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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

París y el fútbol

Real Madrid y Liverpool, dos de las fábricas de emociones más grandes de Europa

Jorge Valdano
Jorge Valdano

París necesitará todas sus luces para iluminar a dos mitos de esa cultura popular llamada fútbol, que al final del día habrán sumado 20 Champions y habrán peleado como titanes por la última. El Bernabéu y Anfield solo podrán mirar desde lejos, externalizando su pasión en 20.000 representantes de cada lado. Es una ausencia relevante, porque hablamos de dos de las fábricas de emociones más grandes de Europa. Piedras, sí, pero piedras con memoria que empujan a los suyos e intimidan a los otros. De modo que Madrid y Liverpool llegarán a París con sus historias, que ya son leyenda; con sus plantillas, que son estelares; con sus aficiones, que no permiten que sus héroes se rindan. París mirará indiferente porque, siendo padre de la Champions, nunca supo darle contexto social, posiblemente por exceso de glamur para los usos del fútbol. Y el PSG mirará envidioso porque, a pesar de sus alardes económicos, tarde o temprano entenderá que la Champions se conquista, no se compra.

Reyes… de Europa

El Real Madrid llega a la final después de una travesía en la que dieron ganas de volver a creer en los Reyes Magos. El PSG, el Chelsea y el City hicieron todo lo que se le puede pedir a un equipo para ganar, pero aún no saben la razón por la que perdieron. Una pista: para que eso ocurra, una portería la tiene que defender el mejor portero del mundo y la otra la debe atacar el mejor delantero. Entre uno y otro tiene que haber jugadores con criterio, madurez, energía competitiva, clase… En esos partidos, ya inolvidables, la imagen recordaba a la de Indiana Jones en aquella escena en la que un enemigo exhibe su manejo de las artes marciales con movimientos amenazantes que dejaban una sensación inequívoca: no hay salvación posible. Es entonces cuando Indiana saca un revolver y le pega un tiro. Para despistados: el del revolver es el Real Madrid.

Jauría desatada

El Liverpool se aproximó a la final a toda mecha, como es su costumbre, pero con un argumento más sensato: primero merecía los partidos, y luego los ganaba. Es un equipo de una gran exuberancia física con un entrenador que impone un ritmo altísimo. Atrás, Virgil van Dijk es una excepción, tiene tal suficiencia que su cambio de ritmo más notable es aquel en el que pasa de caminar a trotar. Un crack defensivo que marca con la indiferencia. Verlo frente a Benzema será un espectáculo aparte. Sin Thiago, que maneja el balón hacia los cuatro puntos cardinales del campo, el Liverpool será todo vértigo, con jugadores a los que cabría representar con una flecha hacia arriba. Sobre todo, a los delanteros, que atacan los espacios sin piedad y que buscarán la portería del Madrid con la serenidad propia de los espermatozoides.

Batalla final

Aunque sobre el campo habrá 22 minas vagantes que pueden hacer explotar el partido en cualquier momento, se trata de una final. Uno de esos partidos que verá el mundo y que los jugadores no olvidarán mientras vivan. Todo eso está trabajando sobre el sistema nervioso de los jugadores desde hace semanas y lo mismo puede inspirar el genial gol de Zidane en Glasgow que explicar los terribles errores de Loris Karius en Kiev. Más allá de los caprichos del juego, Liverpool y Real Madrid son equipos célebres, populares, respetuosos con los rituales del fútbol, con una orgullosa historia y que, en cada giro social, saben reinventarse para seguir siendo grandes protagonistas del fútbol mundial. Verlos frente a frente, será como ver la lucha de dos figuras mitológicas. Más luz, París, que hoy es día grande para el fútbol de verdad.

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