Pacheta: “Gestiono un vestuario como educo a mis hijos”
El entrenador del Real Valladolid aplica la cercanía y “el cariño” con sus jugadores para “llegarles al corazón” y que se note sobre el campo
En Valladolid pocos conocen a José Rojo Martín pero muchos giran la cabeza si ven o escuchan a Pacheta. El entrenador del Real Valladolid, de 54 años, ha visto diluido su anonimato entre los éxitos deportivos tras un ascenso en Pucela y unos meses en Primera con el equipo fuera del descenso con 27 puntos. Pacheta trabaja bajo una premisa: “El cariño”. El de Salas de los Infantes (Burgos, 1.970 habitantes) aplica la “normalidad” para mostrarse en el vestuario tal como es, tratando al futbolista como ha educado a sus hijos. “El cariño funciona en todos lados”, exclama el burgalés, incluso en este fútbol que tiene que “recapacitar para que siga siendo humano y no divino”.
Pacheta suspira ante la enorme difusión que ha tenido lo que cree normal: decirle a su central Javi Sánchez que no jugara contra el Espanyol este domingo porque su pareja iba a dar a luz. El defensa siguió el triunfo desde el hospital y al poco nació Marco, nueve meses después del ascenso del Pucela. “Algo bien o algo mal estamos haciendo, no sé, si esto tiene tanta repercusión”, expone el entrenador, que pide acercar el fútbol: “Tenemos que recapacitar para que siga siendo humano y no divino”. El vehículo es la emoción, “enamorar al aficionado y que se vaya orgulloso”. “Mucha gente viene al fútbol en Valladolid, es el camino acertado”, valora el técnico, delgado y canoso, en el estadio José Zorrilla.
La faceta humana y la profesional se entremezclan, pues Pacheta creció en la austeridad rural y ejerció como carpintero antes de afincarse en el balompié. Numancia o Espanyol vieron sus capacidades como zaguero antes de buscarse la vida en Polonia, Tailandia y muchos banquillos antes del pucelano. Él gestiona las plantillas, asegura como si fuese insultantemente normal, como el hogar: “No tengo diferencias con cómo educo a mis hijos”. El preparador gesticula y esgrime una vara imaginaria para retratar cómo a sus hijos y a sus jugadores les marca límites que, de rebasarse, supondrán leña: “Funcionamos mejor con cariño que con palo, yo pongo los límites, es la potestad de ser padre o entrenador”. Todos buscan “estirar el límite”, momento en que la autoridad debe imponerse. Su hija e hijo, de 29 y 24 años, lo creen severo mientras que sus futbolistas van desde “blando” a “sargento”. El mayor halago, presume, “que los jugadores dicen que nuestra gran virtud es ser normales”. “Intento aplicar la normalidad, la vida me ha enseñado a tener buena voluntad. Tengo anécdotas o destituciones crueles [fue despedido del Cartagena porque una bruja se lo recomendó al presidente]. Todos tenemos motivos para estar tristes, pero la actitud la decidimos nosotros”, reflexiona el burgalés, que exclama “¡Pasión!” como guía vital.
El año y medio en Valladolid le ha traído alegrías incomparables como la del ascenso, en casa e inesperado. Para ello defiende grupos unidos, sin miedo a “sacrificar calidad futbolística ante la humana, prefiero a alguien leal que un buen jugador que genere dudas”. Las ventanas de mercado, “lapidarias”, le permiten mover ficha: “Valoro más la salud del grupo que la individual, incluso la mía”. “Cuando no solo corres por ti, sino por el de al lado, por su mujer, por sus hijos, consigues metas inimaginables”, zanja. Pacheta tiene una carrera ligada a equipos modestos, pero de ir a un grande mantendría modelo: “El cariño funciona en todos lados, si alguien no quiere cariño, pues trato profesional”. El episodio de Javi Sánchez le saca una sonrisa que pronto se congela al aludir a cuando murió el abuelo de uno de sus hombres, concediéndole una semana de baja porque estaban muy unidos, o el hermano de un jugador, atendido con “besos” y “cariño”: “Un jugador que tenga el problema a 500 kilómetros no está aquí, aunque lo quieras poner porque está de cuerpo presente”. Hace años libró a un jugador de un partido para que hiciera, y aprobara, una oposición de Policía. Hoy es agente. Tampoco le importa que los chavales tengan exámenes y se pierdan sesiones: “¡Ya entrenarán por la tarde!”. Todo, por egoísmo: “Es más fácil llegar a acuerdos con quien tiene más llaves gracias al estudio”.
Las redes sociales, inéditas en sus tiempos, lo desagradan: “Antes al tonto del pueblo solo lo escuchaban en el bar, ahora en Australia”. El técnico va aprendiendo a digerir las derrotas, pero aún le causan muchos silencios en casa, un “proceso” fundamental para la salud mental. Su lateral derecho Luis Pérez admite que una psicóloga ha impulsado su carrera y Pacheta ensalza estas consultas, clave en un “entorno” esencial para el éxito: “Las personas que te acompañan las eliges tú, la familia viene dada”. Solo ellos pastorean a estrellas que pueden descarriarse sin un tirón de orejas a tiempo. Pucela, agradece, le devuelve el cariño, pero ha perdido la intimidad de pasear tranquilo: “¡Ahora hasta me piden fotos en el pueblo, pero si soy el hijo de Pacheta y marido de Jeni!”. Pacheta admite que más duro es ser pescador, pero que el fútbol no tiene días libres, no permite comer o beber lo que apetece o implica hipotecar la salud. Sus rodillas y espalda dan fe, aunque se maneja al pádel para sorpresa de su médico.
La profesión acarrea sacrificios: “Mi familia está bien avenida, pero desestructurada, no hubiera entrenado en Primera sin un entorno estable que me comprenda”. Valladolid le permite por primera vez estar cerca de su padre, que vive en Salas a sus 90 años y está “malito”, y de su esposa e hijo, en Soria. La mayor, en Barcelona, a una hora en avión. El entrenador se emociona cuando explica que tras tanto vaivén ahora solo teme por la salud de los suyos: “En un año perdí a mi madre y a mi hermana, eso te enseña a qué tienes miedo”. Antes de dirigirse a los intestinos de Zorrilla y seguir preparando la cita contra el Elche, solo pide que la vida siga su ley: “Que mis hijos me entierren a mí y yo entierre a mi padre”.
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