Nueve heroínas que vencieron al sistema (patriarcal) del tenis
Las mujeres que impulsaron el nacimiento del circuito femenino recuerdan el hito de 1970, con la firma de un contrato simbólico de un dólar y el activismo de Billie Jean King como bandera
Conduce el acto Chanda Rubin, semifinalista del Open de Australia de 1996 –seis del mundo ese mismo año– y que poco antes de que las hermanas Williams entrasen como un ciclón en el circuito profesional, había ido abriendo paso a las mujeres negras en el tenis de élite entre rechazo, insultos y oposiciones. “Crecí en Luisiana en los setenta y allí empecé a soñar con ser profesional, algo que solo fue posible gracias a todas vosotras. Ante todo, os doy las gracias”, expresa la ex jugadora durante la presentación, cuando siete de las nueve heroínas que desafiaron al orden establecido (The Original Nine) y cambiaron para siempre la historia de su deporte ya han ascendido a la peana y bromean antes de entrar a fondo en lo que corresponde.
Se cumplen cincuenta años de la fundación de la WTA, el organismo que dirige los designios del circuito femenino desde 1973, y como Australia cuida mucho y bien de las leyendas, la organización del Open rinde honores a las mujeres que se levantaron, plantaron cara a los reaccionarios estamentos de la época y sembraron la semilla de este hoy muy mejorable, pero desde luego inimaginable antes de que ellas dieran el paso definitivo. En 1968 nació lo que ahora se conoce como la Era Abierta (Open Era) y dos años después, con todo en contra y hartas del abismo que había entre los premios que recibían ellas y los hombres, las nueve se rebelaron. Las grandes cadenas estadounidenses se involucraban, y los patrocinios y la popularidad del tenis se multiplicaban; sin embargo, la brecha era igual, si no más grande.
Ahí, fuera del paraguas de los cuatro Grand Slams, fue cuando aparecieron ellas, con Billie Jean King y la hija de la editora de la revista más potente (World Tennis) a la cabeza, y así es como se dio forma a la plataforma de lanzamiento: el Virginia Slims International. Un torneo femenino en Houston, contratos simbólicos de un dólar; Gladys Heldman como organizadora, y su hija Julie y las otras ocho pioneras abanderando la revolución. “Aquí estamos”, decían orgullosas, sin miedo. Y, efectivamente, aquí están. Con ellas empezó todo, y con ellas sigue. Si el tenis es uno de los deportes más paritarios –muy lejos todavía del ideal, eso sí–, es gracias a ellas, Las Nueve.
“Soñábamos con tener un circuito y premios iguales [a los de los hombres], y teníamos tres metas”, introduce King; “la primera, que cualquier chica que fuera lo suficientemente buena pudiera competir; no jugar, sino competir. La segunda, que fuéramos apreciadas por nuestros logros, y no por nuestra apariencia. Y la tercera y realmente importante, que pudiéramos vivir del tenis, el deporte que tanto nos apasionaba”.
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Cuenta la estadounidense que como amateurs ganaban 14 dólares al día y que el inicio fue “una pesadilla”. Cuando anunciaron su unión y su propósito, las suspendieron a todas; las readmitieron y las volvieron a suspender. “Estaba asustada. Muy asustada. Pero yo gritaba e insistía: debemos estar juntas, tener una sola voz y reclutar a jugadoras”, prosigue. “Y el 21 de junio de 1973, a tres o cuatro días de Wimbledon, conseguimos reunir en el Hotel Gloucester a 63. No sabíamos si iban a venir o no, pero al final vinieron y todas votaron a favor de tener una Asociación del Tenis Femenino. Yo quería que fuera un sindicato, pero nuestros abogados nos dijeron que no, y por eso es una asociación”, matiza King, de 79 años.
E interviene Valerie Ziegenfuss: “Yo pensé, ¿pero cómo vamos a fallar? Teníamos a una líder fabulosa en Billie, una maravillosa promotora en Gladys Heldman, que conocía a todo el mundo y organizaba todos los torneos, y a un patrocinador fabuloso en Joe Coleman, director de Philip Morris. Estaba nerviosa porque íbamos contra el orden establecido, pero creía mucho en nosotras y en nuestro producto. A la gente les encantaba vernos jugar, nuestros peloteos eran más largos; era entretenido y sabía que la gente pagaría por vernos”.
Kerry Melville Reid era “la bebé”, según precisa la activista King, y completaban el grupo Kristy Pigeon, Judy Dalton, Peaches Bartkowicz, Nancy Richey, Julie Heldman (ausentes en el acto) y Rosie Casals. “Se alinearon las estrellas porque, ¿cómo consigues que nueve mujeres se pongan de acuerdo en una cosa?”, bromea esta última. “Eso está pasado de moda…”, sale al cruce la voz cantante de King. “No, solo decía que éramos todas diferentes”. “Sí, y esa fue también la razón por la que funcionó y por la que lo conseguimos. Éramos muy distintas, pero estábamos muy unidas. Las relaciones lo son todo”.
Casals fue la que conquistó aquel primer título en Houston y a partir de ahí, la WTA fue ganando corpulencia y rompiendo barreras hasta alcanzar la buena salud de hoy. “Teníamos que hacer lo que hicimos”, observa la campeona. “No se trataba solo de la igualdad en los premios (prize money) y de nuestros derechos, sino también de que nos reconocieran como deportistas. Me siento muy orgullosa, hicimos un trabajo fantástico. No sé si nos damos cuenta realmente del efecto que tuvimos; confiábamos en tener un impacto tremendo, pero no estoy seguro de que nos diéramos cuenta de que sería tan grande como ha sido”, prolonga.
Hoy día, el botín en los cuatro Grand Slams es parejo, pero no así en otros torneos; de hecho, antes del desembarco en Melbourne el francés Richard Gasquet percibió 100.000 dólares (92.000 euros) por ganar en Auckland, por los 30.000 (27.600) que ingresó la joven estadounidense Coco Gauff. Dicen King y sus camaradas que, por tanto, queda un largo camino por recorrer. En todo caso, celebran que el tenis sea un espejo y la capitana resuelve: “El tenis femenino es el líder en deportes femeninos en este momento, pero creo que si hombres (ATP) y mujeres (WTA) estuviéramos juntos, de igual a igual, seríamos mucho más fuertes y el mundo un sitio mucho mejor”.
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