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Columna
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El milagro del Südtirol: un Bayern en miniatura

El club de la región de Alto Adigio, un prodigio de gestión en una zona con una compleja identidad cultural y política, asciende a Serie B por primera vez

El Südtirol celebra su triunfo ante el Triestina que le dio el ascenso a la Serie B.
El Südtirol celebra su triunfo ante el Triestina que le dio el ascenso a la Serie B.
Daniel Verdú

Bolzano, capital de la región de Alto Adigio (noreste de Italia), es una anomalía cultural y política en el país. Los pretzels y las jarras de cerveza austriaca conviven en un raro equilibrio gastronómico con las pizzerías napolitanas. La población de la región —anexionada en 1919 en los pactos de Londres tras la Primera Guerra Mundial— habla mayoritariamente alemán y solo un tercio continúa apegada al idioma de su pasaporte (en la capital es justo al revés). Muchos de sus habitantes no se sienten ni italianos ni austriacos y su encaje nacional se basa en un sistema de gran autonomía que ha disparado el crecimiento de la zona y ha mantenido la estabilidad en el frágil equilibrio fronterizo. En Bolzano, un lugar que siempre prefirió practicar deporte a verlo sentado, triunfaba el hockey sobre hielo y el salto de trampolín. Pero en medio de esa compleja identidad, un club de fútbol ha unido a todos alrededor de su éxito. El Südtirol, una sociedad de apenas 26 años, jugará el año que viene en la Serie B por primera vez en su historia.

La noticia podría ser irrelevante. Pero la particularidad de la región, una isla fronteriza encajonada bajo las imponentes Dolomitas, y la del propio club, la hacen muy singular. Alto Adige es la zona más rica de Italia: hoy tiene una renta media de unos 42.000 euros, más alta que la alemana y el triple que la calabresa. Y en ella conviven tres grupos lingüísticos y culturales que, a menudo, configuran las costumbres sociales de la zona (alemán, italiano y ladino). Mussolini intentó italianizarles por la fuerza de la migración. Pero la integración real no llegó hasta el 5 de septiembre de 1946, cuando el primer ministro Alcide de Gasperi y su homólogo austriaco Karl Gruber acordaron la autonomía de la región, que evolucionó hasta el elevado nivel actual. La cultura austriaca se mantuvo (la bandera tiene un águila imperial), los alumnos se segregaron en colegios por idiomas y las plazas de funcionarios se repartieron equitativamente por bloques étnicos. Más allá de turbulencias (hubo algunos episodios de terrorismo independentista), el invento funcionó. Y el club permite explicar hoy algunos rasgos de esa identidad.

El Südtirol, que tomó el relevo en 1995 de un equipo amateur de un pueblo llamado Bressanone, ignora a propósito esa diferencia y lo subraya en sus estatutos, como recordaba en un estupendo hilo en Twitter el periodista Adrián Soria. “El estadio es un punto de encuentro para hablantes nativos de italiano, alemán y ladino y el objetivo es uno solo: ¡animar a tu equipo!”. Y la afición, que lo hace todavía al grito de “Alto, Alto, Alto” [por el nombre en italiano de la región], está completamente mezclada entre los 3.000 asientos que tiene el Druso (por el militar del imperio romano Nerone Claudio Druso).

El equipo, estructurado en torno a una especie de empresa mixta copropiedad de socios y empresas privadas, es una suerte de Bayern de Múnich en miniatura. Gestión perfecta, austera (existe un techo salarial de 100.000 euros para los jugadores) y unas fabulosas instalaciones de entrenamiento en pleno bosque. La ciudad deportiva está tan bien pensada que la selección alemana hizo aquí su pretemporada antes del Mundial de 2018. El Südtirol tuvo que entrenarse esos días en otro lugar mientras se jugó, sin éxito entonces, el ascenso a Serie B, como recuerda el periodista y narrador deportivo de la RAI Stefano Bizzotto.

Una de las bazas del Südtirol ha sido su apuesta por la cantera y los jugadores locales (cuatro de ellos han formado parte de la proeza del ascenso: Fischnaller, Hannes Fink, Simone Davì y Fabian Tait). Este año, el primero en que el Südtirol tendrá que viajar por Italia (la Serie C todavía se ciñe a criterios geográficos dividiendo el país en tres áreas de norte a sur) puede que toque abrir algo el foco. Cambiar algunos elementos. Pero el club más al norte del país, un siglo después de que Mussolini mandase aquí a miles de italianos de otras regiones para explicarles lo que era Italia, servirá también para mostrar al resto del país cómo son ellos.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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