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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ganar o perder en centímetros

Anda el fútbol tan cambiante que equipos como el Bayern atacan cuando no tienen el balón

FC Bayern Munich
Messi con De Ligt durante el partido de vuelta de octavos de final de la Champions League entre el Bayern y el PSG, en el Allianz Arena el miércoles.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)
Andoni Zubizarreta

Era el minuto 38 del partido de vuelta de los octavos de final de la Champions cuando Vitinha, el 17 del PSG, iba a golpear (ahora alguien le dirá que lo tenía que haber parado) el balón que Yann Sommer, portero del Bayern —pero con el dorsal 27—, había perdido dentro de su área. Nadie en la portería, casi un simple pase a la red para ejecutar y celebrar. Uno de esos tiros que, digo yo, debe de tener un porcentaje de convertirse en gol superior al 90%. Era el milisegundo en el que parecía que, por fin, al PSG se le iba a aparecer ese duende que ilumina a los ilustres de la vieja Copa de Europa, algo así como una devolución de aquel balón perdido hace un año en el Bernabéu por su portero Donnarumma, el 99 del PSG, como si el fútbol fuera circular y quisiera compensar a los parisinos por lo perdido en medio de la épica madridista.

Solo que De Ligt —este sí que lleva un número clásico para un central, como es el 4— decidió que tan importante era salvar un balón en la raya como marcarlo, así que se lanzó como portero (sin guantes) y sacó esa pelota que llevaba impreso el 1 en el marcador del PSG. Todo siguió como al principio del partido, 0 a 1 para el Bayern en la ida y el PSG necesitado de remontar. A seguir remando.

Todos nosotros aprendimos un fútbol en el que se atacaba con el balón y se defendía cuando no lo tenías con la idea de recuperarlo, asegurarlo y de esa manera poder volver a atacar. Pero andan los tiempos futboleros tan cambiantes que actualmente los equipos como el Bayern atacan cuando su rival tiene el balón, excelente respuesta a la posesión si se olvida que esta debe ir acompañada por la posición. Si quieren un ejemplo de este cambio, otro, de paradigma, recuerden el gol con el que los bávaros abrieron el marcador.

Una pelota que era del PSG, un balón que necesitaba ser tratado como si fuera un explosivo a punto de estallar —o sea, sacarlo fuera tan rápido como fuera posible— y que un jugador tan experto como Verratti acabó convirtiendo en una jugada decisiva para que el Bayern abriera el marcador, fue enviado por Choupo-Moting a la red y desató ese auf wiedersehen (adiós, en este caso al PSG) con el que el público alemán festeja la clasificación de sus equipos y que me ha tocado escuchar más de una vez en mi carrera deportiva.

El segundo gol del Bayern tras la pérdida, otra vez, de Verratti —aunque en esta ocasión a 80 metros de su portería, pero 80 metros por donde solo corrían un par de camisetas parisinas— acabó de certificar que los octavos son una barrera casi insalvable para el club de Mbappé, Messi y Neymar. Qué se puede esperar de la mística de esta competición si tienes enrolado a un milagrero como Sergio Ramos, que patentó ese remate de cabeza al fondo de las mallas en el noventaitantos —2014, Lisboa, con el Atlético como rival— y que cuando lo consigue con una camiseta blanca, pero con escudo con la torre Eiffel, lo único que obtiene es negación.

Sommer, el portero con el 27 a la espalda, se vistió con el traje de superhéroe y compensó aquel error del 38 con una parada decisiva en el 64, cuando todo se tornaba oscuro para las aspiraciones del PSG, y a quien ese gol hubiera devuelto el pulso, la convicción y hasta la fe y la inspiración en lograr lo que un par de minutos antes, justo después de que Verratti perdiera su primer balón, se había convertido en una aventura imposible.

Si es que hasta cuando Leo Messi, astutamente agazapado, consiguió robar un balón para salir al contraataque con Mbappé, la jugada quedó invalidada porque antes la pelota había tocado en el árbitro y la bola volvió a posesión muniquesa. Y es que, como dicen que expresó Felipe II y pensaría Galtier, entrenador del PSG, no había enviado a sus muchachos a luchar contra los elementos. Otra vez.

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