El fondo, la forma… Y el dinero
El Olympique de Marsella, que se lanzó al ataque en busca de un gol que lo clasificase para octavos de Champions frente al Tottenham, terminó fuera de una Europa League que parecía asegurada
Me imagino la pasión con la que la afición del Olympique de Marsella acogió este martes su partido decisivo contra el Tottenham. Igor Tudor, entrenador del OM, titulaba la cita como “el encuentro del año”. El club francés, tras superar su maldición de partidos perdidos en la fase de clasificación de la Champions, estaba a tres puntos de entrar en los octavos de final de la Liga de Campeones, a tres puntos de estar en ese sorteo que define a los grandes europeos de cada temporada.
El partido tuvo todo lo que se le puede pedir a un duelo histórico y el Olympique estuvo a ratos clasificado para la Europa League, por momentos en el bombo de la Champions, ahora de vuelta a la Europa League, y en el último minuto, en el último suspiro, cuando ya había acabado el otro encuentro de su grupo, entre el Sporting y el Eintracht, y la Europa League estaba asegurada, la leyenda de un estadio volcánico llevó a los marselleses a volcarse en la portería de Hugo Lloris para seguir en la mejor competición europea.
Al fin y al cabo, qué podía pasar de malo si los ingleses se defendían panza arriba y la energía de la grada soplaba en las velas de los de casa. Y justo ahí, en un segundo de duda, entre atacando para ganar o me quedo con la pelota para empatar y renuncio a lo soñado en toda la noche, justo ahí, llegó un error de pase, una contra fulgurante y el gol de Hojbjerg que hacía ganar al Tottenham y dejaba al OM fuera de toda competición europea, fuera del sueño grande y de la posibilidad de reeditar, tal vez, la epopeya de 2018 en la Europa de los jueves.
Un minuto y fuera de todo el escaparate europeo, un minuto cuando lo habías rozado, sentido, olido, casi atrapado ese sueño imposible. Un minuto para pasar de una Marsella exultante y orgullosa a una Marsella triste, decepcionada…, pero orgullosa de su equipo y hasta de su locura final.
En estos tiempos donde todo se calibra en euros y desde el modelo presupuestario, en tiempos en los que la eliminación de la Champions se mide exclusivamente en millones no ganados, siento que cuando caes de una forma épica, trágica y, tal vez porque al fútbol también se puede jugar sin frenos, hasta un poco de modo irresponsable, tu imagen sale reforzada. Y lo que no ganas para el presupuesto lo sumas en valor de marca y valor de club. Entiendo, aunque no soy un experto en marketing deportivo, que esa épica y desmesura es, también, un buen elemento para que crezca tu valor diferencial de marca y eso puede tener un impacto positivo en tus futuras negociaciones. Y que ese vídeo del Vélodrome enardecido sea una excelente presentación para ir a hablar con cualquier jugador que esté en el radar del club marsellés y así ofrecerle vivir esa experiencia extraordinaria.
Sí, ya sé también que el mismo martes de madrugada —esas noches dejan poco espacio al sueño— los dirigentes marselleses, con Pablo Longoria al frente, estarían haciendo las sumas y restas para cuadrar sus cuentas de la temporada mientras que, cada cinco minutos, les viniese ese gol a la cabeza.
Y tal vez pensasen: mejor menos gloria y más euros. Pero qué quieren que les diga, a mí me sigue pareciendo que, puestos a quedarse fuera de Europa, hasta de la de la segunda velocidad, mejor hacerlo con un partido que sume a la historia, que sume a la marca, que sume y enorgullezca a tus seguidores porque eso, seguro, tiene que tener premio aunque este se escriba en el balance de la leyenda.
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