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ROGER FEDERER
Columna
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Roger Federer, el icono más grande del tenis

En sus momentos de máxima inspiración, este irrepetible deportista jugaba a otra cosa. El vacío que deja es muy grande, pero su legado es todavía superior. Su huella es imborrable

Federer besa el trofeo de campeón de Wimbledon en 2017.Foto: ALAISTAIR GRANT (AP) | Vídeo: EPV
Toni Nadal

Finalmente ha llegado la noticia que desde hace cierto tiempo los amantes del tenis nos temíamos. Después de unos años de recurrentes problemas y operaciones en su rodilla, y de entender que era inviable volver a la competición, Roger Federer anunció el pasado jueves su retirada en la Rod Laver Cup.

Me entristeció mucho conocer el anuncio, por mucho que esté dentro de lo normal e, incluso, de lo intuido. Últimamente, hablando de Roger con mis tres hijos que, evidentemente, también lo admiran mucho, yo les había expresado el deseo de que llegado el momento, el icono más grande del tenis se despidiera en una última gira de los cuatro torneos del Grand Slam para recibir unos merecidos agradecimientos y la ovación del público.

Yo diría que casi nadie, para no ser categórico, ha conseguido igualarlo en su capacidad de aunar la elegancia y plasticidad de sus movimientos con la efectividad y precisión de sus golpes. Logró con sus maneras exquisitas trascender su propio deporte y convertirse en referente mundial, cautivando a mucha más gente que a los propios seguidores del tenis.

En sus momentos de máxima inspiración, daba la sensación de que él jugaba a otra cosa. Durante muchos años nos deleitó con sutiles dejadas, voleas magistrales o devoluciones inverosímiles. Y todo ello, dando la sensación de ni tan siquiera despeinarse. Un día, estando yo en el vestuario del torneo de Montecarlo, entró él recién acabado su partido en la pista central. “Supongo que jugarás toda la semana con la misma camiseta”, le dije jocosamente viendo lo impoluta que la llevaba, sin una mancha de sudor. “No, llevo otra de repuesto”, me contestó con su amable sentido del humor.

Open de Australia
Nadal y Federer, en 2009 tras la final del Open de Australia.Andrew Brownbill (AP)

En los años iniciales de Rafael en el tour, en 2006 o 2007, recuerdo haberle dicho recurrentemente antes de saltar a la pista en sus partidos contra él: “Habrá momentos en que te hará sentir muy inferior. Sigue luchando y espera a que pase el temporal”. Esa era la sensación que te dejaba en sus momentos inspirados, la de indefensión total.

Por suerte para nosotros, mantener ese nivel durante todo un partido, incluso para él, era muy difícil. Pero debo decir que, a pesar de presenciar los endiablados golpes que sufría mi sobrino, he sido un gran afortunado por haberlo podido ver jugar tantas veces en directo. En mi memoria guardo todos sus enfrentamientos, muchos de ellos épicos, así como innumerables jugadas que he buscado, visto y disfrutado en el iPad repetidamente, en la tranquilidad de mi casa. No me queda otra cosa que quedarle sumamente agradecido y que desear que nos siga deleitando en torneos para veteranos o en partidos de exhibición.

Mucho se ha comentado, también, a lo largo de los años la ejemplar rivalidad que Roger y Rafael han mantenido. Yo mismo he contestado numerosas entrevistas al respecto y he contado por escrito lo beneficioso que sería, a mi entender, que lo que se lucha denodadamente por interés propio, sea en una pista de tenis o en cualquier otro campo o ámbito, no se entienda como una afrenta y, mucho menos a los contrincantes como enemigos. Lo normal, lo lógico y lo más humano sería sentir no solo respeto por alguien con quien coincides tanto y a quien te unen tantos sueños, sino también cierto afecto.

En este sentido, Federer también ha sido un modelo a seguir. Yo creo que jamás se le han visto, no ya descortesías directas hacia el jugador que se disputara los puntos con él en la pista, ni tan siquiera se le pueden achacar actitudes ególatras o muecas chulescas después de sus puntos más brillantes. Jamás ha pedido con gestos el aplauso del público ni ha reclamado que lo vitoreen después de un punto magistral. Sus celebraciones, tanto si seguían un gran intercambio como si se debían a la consecución de un título importante, siempre han sido comedidas y elegantes.

Federer golpea de revés, hace dos años en Melbourne.
Federer golpea de revés, hace dos años en Melbourne.SCOTT BARBOUR (EFE)

Conté en un artículo anterior cómo la única final de Roland Garros que Rafael no ha celebrado tirándose al suelo fue la de 2008 contra Federer, en una final ganada en tres sets, de manera bastante impredecible.

Solo tres años después, en 2011, Roger tuvo ocasión de corresponderle con manifiesta consideración. Fue en el impresionante O2 de Londres, en el transcurso de la Copa de Maestros, cuando después de deshacerse de Rafael en una hora escasa con un contundente 6-3 y 6-0, lanzó al público la última pelota que Rafael mandó fuera y con un comportamiento totalmente atípico en un jugador que acaba de ganar un partido tan importante, agachó la cabeza y no levantó la mirada del suelo hasta que se topó en la red con su derrotado rival para darle la mano y una cálida palmada en el pecho.

El vacío que deja este irrepetible deportista es, sin duda, muy grande, pero su legado es todavía superior. Cuando uno deja para siempre una actividad no puede tener mayor satisfacción que ver la huella que deja tras de sí.

La de Roger Federer, sin duda, será imborrable.

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