Mohamed Katir logra un bronce histórico para España en un 1.500 metros frenético en Oregón
El británico Jake Wightman (3m 29,23s) sorprende al noruego Jakob Ingebrigtsen (3m 29,47s) en el Mundial de Atletismo, y obtiene el oro en una carrera desastrosa para Kenia. Mario García Romo fue cuarto
Se anunciaba una final a fuego, sin opciones para los oportunistas que aprovechan los grupos compactos en la recta de meta para sorprender a los favoritos. En ese tipo de carreras, las de apretar y apretar de principio a fin, tan dolorosas para el que las corre, pero tan bellas para el espectador, estaba el español Mohamed Katir bien colocado entre los candidatos a medalla. Y las expectativas, tan traicioneras a veces, se cumplieron al dedillo. La carrera salió lanzada —2m 20s al paso por los 1.000 metros—, y Katir, de 24 años, que llegó siendo un chaval procedente de Marruecos y se estableció en un pueblo de Murcia llamado Mula, sin pista de atletismo, consiguió para España la segunda medalla de bronce del Mundial de Oregón (3m 29,90s), la primera para el 1.500 metros desde el bronce de Reyes Estévez en Sevilla 1999.
Las alegrías no acabaron ahí. Mario García Romo, que pulverizó su marca personal (3m 30,20s, cinco segundos menos que la anterior), fue cuarto, y dejó claro que el futuro del mediofondo nacional no dependerá solo de las genialidades de Katir. El tercer español en liza, Ignacio Fontes, al que a priori le hubiera beneficiado una carrera más lenta, fue undécimo.
💥Este final de carrera de la prueba de los 1.500 metros ya es historia del atletismo español (@atletismoRFEA):
— Teledeporte (@teledeporte) July 20, 2022
Mohamed Katir, medalla de bronce 🥉
Mario García, 4º.
Ignacio Fontes, 11º.
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Si el ritmo de carrera cumplió con los vaticinios, con el oro ocurrió todo lo contrario. El británico Jake Wightman (3m 29,23s) rompió las quinielas y se impuso al noruego Jakob Ingebrigtsen, (3m 29,47s) el gran favorito. Se convierte así en el primer europeo en ganar desde que lo hiciera su compatriota Steve Cram en Helsinki 1983. Otra vida.
Ingebrigtsen volvió a probar, como ya le sucedió en la pista cubierta del Mundial de Belgrado en marzo, el sabor de la plata en un gran campeonato, tan amargo para alguien que a sus 21 años solo concibe ganar. Peor aún fue el trance para los kenianos, que tras cinco ediciones seguidas monopolizando el oro, tuvieron que conformarse con el sexto puesto de Timothy Cheruiyot y el séptimo de Abel Kipsang, cinco europeos precediéndoles. El mundo al revés.
La final, a las siete y media de la tarde hora local, empezó con los termómetros rondando los 30 grados. Se cansa Eugene de ser ciudad de primavera perenne y sucumbe así al calor del verano por primera vez en el campeonato. Llega a Hayward Field el trío del equipo español a las 17.40 horas, casi dos horas antes, Katir a descubierto, Fontes y García Romo, con gafas de sol. Este último, que ha estado viendo antes la película Gladiator para motivarse, sostiene una botella. Hidratación contra el bochorno. ¿Es posible derrotar a Ingebrigtsen? “Si no acaba en 3m 27s sí”, bromea el salmantino, que parece no temer a nadie.
Una vez se da el pistoletazo de salida, la refriega comienza con el keniano Kipsang marcando todos los parciales en cabeza, muy cerca su paisano Cheruiyot. El español más adelantado es García Romo en la mitad del grupo, mientras Katir, como había decidido antes de empezar —explicará luego— opta por quedarse a la cola guardando fuerzas.
Mediada la prueba, Katir remonta puestos hasta el octavo lugar y se acerca a García Romo, sexto. Es el salmantino un estratega como pocos de la colocación. Un devorador de los vídeos de los grandes campeonatos —dice haber visto los celebrados en los últimos 30 años— solo para estudiar cómo se mueven en la pista los mitos de la distancia. Y se nota. Mientras, por delante, Ingebrigtsen tira de galones y se pone en cabeza, con Cheruiyot respirando a su lado. Allí pasa el 1.000m, 1.100, el 1.200... Y nunca más regresa. El británico Jake Wightman, que llega con la cuarta mejor marca de la temporada, toma la delantera, se adueña de la primera calle cerrándole el paso, y ya no la suelta.
Atrás, se desatan las hostilidades. En el último 300m, Katir adelanta a García Romo, y los dos se van para adelante, valientes, ahora o nunca, en busca de las medallas. Del metal y la gloria les separan, cuando quedan 200 metros, los dos kenianos y el británico Josh Kerr. Los tres sucumben al poderoso final de los españoles, y Katir, que logra abrirse hueco por el interior de la calle 1 tocándose con Cheruiyot, y al que le empiezan a doler las piernas cuando quedan 60 metros —como dirá luego—, obtiene su primera medalla en un gran campeonato. Confirma así, ahora en el cuerpo a cuerpo con los mejores del planeta, lo que ya decían de él las marcas —arrebató a Fermín Cacho el año pasado el récord de España, 3m 28,76s—: que está llamado a liderar a una generación del 1.500 metros español.
Culminado con nota el examen, la medalla al cuello, llega Katir con una amplia sonrisa, y se decanta, eufórico, por tomar partido en uno de los debates que aparecen y desaparecen entre los atletas. “Esto sienta mejor que tener un récord”, lanza, todavía subido a la nube. Se acuerda de su padre, que lo apuntó a un equipo de fútbol al llegar a España, pero que como no le gustaba dar patadas a un balón, lo cambió a otro de atletismo cuando a los 12 años, tras una carrera de colegio en el club Mulasport, le vieron condiciones. “Me dijeron: tienes buena planta, habla con tu padre y si está decidido, métete a atletismo. Hablé con mi padre, apostó por mí, y hoy soy tercero del mundo”, dice Katir, todavía incrédulo, resumiendo en un par de frases, como si fuera sencillo, el trabajo de más de una década de machacarse contra el crono.
Tuvo Katir uno de esos días donde el cuerpo responde sin queja. “Al principio encontré sensaciones brutales. Podía haber aguantado el ritmo que hubieran puesto”, asegura convencido. Y lo tuvo García Romo, 23 años, nacido en Villar de Gallimazo, (Salamanca), 200 empadronados, licenciado en Química por la Universidad de Mississipi, curtido en las pistas del circuito universitario estadounidense, y que al llegar a meta se echaba las manos a la cabeza.
¿De alegría o de rabia? “Un poco las dos cosas. Me he visto con el bronce porque iba cogiendo gente en el último 100″, afirma, con la mirada mucho más feliz que herida por ser el primero de los que se quedan sin metal. “Si no era yo, quería que fuera otro español”, dice generoso observando a Katir, rumiando ya nuevos objetivos apenas unos minutos después del calentón en el tartán, borracho de atletismo y láctico. “Mi objetivo siempre ha sido ser oro olímpico, y está París en el horizonte”. Antes, en menos de un mes, habrá la oportunidad de refrendar la actuación en el Europeo de Múnich.
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