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Mikaela Shiffrin gana el gigante de esquí de Åre y alcanza las 86 victorias, el récord histórico de Ingemar Stenmark

La esquiadora norteamericana se impone por 12ª vez en la temporada e iguala la plusmarca de triunfos en pruebas de la Copa del Mundo del gigante sueco del esquí

A la izquierda, Ingemar Stenmark en los Juegos Olímpicos de invierno de 1976; a la derecha, Mikaela Shiffrin durante la copa del mundo de esquí de 2023.
A la izquierda, Ingemar Stenmark en los Juegos Olímpicos de invierno de 1976; a la derecha, Mikaela Shiffrin durante la copa del mundo de esquí de 2023.- PONTUS LUNDAHL (AFP)
Carlos Arribas

El mundo se ilumina. El esplendor. Sale el sol, dice el comentarista de Eurosport, y su brillo deslumbra reflejado en el lago helado a sus pies, cuando Mikaela Shiffrin, que el lunes cumple 28 años, termina de convertir casi en una recta infinita el trazado de tantas curvas, fundiéndose durante 55 segundos con la nieve dura, del eslalon gigante de Åre. Gana la primera manga con tanta ventaja, más de un segundo sobre la italiana Federica Brignone, que en la segunda esquía tranquila, conservadora, y aun siendo sexta en el parcial, triunfa. Consigue la 12ª victoria de la temporada en Copa del Mundo, dos semanas después de unos Mundiales de Méribel cerrados con un oro y dos platas. Solo 2019 (17 Copas del Mundo y dos Mundiales) fue un año mejor para la norteamericana.

Ninguna como ella en el año. Ninguna en la historia.

Mes y medio después de la 85ª victoria de su carrera en Copa del Mundo, iniciada en 2013, a los 18 años, Mikaela Shiffrin alcanza la 86ª. Lo hace en Åre, estación sueca 600 kilómetros al norte de Estocolmo tan heladora –22 bajo cero en la puerta de salida a las 10 de la mañana, menos dos a las 14 —como helado está el su lago todo el invierno, y tan simbólica para su victoria como difícilmente podría ser otra, como si hubiera retrasado el momento a posta. Lo logra en el mismo lugar en el que el 20 de diciembre de 2012 ganó su primer eslalon de Copa del Mundo, a los 17 años, en la cuna de Ingemar Stenmark, esquiador sueco nacido 400 kilómetros más al norte, ya rozando la frontera noruega y el círculo polar, que en 1989, cuando se retiró a los 33 años, tras 15 en la Copa del Mundo, había dejado justo en 86 el récord único, e imbatible, se creyó, de victorias. No ha nacido aún quien lo supere, se dijo entonces. Ya había nacido Lindsey Vonn, la genial norteamericana llamada a hacerlo: se quedó en 82. Seis años después de la jubilación del gigante sueco, tan glacial en la demostración de sus exhibiciones como su compatriota Björn Borg, el 13 de marzo de 1995, nació Mikaela Shiffrin.

El sábado, en el eslalon, para el que también es favorita, Shiffrin podría ser ya la más victoriosa de la historia en solitario. La única. Stenmark y Vonn consiguieron sus últimas victorias a los 33 años. A Shiffrin le quedarían, así, cinco, para seguir aumentando su cuenta. La cifra de 100 victorias no le parece a nadie una locura. Pero ella no habla de ello y cuando le preguntan qué se siente por haber alcanzado a Stenmark ella responde diciendo que lo que más le alegra el día, y la victoria, difícil, dice, “porque en la segunda manga había poca visibilidad”, fue saber que aseguraba su segundo globo de cristal en el eslalon gigante. “Ha sido un día increíble”, dice. “¡Qué día!”

Mikaela Shiffrin es única, pero no puede evitar que la comparen con otras. Pocas tienen sus números –cinco grandes globos de cristal, siete veces campeona del mundo, dos veces campeona olímpica, plusmarquista histórica en pruebas de Copa del Mundo—pero cuando se valora su peso pocos hablan o escriben de ella sin introducir en la misma frase el nombre de Lindsey Vonn, la anterior estrella norteamericana del esquí. Y con las dos juegan al juego de buscar las diferencias trazando esquemas burdos. Donde Vonn es osada, casi temeraria, Shiffrin, de Vail (Colorado, en las Rocosas) es prudente; donde Vonn es pura fuerza física, lucha con la nieve, y su prueba favorita es el descenso, el riesgo, la velocidad. Shiffrin es metafísica, tiene toque, se entiende con la nieve, la siente bajo sus esquís en el eslalon, lo más suyo, la pura técnica y control, y se desliza como nadie. Vonn no conoce el miedo y le gusta el mundo de las celebrities; Shiffrin se despierta con sudores porque sueña que se le ha olvidado esquiar y necesita ir rápido a la pista para comprobar que todo fue una pesadilla, y también vive con el temor de caerse y herirse, y de sufrir dolor, odia el dolor. Vonn nació para la velocidad; Shiffrin solo se aventuró en el descenso y en el supergigante cuando llevaba cinco años ganando eslálones y gigantes. “Detesto el riesgo”, dice. “En los descensos soy la más prudente de todas. También quiero ir deprisa, pero quiero llegar entera”. Vonn se rompió varias veces ligamentos y de todo; Shiffrin, la campeona prudente, nunca, y su mayor lujo, ni cervezas ni fiestas, es echarse la siesta. Vonn se ha casado y se ha divorciado y ha mantenido noviazgos con deportistas famosos, como Tiger Woods o el jugador de hockey hielo PK Subban; Shiffrin mantiene una relación estable con otro campeón de esquí, el fenómeno noruego del descenso Aleksander Aamodt Kilde, seis victorias este invierno.

Mikaela Shiffrin, este viernes durante la copa mundial de esquí alpino.
Mikaela Shiffrin, este viernes durante la copa mundial de esquí alpino.TT NEWS AGENCY (via REUTERS)

Las dos son perfeccionistas, las dos son ambiciosas. Las dos, niñas prodigio. Una, Vonn, empezó a competir en Copa del Mundo a los 17; la otra, Shiffrin, a los 16. Convivieron algunos años, entre 2013 y 2018, en el circuito, la vieja estrella, 10 años mayor, la que llega. No se hicieron amigas.

Vonn esquió obsesionada con romper récords, y hasta que no la superó Shiffrin este enero, fue la esquiadora que más victorias en Copa del Mundo obtuvo (83), mientras que Shiffrin huía públicamente del concepto de carrera como caza. “Lindsey no hacía más que hablar de récords, era su objetivo, el mayor número de victorias. No para mí. Estoy contenta por estar simplemente. La gente habla de récords porque son apasionantes”, dice. “Pero yo nunca he buscado batir récords. Cuando era más joven, mi único objetivo era ser la mejor del mundo, y ahora solo estoy concentrada en ganar globos de cristal, el del eslalon, el del gigante, el gran globo de la general... La gente habla de cifras, pero yo no quiero que me distraigan las cifras…”

Shiffrin es esquiadora desde los tres, desde que sus padres la llevaban a la pista y su talento afloró. Su padre, un anestesista que se ocupaba de la logística de la galaxia Shiffrin, la organización de las más de 10 personas que forman su grupo de trabajo, falleció accidentalmente en 2020, y su muerte, y la pandemia, fueron las razones de una grave crisis que cuajó el invierno pasado en los Juegos de Pekín, a los que la esquiadora de Colorado acudió como gran estrella aspirante a victoria en las cinco especialidades –descenso, supergigante, gigante, eslalon y combinada-. Y salió de vacío. En Pekín sufrió el acoso en las redes, el vicio de los haters, los malos deseos, y sufrió tanto que hasta Simone Biles, la gimnasta que en Tokio 21 decidió, cuando daba un giro en el aire, que no tenía sentido hacer lo que hacía, le envió mensajes de apoyo y comprensión, y compartió con ella la importancia de cuidar la salud mental por encima de todas las cosas. Y del año más bajo rebotó hasta su mejor temporada.

El sueco Ingemar Stenmark durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980, en Lake Placid, Nueva York.
El sueco Ingemar Stenmark durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980, en Lake Placid, Nueva York. AP

“Después de la muerte de mi padre he sufrido problemas de memoria. Han sido tres años duros. Este invierno, por fin, puedo concentrarme como antes”, dice. “Pero ha costado”. Superó la crisis, recuperó la confianza y la fortaleza mental, dice, gracias también a su madre, Eileen, que viaja siempre con ella y supervisa tanto sus entrenamientos y su técnica como al grupo de trabajo. Y Shiffrin la obedece cuando le indica, por ejemplo, que ha llegado el momento de sustituir a su entrenador de los últimos siete años, Mike Day, por el austriaco Mark Mitter. “Es mi madre y es mi mejor amiga”, dice Shiffrin en L’Équipe, 1,70 metros, 66 kilos, dentadura perfecta, sonrisa resplandeciente, la pura imagen de la salud y la vitalidad en todos los retratos. “El esquí es un deporte muy cerebral. Cuando se está en la puerta de salida hay que estar muy fuerte mentalmente, estar preparada al 100%. Y eso no es fácil. Mi principal adversaria soy yo misma, mi cabeza. Cuando encadeno victorias, mi cuerpo y mi cabeza viajan al unísono, cuando me cruzo, en los momentos difíciles, siento como si estuviera peleando conmigo misma, en mi interior. Ganaba la primera manga de un eslalon y me hundía en la segunda. Por eso, es impresionante ver que vuelvo a tener la fuerza mental que me permite aguantar ganando”.

A Vonn le consumió el deseo de ser única. Acabó odiando el circuito del esquí. Le desbordó la figura que había creado. Sufrió depresión. Huyó. Shiffrin, una que no quería ser Vonn, ha alcanzado el equilibrio en sus 10 años en el circo. Y, con prudencia, lo goza. Es la reina.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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