que Iribar regalaba a Ter Stegen y que me permitía saludar a Marc-André, un rato antes de que entrara al vestuario visitante de San Mamés. Ya le avisé que todo lo que yo sabía de porteros se lo debía a ese señor que le regalaba su camiseta negra y que si tenía algo que reclamar acudiera a la ventanilla “Iribar”. Dice un amigo mío que la próxima vez que hagamos un acto de estos le deberíamos dar esa camiseta recordatoria después del partido, ya que ese saludo de Iribar antes del encuentro convierte al portero en un ser mágico y que las salvadoras paradas de Ter Stegen en los 90 minutos lo demostraron. Yo, claro, que también quiero llevar el agua a mi molino, le digo que fue la suma de la magia de Iribar y la camiseta verde de la equipación del alemán, lo que convirtió al portero en imbatible.
Bueno, veamos y revisemos el texto anterior porque ya habrá quien haya apuntado que por qué imbatible, ya que el Athletic marcó un gol y este debería haber subido al marcador. Pero este nuevo fútbol había decidido que la cosa se quedaba a cero y que el Barça se llevaba los tres puntos. Unos minutos más tarde escuché a Ernesto Valverde aquello de que nadie lo había visto en el campo y que alguien con un telescopio había señalado esa falta y había privado al Athletic de sumar un valioso punto.
Y eso me trajo a la mente un pensamiento que hace tiempo que me ronda, pero que ese telescopio lo hizo material. Cada vez que voy a un partido en el estadio, en cualquier estadio de las dos ligas profesionales tengo la sensación de que hay dos partidos que se juegan a la vez y en paralelo. Uno, el que vemos los que estamos en el estadio, los que seguimos viendo el partido con los recursos clásicos, los que no estamos capacitados para medir fueras de juego en milímetros o los que no tenemos una velocidad visual tan rápida como para saber exactamente si el balón ha rebasado totalmente la línea. Vamos, el fútbol de siempre, las humanas limitaciones de siempre, las acaloradas discrepancias de toda la vida.
Pero a la vez que todo eso se celebra en el estadio, hay otro partido que se está jugando en una sala oscura, llena de pantallas, donde se está analizando cada detalle que esas humanas miradas no son capaces de ver, pero que esas miradas, también humanas, de la sala VOR están dispuestas a sacarles del error y llevarles a la verdad absoluta. Como si el hecho de tener muchas pantallas, muchas tomas, eximiese a la mente humana de sus sesgos y sus interpretaciones.
Llegados a este punto y visto que las nuevas tecnologías no han sido capaces de acabar con las polémicas, propongo a FIFA, UEFA, International Board o quien corresponda, que se creen dos reglamentos, uno para el fútbol que se juega en el campo y otro para ese que se juzga desde el telescopio, porque tengo la certeza que el partido que se está viendo en uno y otro lado es diferente, es otro partido, es otra situación y otra forma de juzgar. Decía Pacheta en su magnífico capítulo de la gran serie El Míster de Álvaro Benito que el fútbol se ve en el campo para entenderlo. Y hace muchos años, el maestro Javier Ares, en las retransmisiones de Onda Cero, me decía: “Andoni, en cámara lenta todo es penalti”.
Me contaba Frank McCourt, propietario del Olympique de Marsella, que se decía en Nueva York que dos jueces asomados a la misma ventana y viendo al mismo transeúnte pasar por Washington Square, podían llegar a diferentes conclusiones. Uno sacaría cinco motivos para detener a ese tipo y el otro ninguno.
Se abre el periodo constituyente.
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