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Area di rigore
Columna
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Esta crónica nunca se publicará

Los goles en el tiempo de descuento han mandado a la papelera de la historia piezas periodísticas fabulosas que ya no leeremos y cuya ausencia también configura la identidad de un periódico

Daniel Verdú
Silvio Berlusconi El Monza
Silvio Berlusconi, en el vestuario de los jugadores del Monza en 2020.

El A.C. Monza estuvo a punto de conseguir el ascenso directo a la Serie A hace una semana. Le faltaba una victoria. Era casi imposible que el nuevo juguete de Silvio Berlusconi perdiese en Perugia cuando acariciaba la categoría reina por primera vez en 110 años. ll Cavaliere se lo compró hace tres temporadas con su amigo Adriano Galliani. Metió un dineral, bajó a contar chistes al vestuario, dio lecciones de táctica en público a su entrenador y prometió a los tifosi que los llevaría a Primera. Volver a verle en un palco de la Serie A, incluso contra su viejo Milan... Una historia perfecta. Pero se evaporó con el partido en el último minuto.

El primer día que pisabas la redacción y te pasabas de listo, alguien te recordaba que un periódico es más importante por lo que no publica que por lo que llega al kiosco al día siguiente. Por ese principio de no recoger según qué voces, por una prudencia ideológica que cuenta más que lo de ser de izquierda o derecha. También por imponerse guardar en un cajón lo que no podías contrastar, aunque nadie pudiese desmentirlo. Van a parar a ese agujero negro grandes historias que hubieran dado para miles de portadas distintas. Y también, claro, aquellas crónicas deportivas listas para enviar y que un gol en el descuento mandó al retrete de la historia. Imaginé siempre a Ramon Besa o a Pepe Sámano desmontando y volviendo a montar el puzzle con las luces apagadas del estadio y el bedel silbando. El otro día había artículos fabulosos sobre el final del partido del Madrid contra el City. Lástima que no leyésemos los que estaban ya en página antes del gol de Rodrygo.

El tiempo lo mata casi todo. Pero hace poco nos pasamos de frenada con una necrológica de Mino Raiola. Todos los periódicos de Italia habían corrido a enterrarle cuando la corneta del clickbait tocó a rebato. Y el tipo seguía vivo (murió dos días después). Esa es otra: las necrológicas de los que se resisten a morir cuando ya les has construido una preciosa caja. Supervivientes cuya tozudez existencial transforma la crónica en un yogurt caducado en la abarrotada nevera periodística. Y a veces nos queman en las manos. Le Monde, por ejemplo, anunció el suicidio de Monica Vitti en 1988. Al final se fue este año tan tranquila, con 90 tacos. A Juan Pablo II, cuyo obituario era como una aplicación de móvil que se iba actualizando, murió y resucitó varias veces en la prensa transalpina.

El género se conoce en Italia como Coccodrilo y consiste, fundamentalmente, en escribir un artículo sobre un muerto que está vivo. El principio del método respondería a que el tiempo de reacción del periodista ante un deceso es incompatible con el de una confección digna de la noticia en directo. Algo que generalmente requiere documentación y llamadas (afortunadamente hay gente que se presta a hablar de parientes y amigos que siguen vivos como si ya la hubieran palmado). Lo de Coccodrilo tiene que ver con aquello tan poético de verter un reguero de lágrimas periodísticas diseñadas como si fueran muy sentidas y espontáneas. La idea, obviamente, es aportar esa sensación de velocidad de la que uno carece cuando toca comenzar a escribir sin mirar atrás. Justo lo que saben hacer solo algunos cronistas cuando la realidad se empeña en llevarte la contraria en el tiempo añadido. Imaginen las crónicas ya terminadas en el minuto 93 de la final de Champions entre el Madrid y el Atlético en Lisboa, antes del cabezazo de Sergio Ramos.

Lo de la tensión por mandar rápido sucede ya en todos los ámbitos periodísticos. Las audiencias, las técnicas de posicionamiento. No digamos ya la incertidumbre que genera en un cronista una carrera de motos o de coches hasta el último segundo. O unas elecciones. Pero el fútbol tiene esa manía de dictar sentencia al cierre de la edición de papel. Y capturar el remolino de emociones que se forma en esos minutos es una misión suicida. Muchas veces, también una renuncia a publicar una crónica cien veces mejor que la que el tiempo de descuento ha destrozado. Al Monza de Berlusconi, al menos, le queda el playoff para el ascenso. El miércoles, a Brescia.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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