¿Auf Wiedersehen, Italia?
Alto Adigio, la región más rica del país, transita entre los cantos de sirena austriacos y la autonomía total que le concede Roma para calmar las pulsiones nacionalistas
Bolzano es el único lugar de Italia donde conviven las pasiones identitarias germánicas con la huella de Mussolini. Los pretzels y las jarras de cerveza, con las pizzerías calabresas. Una población cuya región (Alto Adigio o Sur Tirol) habla mayoritariamente alemán y en la que una minoría continúa aferrada al idioma de su pasaporte (en la capital es al revés). Muchos de sus habitantes no se sienten ni italianos ni austriacos y su encaje nacional se sustenta en un sistema de abrumadora autonomía cultural y financiera que ha disparado el crecimiento de la zona —la más rica del país— y ha mantenido la estabilidad en el frágil equilibrio fronterizo en el que vive desde 1919. Pero el pasado diciembre, Austria ofreció a los ciudadanos de habla alemana el doble pasaporte e incendió un territorio que, bajo su apariencia tranquila, oculta las cicatrices de los grandes conflictos europeos. El escalofrío llegó hasta Roma.
Justo en los confines del norte de Italia, encajonada entre las Dolomitas, la ciudad de Bolzano (105.000 habitantes) es un impoluto lugar donde un frío domingo por la tarde se puede andar por el centro sin cruzarse con nadie. En las tres cervecerías abiertas, donde a veces algunos acuden todavía separados por grupos de habla alemana (el 75% de los habitantes de la región) o italiana, en cambio, no hay una mesa libre. Corre la cerveza y las tertulias sobre la cuestión nacional son frecuentes. Aquí el conflicto catalán, cuenta el abogado de 38 años Marco Manfrini, se ha seguido con atención y ha despertado algunas pulsiones adormecidas a pocos días de unas elecciones con escasas respuestas para la zona.
Los partidos nacionales no dan con la tecla exacta y mandan paracaidistas, como la controvertida subsecretaria de Estado Maria Elena Boschi (PD), nacida en la Toscana y que apenas sabe una palabra de alemán. En la región siempre ha gobernado el Südtiroler Volkspartei, alineado con los ciudadanos de habla alemana y ladina (la lengua retorrománica que habla menos del 5% de la población). Pero la identidad, especialmente aquí, es algo relativo y suele ir por barrios. Manfrini es muy claro al respecto. Él se siente mucho más austriaco que italiano. “¿Qué me une a un calabrés? Ambos vivimos en un el mismo periodo histórico...”, señala con una pinta en la mano y sin encontrar demasiadas coincidencias.
La propuesta del doble pasaporte, que incomoda sobremanera al Gobierno de Italia, llegó a finales de diciembre desde el otro lado del Tirol, impulsada por la ultraderecha del FPÖ, socio indispensable para el Gobierno conservador. Una idea sin definición clara que plantea más interrogantes que respuestas: sobre el servicio militar (en Austria sigue siendo obligatorio), los impuestos o incluso el voto. De momento, solo un efectivo elemento de confrontación para el que se ha creado una comisión de estudio. Pero Austria podría tomar la decisión unilateralmente y algo bulle ya en una región donde las inclinaciones secesionistas llegaron a producir más de 300 atentados, con una veintena de muertos.
Alto Adigio, la zona más pobre del país tras la Segunda Guerra Mundial, fue anexionada a Italia en 1918 como trofeo por los servicios prestados. Sus habitantes, sin embargo, persistieron en la extraña manía de seguir siendo ellos mismos. De modo que el Duce decidió italianizarlos facilitando la llegada de miles de inmigrantes del sur e imponiendo las costumbres mediterráneas y otras tantas fascistas, que todavía se manifiestan a través del partido CasaPound, con 3 concejales.
Pero aquello también despertó el sentimiento contrario y la integración en Italia no empezó a fluir hasta que el 5 de septiembre de 1946, cuando el primer ministro Alcide de Gasperi y su homólogo austriaco Karl Gruber acordaron la autonomía de la región, que iría evolucionando hasta el elevado nivel actual. La cultura austriaca se mantuvo (la bandera tiene un águila imperial), los alumnos se segregaron en colegios de habla alemana e italiana —también la vida social— y las plazas de funcionarios se repartieron equitativamente por bloques étnicos. Más allá de turbulencias, el invento funcionó. Hoy tiene una renta media de 41.100 euros, más alta que la alemana y el triple que la calabresa.
Pero para entender el Sur Tirol, un lugar que roza el pleno empleo y la esperanza de vida es cuatro años mayor que en el sur, siempre conviene visitar la montaña y pisar la nieve. Reinhold Messner, primer alpinista en subir las 14 cimas de más de 8.000 metros sin oxígeno ni ayuda tecnológica, es un símbolo cultural y político de la región. Ha rehabilitado seis castillos y los ha convertido en museos que, como su propia presencia, dan fe la tensión entre el hombre y la naturaleza. En el de Firmiano, justo donde en 1957 se congregaron 35.000 personas para pedir más independencia, Messner recibe a EL PAÍS y analiza la identidad de su pueblo. “Aquí la gente tiene dos culturas. Somos creativos como los italianos, pero tenemos un orden como los alemanes. Estoy orgulloso de ambas, pero no soy austriaco, ni alemán ni italiano. Yo soy surtirolés y europeo. Y esto tiene que crecer en nosotros, tenemos que tender a Europa”, señala. Para Messner, nadie que tenga “algo en el cerebro” puede querer la independencia de la región. “El nacionalismo es un peligro”, concluye en el último piso del torreón de su castillo.
Pero los matices aportan las claves más interesantes en estos conflictos. Y pocas figuras ejercen mejor el papel de bisagra de este universo bipolar que el exsenador y jefe de investigaciones sobre federalismo del instituto Eurac, Francesco Palermo. La descentralización de Italia es una necesidad de primer orden, considera, que solo traería mejoras a la integración. Pero observa con extrema preocupación la propuesta austriaca de conceder la doble nacionalidad a los habitantes de la región de habla alemana. “Sería como meter a un elefante en una cacharrería. Este sistema de convivencia es muy frágil y hay cosas que solo funcionan si se hacen juntos y hay cooperación. Sería muy peligroso por las posibles consecuencias que tendría en el territorio. Se formarían dos clases de ciudadanos... No veo ventajas, no cambiaría nada estando en la UE”. Otra cosa es lo que piensen mañana los italianos sobre el club de los 27.