El método del Bayern puede con el heroismo del PSG en París
El orden del equipo alemán doblega al conjunto local, que pierde el control del balón y se limita a jugar al contragolpe con Neymar, Messi y Mbappé
Kylian Mbappé abandonó la enfermería para meterse en las trincheras, en las ruinas, en lo que quedaba de su equipo, el Paris Saint-Germain, zarandeado por el Bayern durante una hora en París. Su gol, el gol del empate cuando el partido se apagaba, devolvió al PSG a la vida de una eliminatoria en la que parecía perdido. El VAR lo anuló por fuera de juego y la celebración baldía fue todo lo que se llevó el equipo francés para remontar el 0-1 en Múnich. Apenas un momento de felicidad, de fe, de esperanza en un contexto negro.
“El 0-1 es un resultado corto”, dijo Mbappé, al salir del vestuario. “Tengo confianza. Si ganamos en Múnich pasamos a cuartos”.
Al Bayern le falta Sadio Mané, su jugador más importante. Con Messi maltrecho de los aductores, con Mbappé recuperándose de un desgarro, y con Neymar fuera de forma, el PSG no puede contar con la mejor versión de ninguna de sus figuras. Despojados los dos equipos del tejido creativo, queda expuesto el esqueleto que proporciona la organización, eso que se construye con los hábitos, la rutina de la competición y el entrenamiento constantes a lo largo de meses y años. Eso que el Bayern exhibe como una base sólida y que en el PSG no existe o no se concreta. Algunos le llaman carácter. Cultura, política, experiencia, valores. Señas de identidad que, al margen de los resultados, diferencian rotundamente al Bayern del PSG.
El PSG vive instalado en una idea mítica, no demasiado formada, del fútbol como sucesión de heroicidades. Esta versión de las Mil y una Noches no contempla que los grandes clubes europeos crecieron al amparo de la industria más que de la ensoñación. El Bayern, que predica el evangelio de la factoría, se lo sabe de memoria. El club de Kahn, Hoeness y Beckenbauer, anda embarcado en un profundo proceso de reconversión en el que se impone el método sobre cualquier individuo, llámese Lewandowski, vendido, Manuel Neuer, multado, o Thomas Müller, suplente en París. Ahí no hay más leyenda que el juego de combinación, audaz, rápido y fácil, para llegar con el balón al área rival ocupando todos los carriles con hombres agresivos. La búsqueda de la emoción es consecuencia de un largo capítulo de repeticiones en los movimientos colectivos sincronizados. El drama de Julian Nagelsmann, el entrenador, es que, sin centrocampistas que piensen rápido el equipo no acaba de romper. A Mussiala, el brillante mediapunta, le falta un socio que sea al menos igual de lúcido que él. El Bayern vuela pero nunca traspasa el umbral de la estratosfera.
Aferrado a lo que supiera hacer Verratti para salir de la presión asfixiante, y luego al eje de pases que formaron Messi y Neymar, el PSG amagó con llevar la iniciativa durante cinco minutos. Luego se metió en su campo. El equipo del voluminoso Christophe Galtier formó dos líneas de cuatro y se parapetó frente a Donnarumma hasta el apelotonamiento. Con diez jugadores internados en terreno adversario, a fuerza de apretar sin tregua el Bayern se adueñó del espacio. No había sitio para circular en el área del equipo local. Las personalidades que frecuentan el palco del Parque de los Príncipes, llámense Mick Jagger, Nicolas Sarkozy, Michael Jordan o Beyoncé, debieron extrañarse de la falta de recursos que vieron en el equipo más fastuoso del mundo.
Verratti y dos más
Todo lo que ofreció el PSG para salir del atolladero fue lo que se inventaron Verratti, Neymar y Messi para lanzar contragolpes desesperados, inexorablemente mal resueltos porque ellos solos no podían salir de la presión y rematar, Ramos y Marquinhos no anticipaban nunca, y no había manera de sumar los jugadores necesarios a los ataques. Bien cubierto por Upamecano y De Ligt, Sommer apenas tuvo que intervenir en la primera parte.
La alineación del extremo Warren Zaïre-Emery, con 16 años, el jugador más joven en ser titular en una eliminatoria de Champions, fue una señal sospechosa. Gaultier pareció más preocupado por complacer a los dueños cataríes del club, celosos de promover su cantera parisina, que de alinear un equipo competitivo. En el banquillo se quedaron Fabián y Vitinha, dos centrocampistas con la clase de aptitudes que sirven para controlar la pelota ante un rival que sufre sin ella y que en París gozó de una hora de dominio absoluto —18 tiros a favor por nueve en contra—. Tan absoluto que hasta Choupo-Moting se lució con una dejada entre líneas en la jugada que gestó con Davies y que remató Coman por el otro costado. El 0-1, al borde de la hora de juego, constató la superioridad del Bayern y precipitó la intervención de Gautier. El técnico quitó a Zaïre, a Soler y a Danilo, y metió a Fabián, a Vitinha y a Mbappé. La hinchada saludó la entrada del punta con una ovación de júbilo.
El Bayern siguió atacando de manera desaforada. Choupo-Moting y De Ligt obligaron a Donnarumma a sacar dos manos prodigiosas y el palo evitó el 0-2. Pero para entonces, el PSG había ganado presencia. Su mediocampo, armonizado con Vitinha y Fabián, se asoció mejor con los atacantes. El equipo se recolocó y los contragolpes hicieron estragos. Sommer se impuso en un mano a mano con Mbappé en una acción fulgurante. El partido se rompió. Müller había fallado un tiro a puerta vacía cuando Messi habilitó a Nuno Mendes. El lateral desbordó por la izquierda y metió el centro para que Mbappé lo empujara a la red.
El ídolo de Francia agitó los brazos reclamando a las tribunas un poco de implicación. Tardaron los hinchas en espabilar, de tan aturdidos que estaban y cuando por fin festejaron el 1-1 el árbitro recibió la llamada del VAR. Los jueces de vídeo indicaron que el gol no valía. La noche se había inflamado cuando Sommer, esta vez ante Messi, impidió el empate agónico. Pavard fue expulsado en el descuento por derribar al argentino. El Bayern alcanzó la orilla con un pequeño botín. “Hemos dominado”, proclamó Goretzka, después de la ducha. El próximo 8 de marzo Múnich dictará sentencia.
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