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Area di rigore
Columna
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Ancelotti, en el grupo de whatsapp equivocado

El técnico italiano y Mourinho han demostrado de forma contrapuesta esta semana lo importante que resulta descifrar el ambiente y la identidad del lugar donde trabajas

Mourinho, en las semifinales de la Conference el jueves pasado.
Mourinho, en las semifinales de la Conference el jueves pasado.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)
Daniel Verdú

En el grupo de whatsapp del colegio de mi hija, quizá por esa idea italiana de la masculinidad, solo participamos tres padres. En ese chat no se hablaba de fútbol. Y, por supuesto, tampoco se hacen bromas pseudorracistas sobre napolitanos. Pasadas las once de la noche del miércoles, sin embargo, uno de los tres –yo a esas horas estaba ya hundido–, se equivocó de grupo e hizo ambas cosas. Podía haber sido peor. Todos conocemos historias para no dormir de mensajes y fotos tremendas en el grupo de whatsapp equivocado. Pero quedó en un comentario sobre el Madrid-City. “Solo en Nápoles podían echar a alguien como Ancelotti”. Nadie respondió, claro. A pesar del típico hedor antinapolitano, resultó ser un comentario oportuno. Porque siempre será mejor equivocarse de chat que de equipo.

Algunos personajes solo funcionan en determinados ecosistemas, a menudo relacionados con el tamaño que los envuelve. Pasa con actores o con artistas. También con entrenadores. Su éxito reside en descifrar ese espacio. Con su capacidad de gestión del ambiente más que con la parte técnica de su oficio. Ancelotti y Mourinho lo han demostrado de forma contrapuesta esta semana.

A Carletto le preguntaron al final del partido contra el City si esa noche se fumaría un puro, como hizo en la celebración de la Liga. Respondió que no lo hace nunca, pero que ese día estaba con sus amigos y… Dudó al de decirlo, pero lo repitió. “Los jugadores son mis amigos”. Justo lo que no quería el dueño del Nápoles, Aurelio de Laurentiis, cuando le contrató hace cuatro años y le mandó luego que obligase a sus futbolistas a concentrarse en un retiro que nadie deseaba. Tampoco el técnico. Ancelotti se vio envuelto en una suerte de ajuste de cuentas entre clanes: el del capitán, Lorenzo Insigne, y el del presidente. Una faida napolitana en toda regla. Y decidió ponerse del lado de los jugadores, claro. Es su código. Son sus amigos. Los únicos con los que fuma puros. Y a los amigos no se les traiciona. Tampoco a la afición. Lo de uno di noi, en suma.

La etapa italiana de Ancelotti la marcó a fuego la idiosincrasia tranquila del entrenador de Reggiolo, un pueblo de Reggio Emilia a orillas del Po. Hijo una familia de agricultores, logró el respeto de casi todas las aficiones en Italia como jugador –en la Roma la adoran y esperan que termine ahí su carrera con un scudetto como el que ganó en el campo en 1983– y como entrenador. Menos la de la Juve, a la que también entrenó y que todavía lo insulta al grito de maiale (cerdo) por sus orígenes de campo. Algunas gradas son así. Ancelotti, en cambio, siempre estuvo a la altura de la exigencia del Milan (dos Champions). Y luego hizo lo propio en el Chelsea, el PSG, en el Bayern y en el Real Madrid. ¿Qué sucedió en Nápoles? El proyecto, probablemente, no tenía el tamaño en el que Carletto se siente a gusto. Y él no supo entenderlo.

A Mourinho, en cambio, le sucede proporcionalmente lo contrario, pero necesita lo mismo. Su llegada a la Roma, un equipo de menor presupuesto, títulos y objetivos que casi todos los anteriores, podía interpretarse como un escalón menos en su decadente carrera. Pero ha significado lo opuesto. En el Olímpico ha vuelto a ser aquel entrenador ambicioso y posibilista del Oporto. Cabeza de ratón. Y logró convertir la Conference League, una competición que los romanistas aceptaron resignados a comienzo de temporada, en la nueva Copa del Mundo. “Quiero un público que venga a jugar el partido, no solo a verlo. Si no es así, que no vengan”, lanzó a la grada antes de que colocarles en la primera final europea desde 1991. El resultado fue un ambiente que no se había visto en desde hacía décadas.

El portugués ha entendido casi siempre el equipo donde estaba y ha sabido adaptarse al molde. Un síntoma de inteligencia. En Roma, a pesar de ir sexto en la liga, le adoran. El jueves por la noche, señal de que es así, la profesora se desató y escribió en el chat del cole. “Grazie, Roma”. Y en la cabeza de casi todos los padres sonó el himno de Antonello Venditti. Porque resultó que, al final, todo era más simple: en el chat no se hablaba de fútbol para no herir la frágil sensibilidad de una madre de la Lazio.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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