Van der Poel lidera hacia la victoria a la generación apresurada en el Giro de Italia
Victoria en su debut del fenomenal nieto de Poulidor, que supera en el ‘sprint’ a Girmay y añade la ‘maglia’ rosa al ‘maillot’ amarillo logrado el pasado Tour
El Giro de Italia rueda en Hungría. En el bosque de sus laderas, acostados como arqueros de Robin Hood, emboscados esperan los aficionados, que no chillan hasta que no tienen a la vista al pelotón hilvanado. Los ciclistas ascienden apresurados la colina del castillo como si temieran un ataque desde los árboles húmedos que no esconden maldad.
Le dicen la generación de la pandemia, y quizás por ello sea, en verdad, la generación acelerada. El fin del mundo se acerca, leen, y su príncipe, Mathieu van der Poel, en vez de arrodillarse en penitencia y arrepentirse por su soberbia aún impune, acelera y acumula. Se hace un historial en nada. Lo que el abuelo Poulidor no consiguió en 19 años de larga carrera, de los 23 a los 41, el nieto holandés lo consigue en 10 minutos. Un maillot amarillo y una maglia rosa. Y a su espalda, otro apresurado, otro predestinado, puntual en su cita, Biniam Girmay, uno con una cita pendiente con la historia, y con todo un continente, y con todo un continente, que se lanza y adelanta a Pello Bilbao, toda la chispa de Itzulia y de los Alpes aún en las piernas del corredor de Gernika, fresco en su cabeza el recuerdo, y la moral, del sprint que le ganó a Alaphilippe, y defiende el honor de la generación tranquila.
Debuta en el Tour Van der Poel, el verano pasado, y el segundo día contempla una cuesta en Bretaña y arriba una pancarta, acelera y, ¡zas!, un maillot amarillo, y su brillo hace juego ideal con el de sus ojos brillantes y felices en el podio, su sonrisa tan clara, casi infantil; 10 meses más tarde, debuta en el Giro, el primer día rodea la gran curva del Danubio lento, que, en su camino interminable de la Selva Negra al Mar Negro gira de repente, asustado por un viejo volcán que la dentadura ya tiene gastada, y se lanza hacia el sur, donde le espera Budapest. En mitad de la curva, a su derecha el ciclista, Van der Poel, ve en lo alto de una colina el castillo de Visegrád, y a su lado una pancarta, espera el tiempo justo mientras otros le permiten medir los segundos, la distancia, el esfuerzo, acelera y, ¡zas!, una maglia rosa que viste feliz, casi tan feliz como el amarillo del Tour, pero sin la emoción en los ojos: la memoria del abuelo no llega al Giro. “Y yo estoy mucho más tranquilo, relajado, relajado, sin la carga emocional”, dice el ganador, y sobre su maillot verde oliva luce el rosa, y ha cruzado la meta sin levantar siquiera los brazos del manillar, sin levantar la cabeza que hunde entre los hombros en pleno esfuerzo cuando en el Tour levantó un brazo hacia el cielo, y derramó alguna lágrima. “En el Tour estaba mucho más nervioso. Allí celebraba una historia familiar; aquí, un objetivo más”.
Cinco minutos invertidos en cada pieza que flanquean en su vitrina a la joya de la corona, por ahora, la victoria en el último Tour de Flandes ante Pogacar.
Ni Merckx inspirado tuvo la capacidad, la prisa, del fenómeno; ni su padre, Adrie van der Poel, que solo ya muy veterano empezó a levantar los brazos en carreras importantes. “Ya”, dice Van der Poel, hijo, que tiene 27 años y varias temporadas de ciclocross a sus anchas espaldas, pero en la carretera aún es un imberbe de cuatro primaveras. “Queda todo muy bonito, pero correr al abordaje, como yo corro, tiene un precio”. El precio aparente lo paga con una de las cuatro botellas de prosecco que tiene que abrir en el podio, una por la victoria de etapa, otra por la maglia rosa, otra por la azzurra de la montaña y una cuarta por la ciclamen de los puntos. El tapón de la primera salta, como salta él mismo en los sprints, ¡zas!, con la botella aún en el suelo y le golpea en un ojo, que se frota y arroja una lágrima. El precio real de correr así, el agotamiento absoluto como objetivo, es el de no saber cuánto podrá aguantar.
“La maglia rosa, seguramente no la aguantaré más días”, admite Van der Poel. “En la contrarreloj de Budapest [nueve kilómetros de callejeo entre Pest y Buda, y una subida a otro castillo, por una cuesta de más de un kilómetro al 14%, un verdadero muro de pavés] el rosa se lo pasaré a mi amigo Dumoulin”.
Seguramente piensa diferente Pello Bilbao que, pese a su ligereza, no es nada malo en la cuestión de las contrarrelojes, y que, gracias a la bonificación y a un corte de cuatro segundos, aventaja en ocho a Dumoulin y a otros de los que se dice que van a por la victoria final: Bardet, Yates, Landa, Almeida… Solo el más favorito de todos, Carapaz, se libra del corte de cuatro segundos: un anuncio de lo que está por venir, una confirmación de que su Ineos se toma el Giro muy en serio.
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