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Ahora sí, esto es Wimbledon

Tras la edición descafeinada del curso pasado, marcada por las restricciones, el grande británico recupera la silueta, la familiaridad y la cola de aficionados

Nadal, tras el entrenamiento de este domingo en las instalaciones del All England Lawn Tennis & Croquet Club.
Nadal, tras el entrenamiento de este domingo en las instalaciones del All England Lawn Tennis & Croquet Club.DPA vía Europa Press (Europa Press)
Alejandro Ciriza

No compiten representantes rusos ni bielorrusos, excluidos por la organización en una decisión acompañada de polémica, porque la decisión aparta al número uno masculino, Daniil Medvedev, y a un buen puñado de jugadores y jugadoras de primer nivel; tampoco hay puntos en juego, en otra muestra de solidaridad con el pueblo ucraniano que, a su vez, provocará cambios más que significativos en la actualización del ranking el 11 de julio; por primera vez, no se celebrará el tradicional Middle Sunday, la pausa que se hacía el domingo a modo de transición entre la primera y la segunda semana de la competición; adiós a esos sorbos dulzones de Robinsons, el refresco que estaba ligado al torneo desde 1935 –el segundo patrocinio más extenso tras el de las pelotas de Slazenger, compañeras de viaje desde 1902–; e incluso no está el añorado rey, Roger Federer, ausente después de haber encadenado 22 participaciones desde 1999.

Pero, aun así, Wimbledon vuelve a ser Wimbledon. Tal vez, más Wimbledon que nunca.

“Había muchas ganas, e incluso necesidad, de que por aquí las cosas volvieran a ser como eran antes. La del año pasado fue una edición descafeinada, una versión light”, dice un empleado del club. “Hacía tres años que no estaba por aquí, y es una pena porque este es un lugar especial. Siempre es un gusto volver, este es un torneo especialmente simbólico”, cuenta el doctor Ángel Ruiz Cotorro mientras observa la sesión de entrenamiento de Rafael Nadal, que tampoco había podido pisar el All England Lawn Tennis & Croquet Club desde 2019 y que disfruta otra vez de la placentera sensación de corretear sobre el césped mullido de las instalaciones de la Aorangi Park, el espacio reservado para el entrenamiento de los tenistas y por donde desfilan, otra vez, equipos, familiares, rostros conocidos como el de la belga Kim Klijsters –Congrats, Rafa!, le felicita por la cercana paternidad– y los periodistas que cubren el grande inglés.

“Es una pasada, parece un green [de golf]”, describe Juanjo Moreno, el fisioterapeuta que supervisa al detalle el chasis del murciano Carlos Alcaraz, que pelotea en la pista contigua a la de Nadal. Crazy wind (viento loco)!, vocea el de Manacor cuando está puliendo el revés y una de las rachas que se cuelan en la mañana distorsionan su golpeo. Al costado, los profesionales van y vienen, deteniéndose muchos de ellos para observar la evolución del español y preguntándose si será capaz de atrapar su tercer grande de la temporada. También lo hace el padre de Carlos Alcaraz, que no pierde detalle de su hijo pero al que de vez en cuando se le va la vista hacia el otro lado, mientras irrumpe por el pasillo que divide una leyenda que, como Wimbledon, está de vuelta e intenta recobrar su máxima expresión.

Dos aficionados descansan en la zona de acampada de Wimbledon.
Dos aficionados descansan en la zona de acampada de Wimbledon.HANNAH MCKAY (REUTERS)

Después de un año sin poder competir, Serena reaparece en Londres. La estadounidense ha conquistado siete veces el torneo –una más que su hermana Venus–, aunque se le resiste desde 2016. Es un último órdago. A sus 40 años, apura sus últimas balas y el aficionado lo agradece, porque el apellido Williams se reincorpora a la cita y eso siempre añade lustre. No falta, por supuesto, el gran icono británico, Andy Murray, que también apura los últimos estertores de su carrera y desea hacerlo bien en casa, donde triunfó dos veces (2013 y 2016).

Vuelve ella, no falla él y regresa The Queue, seguramente el elemento más característico de esa singularidad que convierte a Wimbledon en otra historia. En la campa que está al otro lado de la carretera, cruzando Church Road, los feligreses que suspiran por pescar alguna entrada se entretienen con lo que sea, forman largas colas y el colorido de las tiendas de campaña vuelve a alegrar una explanada que los dos últimos años había sido un solar, vacía y tristona. En 2020, el impacto de la covid condujo a los organizadores a cancelar el torneo –decisión apoyada en un seguro que le proporcionó alrededor de 115 millones de euros, minimizando así las pérdidas– y el curso pasado le obligó a adoptar una serie de medidas que transformaron la fisonomía original del formato.

Una central centenaria

Mascarillas, geles, una reducción drástica del aforo –200.000 espectadores menos respecto a 2019– y numerosos condicionantes a la hora de trabajar para los representantes de los medios de comunicación. Ahora, sin embargo, vuelve a haber contacto físico con jugadores y técnicos, han desaparecido las conferencias telemáticas y en la sala de prensa el único rastro de las limitaciones son las mamparas de metacrilato que dividen las mesas.

Aficionados pasean por las calles de Wimbledon.
Aficionados pasean por las calles de Wimbledon.Kirsty Wigglesworth (AP)

En los aledaños del complejo, al área de Wimbledon en la que se concentran los pubs, las tiendas y la actividad comercial ha recuperado el ritmo, y la parada de metro de Southfields –la más cercana al acceso, a un cuarto de hora a pie– volverá a congestionarse a última hora del día con el reguero de personas que se concentra tras el cierre del programa. Eso sí, nada de nocturnidad en el distrito SW19. Londres todavía resiste. A diferencia de Melbourne, París o Nueva York, el major británico renuncia a sacar tajada de la sesión golfa y prioriza el descanso de los vecinos de la zona, que estos días se entremezclan con los jugadores y las jugadoras en la compra del supermercado.

Lejos de la frialdad, el tono aséptico y el perfil moderado de 2021, el gran torneo inglés, que comienza hoy –a partir de las 12.00, hora española, a través de Movistar Deportes y #Vamos–, recobra toda su esencia y festeja el centenario de la majestuosa Centre Court, donde abrirá el serbio Novak Djokovic (a las 14.30), imbatible desde 2018. “Estoy muy feliz de volver al sitio en el que siempre soñé con triunfar, desde que era un niño”, afirma el balcánico, que por entonces se reenganchó a su deporte después de un periodo perdido. De nuevo reconocible tras aquella victoria ante Kevin Anderson, Nole contempla satisfecho cómo se recupera el paisaje de los viejos tiempos. Algunas cosas cambian, pero el distinguido Wimbledon se mantiene.

Ahora sí, Wimbledon vuelve a ser Wimbledon.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.

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