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Nadal tira de pico y pala ante Berankis

El español despacha a un rival pegajoso en una tarde muy laboriosa (6-4, 6-4, 4-6 y 6-3, tras 3h 02m), salva otra ronda y se las verá el sábado con el italiano Sonego

Nadal celebra la victoria de este jueves
Nadal celebra la victoria de este juevesKirsty Wigglesworth (AP)
Alejandro Ciriza

Rafael Nadal coge aire, carga los carrillos y resopla con fuerza mientras el sudor le recorre las sienes y se dirige hacia el rincón. Ahí, viejo zorro, se gira y aprovecha la pausa para secarse e intercambiar un par de impresiones con su banquillo, donde su equipo frunce el ceño al unísono e intenta transmitirle paciencia porque enfrente hay un tenista revoltoso, bajito –1,75 son pocos centímetros en esto del tenis–, lituano y treintañero (32) que le exige ganarse todos y cada unos de los puntos que se dirimen este jueves en la central de Londres. Al final, el campeón de 22 grandes vuelve a resoplar, pero esta vez de alivio: 6-4, 6-4, 4-6 y 6-3, después de 3h 02m. Ahora bien, después de la sufrida victoria en el estreno contra Francisco Cerúndolo, se ha vuelto a topar con un hueso. Ricardas Berankis no venía de paseo.

Esto es Wimbledon, y cada desfile por la pista supone una entrada en el laberinto. No hay tregua ni pausa, sino mucha velocidad y mucho vértigo, así que Nadal –citado el sábado con Lorenzo Sonego (54º) en un pulso inédito– no termina de encontrar alivio y tampoco puede escatimar lo más mínimo para descerrajar un duelo pegajoso, exigente, incómodo de inicio a fin. Son las primeras rondas y falta tono, pero ya lo advertía el martes, después de rendir al argentino: esto va de sobrevivir. Un día más, una estación menos. Lo hace el mallorquín, obligado a masticar como un rumiante los intercambios, y cruza el tercer umbral del torneo en una línea progresiva, aunque todavía lejos de ese punto dulce que alcanzó en las tres últimas ediciones. Su plan, en cualquier caso, sigue los parámetros deseados.

A falta aún de brillos, se aferra Nadal a cada entrenamiento y a cada raquetazo. No baja la guardia. No debe. En otras circunstancias y otro territorio, Berankis (32 años, 106º del mundo) no debería representar nada más que una china en el zapato, pero sobre el verde todo es diferente y el sensor de la memoria no le permite relajarse. Mira al frente, divisa al lituano y activa todos los sentidos porque ahí están esos dos peligrosos precedentes; cuando le derribó en la primera ronda de 2013, el belga Steve Darcis era el 144º, y cuando lo consiguió el australiano Nick Kyrgios un año más tarde era el 144º. Es decir, ninguna broma. Nadal afila la mirada, se pone el mono blanco y se encomienda al espíritu del jornalero, palada va, palada viene. No hay alternativa.

“Do you have bananas?”, le solicita su rival al árbitro por eso de ingerir potasio y calorías para seguir con la presión, erre que erre. Punto de gravedad bajo y buena muñeca, Berankis es un incordio. No cede ni a tiros. Ocurre que el español no quiere enredos e intenta imponer una situación de control, un guion plano que consigue plasmar en el primer parcial y mantener en el segundo, no así en el tercero. El estrés no se acaba nunca. En el cuarto, ahora bien, desborda con el cambio de marcha. A la hora de la verdad, Nadal da el acelerón y resuelve, pero ha sido una tarde áspera y muy trabajada, traducido el desasosiego en esa bola que patea y esa otra a la que sacude con rabia porque intenta dar con los automatismos, pero estos se resisten. Trata de afinar con la derecha y el revés, hacer más daño con el saque, y en unas cuantas ocasiones duda en la selección del tiro.

Londres, la hierba y los tiempos: la clave. Cada golpe es un dilema y debe resolverse en milésimas de segundo. Cada maniobra es un acertijo. Para colmo, a última hora interviene la lluvia y detiene el partido durante 50 minutos, cuando ya había dado el arreón y había abierto brecha (3-0). Wimbledon no olvida las tradiciones: aguacero, paraguas y lonas. Se rompe el ritmo. Carreras alrededor de la central y estampida en la colina de Aorangi Park, donde termina el picnic y todo el mundo se apresura a buscar refugio. No lo encuentra el bueno de Berankis, que después de un loable ejercicio de resistencia y de intención, acaba abriendo paso. Lo reclama Nadal y tacha otra fecha del calendario, luego está a cinco pasos de hacer otra cumbre.

La victoria (307 en los Grand Slams) le permite desmarcarse en el histórico de Martina Navratilova (306) y mantener la aspiración de igualar al hombre de hielo, Björn Borg, aquel alienígena de cabellera rubia que enlazó cinco triunfos consecutivos en Londres y, he aquí el objetivo del balear, logró en tres ocasiones (1978, 1979 y 1980) el doblete Roland Garros-Wimbledon en una misma temporada. “Cada día es un desafío”, recalca él después de tres horas sin respiro. “Necesito mejorar”, precisa cuando se le plantea qué ha hecho bien. “Tengo que aceptar que las cosas no van a ser perfectas y seguir trabajando”, concluye en dirección al cruce con el italiano Sonego, consciente de que son días de pico y pala. Te llames como te llames.

“¿EL COVID? NO ES PARANOIA, ES REALIDAD”

A. C. | Londres

Autocrítico, Nadal aseguró en la sala de conferencias que no había estado fino en los dos primeros parciales y que considera que ha ganado tiempo para seguir poniendo a punto su juego.

“No tuve el mejor comienzo, honestamente, y probablemente sí el mejor final. Tengo margen para mejorar”, afirmó. “Los dos primeros sets han sido malos, y yo no soy de los que me engaño. He jugado mal porque he jugado mal, no hay ninguna excusa. Después, es cierto que he jugado mucho mejor en todos los sentidos y que he ido encontrando cosas durante el partido”, continuó.

Restó importancia al parón prolongado –“es parte del tenis, no me quejo en absoluto y creo que el procedimiento fue correcto”– e invitó a los presentes a hablar más sobre tenis que sobre físico cuando se le preguntó por las cintas protectoras que lució en la zona abdominal: “Me sentía cansado del otro día, tenía agujetas porque son muchos años sin jugar en hierba. Las sensaciones no eran las mejores”.

No obstante, subrayó esa capacidad que tienen él, Federer y Djokovic para sortear los días difíciles –“somos los que más hemos ganado jugando mal”– y que “hay días en los que toca remar”. Este jueves, además, comenzó con sobresalto. Roberto Bautista tuvo que abandonar el torneo después de contagiarse por covid, tercer caso tras los del croata Marin Cilic y el italiano Matteo Berrettini. 

“No es paranoia, es una realidad”, expuso en inglés; “un buen amigo se ha tenido que ir fuera y este tipo de cosas ocurren. No estoy haciendo muchas cosas, estoy aquí [en el club] y en casa; no salgo. Esto es parte de este mundo desafiante de estos dos últimos años. No creo que no se estén haciendo las cosas bien, porque necesitamos tener libertad y ahora el covid es menos peligroso en términos de salud, pero cuando abres, este tipo de cosas pasan. Eso es todo”.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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