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Los creadores del aire y la nieve conquistan los Juegos de Invierno

Plata en slopestyle, Eileen Gu Ailing, de 18 años, la reina china de Pekín, consigue su segunda medalla tras el oro de big air

Carlos Arribas
Eillen Gu, en el slopestyle.
Eillen Gu, en el slopestyle.MAXIM SHIPENKOV (EFE)

Para el común, torpe, humano, esclavo de la ley de la gravedad, asfalto en los pies, agobio en la cabeza, y una nube de tubos de escape en vez de aire, no hay quizás deportistas más admirables que los que se sienten artistas en las laderas de las montañas, nieve en los pies, adrenalina en el coco, riesgo en el corazón, aire que duele de frío, a 15 bajo cero, y de limpio, y dan ganas de suspirar. Se ríen de la ley de la gravedad, qué es eso, y se lanzan sobre esquís mínimos pendiente abajo, locos, girando, saltando, por barandillas artificiales, y saltan desde rampas curvas, y giran, y giran, como Eileen Gu (para los occidentales, para los de la California en cuyo San Francisco, con vistas al Golden Gate, nació hace 18 años) o Gu Ailing (en la China para la que compite y gana medallas en sus Juegos de Pekín). La goza, y a veces no se caen. Se llaman freestylers o freeskiers.

Siempre free, que para ellos lo significa todo, sobre todo desafío a las normas, a lo que se considera normal, a los límites de la imaginación, y vuelan ingrávidos, crean figuras, huyen del camino fácil, y es complicado serlo en el slopestyle, una de las cinco parcelas de la nieve libre y olímpica (las otras: big air, halfpipe, baches, aerials, con esquís y en snowboard, con Queralt Castellet medalla de plata), y Gu ataca las barandillas deslizantes, más que el hielo, tan pulidas, tan estrechas, como si fuera Simone Biles sobre la barra de equilibrio en su gimnasia imposible, y entra girando y sale girando, de espaldas y de frente, y ante ella se abren caminos que se bifurcan, que obligan a una elección borgiana, barandillas, rampas, y elige segura. Parece un contrasentido. El surfing se hace en olas que elevan al deportista, que luego surfea, poniendo ruedas en sus tablas, en las escaleras de hormigón de las ciudades feas, y también lo hace en la montaña, en la nieve. Siempre buscando el más difícil. “Y en el slopestyle, un descenso de 600 metros con obstáculos, los raíles, las barandillas, que imitan a las de las escaleras urbanas, son el sitio en el que más fácil es fallar”, explica la joven freeskier guipuzcoana Maialen Oiartzabal, de Oiartzun. “No vale solo patinar sobre ellas y no caerse. Hay que hacer giros antes de entrar y al salir, y luego seguir esquiando fluida, limpia, estilosa, con trazadas amplias. Y, sobre todo, hay que hacer eso, entrelazar elementos sin parones para preparar uno u otro, sino todo seguido, y ser creativa. Lo alternativo puntúa más porque hace progresar el deporte, nos hace avanzar a todas”.

Eileen Gu Ailing (y, así, todos contentos, occidentales, orientales) es también, dice Oiartzabal la que más se entrena, la que más se dedica y trabaja, y es la favorita para una segunda medalla de oro después de la que consiguió la semana pasada en el big air, el salto único, en la antigua siderurgia de Pekín. Como todas las demás competidoras es extraordinaria, vive el mundo quizás cabeza abajo y pies arriba, y los californianos no entienden que ese carácter excepcional de aquella a la que en Pekín, y sus cinco millones de seguidores en redes, llaman con exclamaciones, la “princesa rana”, quizás explique que, pese a su madre china, la cría sola, a los 15 años, hace tres, eligiera ser china y no norteamericana, y eso que estudia en Stanford, con todo lo que eso significa, y, visto desde la superioridad cultural que exhiben los hijos de Estados Unidos, no solo porque la cuestión de los derechos humanos no es lo que mejor se le da al gobierno de Xi Jinping.

La reina china de Pekín, y no princesa, hizo un primer recorrido regular, un segundo catastrófico y solo en el tercero fue capaz de acercarse a lo que es ella, la acróbata que todas querrían ser. Planchó sus trucos, algunos espectaculares como un doble cork 10 Japan Airlines, pero no le valieron para superar a la mejor, pues Gu no ganó. Fue mejor la suiza, 20 años, Mathilde Gremaud, ya bronce en big air, y Gu fue plata, y feliz. “No sé por qué sigo haciéndome esto, dejarlo todo para el último salto, como en el big air”, dijo, “pero me encanta porque he convertido la presión en combustible, y sienta tan, tan bien…” La china de San Francisco aún dispone de una nueva oportunidad de medalla en la competición de halfpipe, su favorita.

Quienes ya no tienen más esperanzas son los españoles, el viral Thibault Magnin –uno de los deportistas más famosos en China, protagonista de reportajes, por sus originales y divertidos vídeos, y su imaginación desbocada de veinteañero a ritmo de la bachata de Ozuna, su paisano en la república Dominicana—y el más sereno Javier Lliso, el madrileño que se ganó un diploma olímpico en big air. Ambos quedaron fuera de la final al no superar la prueba eliminatoria. Magnin se cayó en el segundo salto en la primera ronda y en la primera barandilla de la segunda. No terminó ninguna. Lliso, que se cayó en la primera, no hizo los trucos necesarios en la segunda para clasificarse.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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