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Juanpe mantiene la maglia rosa del Giro de Italia tras la victoria de Hindley en el Blockhaus

El ciclista de Lebrija sigue líder por 12s sobre Bardet tras un Blockhaus marcado por el viento en el que los favoritos se rinden y acaban al sprint

Carlos Arribas
Giro d'Italia
Jai Hindley celebra el triunfo de etapa en Blockhaus.JENNIFER LORENZINI (REUTERS)

Como el novelista inventa una tierra en la que puedan respirar sus personajes así el Giro de Italia, y no la naturaleza bruta de los Abruzos, crea el Blockhaus, y hasta el nombre se lo sacó del magín Torriani, el inventor del Giro que amamos, asfalto duro y nuevo, pendientes que quitan el hipo hacia pastos en los que saltan rebecos caprichosos como cabras, y hasta nieve más arriba, y un viento de lado y de cara, según giran las curvas, que aniquila la voluntad de la mayoría, la tierra en la que respira y lucha Juanpe López, que crece, de rosa siempre. Peleón y determinado. Y ambicioso. “Mi ambición siempre ha sido ganar”, dice Juanpe, que se vistió de rosa el martes en un volcán, un reflejo de su forma de correr, que parece que va a reventar en cualquier momento, tanto se mueve sobre la bici, tanto esfuerzo agónico parece consumirle, tanto avisa con sus temblores, pero siempre resiste, aunque en el momento más duro el neerlandés del Jumbo Sam Oomen le cierra y está a punto de hacerle caer, y no cae, y se recupera, y lleva la contraria a todos los que creen imposible que vuelva, y vuelve, y sigue de rosa el domingo, donde derrota a la trampa del destino, donde muestra que la voluntad es más fuerte que el miedo, y seguirá el martes, pues el lunes toca descanso. “Si no fuera ganador, no habría sido ciclista”. Y feliz se abraza a Josué Arán, el masajista del Trek que le espera en la meta contando los segundos y le abriga y le da de beber. Y le dice, por 12s sigues rosa. Lo has conseguido. Y los dos ríen a carcajadas, ebrios de alegría.

El masajista Josué Arán abraza a Juanpe a su llegada salvando la maglia rosa.
El masajista Josué Arán abraza a Juanpe a su llegada salvando la maglia rosa.FABIO FERRARI (AFP)

“Somos una familia”, dice Juanpe, de Lebrija, de 24 años, que pasa del sueño a la realidad de un salto y ya tiene un nuevo sueño. Una ambición nueva que muchos de los que han llegado delante, que son 14, ya han alcanzado. El que gana la etapa en la volata, Jay Hindley, ya ha terminado segundo en un Giro; el segundo, Romain Bardet, ha sido podio en el Tour y ha ganado etapas everywhere, como Richard Carapaz, ganador de un Giro, que llega tercero; como Mikel Landa, dos veces caído pero entero, y con una zapatilla de cada color, sediento y feliz porque, al menos, ha burlado al destino, y llega cuarto con el maillot oscuro, con manchurrones de la grasa de la carretera en la que cayó descendiendo el Paso Lanciano. Pasan lista los favoritos, y dos no responden. Simon Yates y Wilco Kelderman no han llegado aún, tardarán más de 10 minutos. Y lo harán detrás de Nibali y Valverde, los viejos que resisten.

Escribía Pasolini del sur de Italia, que ya no existe como era, y los trabajadores ya no pueden pretender que sus hijos entren en la FIAT como entraron ellos, sino que los apuntan a cursos de baristas online, que en Nápoles son cantidad, porque por ahí va el futuro, y lamentaba ya hace 60 años que el aire burgués y provinciano, nuevo rico, y se puede amar todo, salvo a la provincia, gritaba, acabara con el sur, “un Cafarnaúm sin límites, lleno de pobres, de ladrones, de hambrientos, de sensuales, pura y oscura reserva de vida”. Y lo parece, pero no describe al pelotón ciclista de los Giros que Torriani hizo amar al mundo, al ciclista que ya no existe, al ciclista que algunos, dueños de una inteligencia histórica, tal Landa, tal Carapaz, tal Juanpe, quieren ser. Juanpe revive a Vito Taccone, el rebeco de los Abruzos, aquel ciclista que se lio a puñetazos con Manzaneque en una etapa, y le lanza un bidón a Oomen, lo que le ha obligado a poner pie a tierra, a perder el refugio del grupo de los mejores, una docena entonces, a ocho kilómetros de la cima. Luego, el espíritu provinciano es un barniz difícil de perder hasta para un chaval de Lebrija que se ganaba dinero para sus gastos trabajando de peón albañil, Juanpe pide perdón. “Lo siento”, dice. “Me disculpo. He hecho mal. Pero estuve muy cerca de caerme y me fue muy difícil volver a centrarme, no perder los nervios, poner el foco solo en no perder tiempo”.

Tal Castroviejo, el capitán del Ineos, el estratega del tranquilo Carapaz, su reserva de más calma, que llega a la salida y anda como un anciano con artritis. Alguien le grita, ponte bien, Johny, que Carapaz te necesita como te necesitó Egan para ganar el Giro pasado, y el vizcaíno logra que su cara de lobo, con esa barba oscura, sonría un poco, y grita también, tranquilo, ando mal, pero en la bici me muevo bien, y horas después dirige las maniobras del Ineos, la aceleración en el Paso Lanciano que acaba con las esperanzas de la fuga y hace enfilarse al pelotón. Y 50 kilómetros más tarde, pasados Lettomanopello, qué topónimos, más poéticos aún que los Abruzos, o tan largos como el siguiente, San Valentino in Abruzzo Citeriore, el más largo de Italia, o el que marca la base del Blockhaus tan tedesco, Roccamorice, poesía del amor, un Ineos, Richi Porte, sigue tirando sin aliento. Y de pelotón quedan ocho o nueve ciclista solo, y algunos ya hacen la goma.

Es el metro más duro de la ascensión de la subida de los bandidos. 14%. A 4,6 kilómetros exactamente. Carapaz ataca. Hace honor a la fama primera del Blockhaus, la que habla de ciclistas insurgentes, campeones que prefieren jugar del lado de los ladrones siempre, la que habla del Tarangu contra Merckx, de Nairo contra Dumoulin, del primer Merckx contra Anquetil y otros poderes prehistóricos. Bardet y Landa le han seguido; contemporizan, temen el viento, se vigilan, marchan a tirones; los que les siguen, a ritmo regular, se acercan y se alejan según respiran los tres más frescos, más fuertes. Les alcanzan en los últimos hectómetros, falso llano en descenso, falso llano en subida, nada se puede hacer más. Les esprintan. Volata en el Blockhaus, título de un relato de lo inesperado. Les derrota un australiano hábil y correoso, Jai Hindley, que ya fue rosa hace dos años, ganó ya su etapa alpina y perdió el Giro en la última contrarreloj. Y Juanpe es feliz.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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