Pedaleando en el Tour de Francia como si tuvieran 39 de fiebre
Unos parches permiten conocer en todo momento la temperatura interior de los ciclistas y personalizar las necesidades de rehidratación en días de calor
Jonas Vingegaard se quita el chaleco helado y acude a la conferencia de prensa con una botella de agua en la mano, de la que bebe de vez en cuando. Ha terminado la etapa hace media hora, pero el proceso de rehidratación continúa a su ritmo. Simultáneamente, Adam Yates se introduce en una bañera helada, no para refrescarse, sino para que se relajen los músculos y se recuperen antes.
“Aunque tampoco ha hecho tanto calor como parece”, dice el danés en el horno de Mende. “Solo al final lo he notado, sí, unos 40 grados”. El resto de la etapa, la misma brisa levantada por el pelotón a 42 por hora de media le ha ventilado lo suficiente para que el sudor se evapore a buen ritmo y cumpla su función refrigeradora. Completan su necesidad de enfriamiento con medidas de toda la vida: regándose piernas y casco, y el agua llega al coco por sus rendijas, cada poco tiempo; poniéndose bolsitas de hielo en el cogote, y hasta bufandas heladas en el cuello hechas con medias de nailon rellenas de cubitos. “Son las medidas habituales”, dice Vingegaard. “Yo voy muy bien con el calor”.
Hubo unos años de locura, ya pasados, en los que en el Sky deseaban que llegara el calor al Tour, así podrían poner en marcha su operación Froome sediento. Prohibían al inglés beber más agua de la estipulada, aunque se muriera de sed, y lograban así, o así lo decían, que durante una etapa calurosa perdiera un par de kilos, y subiera más rápido.
Nunca se publicó un estudio que ratificara ese pensamiento empírico —al contrario, en laboratorio se ha constatado que con dos kilos menos perdidos con sudor, el corazón late más deprisa y el ciclista sube más lento—, ni se sabe de ningún equipo que lo intente, pero sí que los médicos y los preparadores les aconsejan no beber nunca mucho, aunque tengan los labios secos y la lengua pegada al paladar.
“Un buchecito de agua cada 15 minutos, más o menos, mejor que un buen trago de golpe”, explica José Ibarguren, médico del Movistar, cuyos corredores llevan adherido en el cuerpo un parche que mide su temperatura interior en cada instante. Los datos se almacenan y se analizan por la noche en un ordenador para planificar el avituallamiento del día siguiente. “Pueden alcanzar en etapas como la de Mende temperaturas de 39 grados, como si tuvieran fiebre. Y viendo eso sabemos cuántos bidones de sales necesitan, pues con el sudor lo que pierden es agua y sal”; dice Ibarguren. “Aunque hay que tener cuidado, pues a algunos la hidratación les provoca diarrea”.
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