De Gallego a Gabriel: locura transitoria
Sin llegar al dramatismo del asesinato de Escobar, el anecdotario del fútbol está lleno de jugadas trágicas, de farsas, de resbalones que han decidido campeonatos
El 9 de marzo de 1969, el Barcelona estaba ganando al Real Madrid gracias a un gol de Zaldúa cuando, en el minuto 88, Gallego, recio central criado en el Sevilla y madurado en el Barça, tuvo la ocurrencia de levantar los brazos y blocar la pelota con las manos. No había ningún peligro. Estaba dos pasos dentro del área. Fue un penalti inexplicable que Gento convirtió en el 1-1 y en otra frustración barcelonista. Eran los años del largo túnel que separó al Barça de HH del Barça de Cruyff. Nunca se ha sabido qué le pasó a Gallego aquella noche. “Magia o maldición de una jugada asombrosa”, escribió el cronista de La Vanguardia. “Fue algo que cuesta comprender. Fue como si un hada hubiera tocado con su varita mágica o una arpía profiriese una horrible maldición. ¡Aquel penal…!”.
Ha habido tragedias mucho peores. Como el autogol del defensa colombiano Andrés Escobar frente a Estados Unidos en el Mundial 94. Colombia perdió el partido (2-1) y acabó eliminada contra pronóstico. Cinco días después, Escobar fue abatido a balazos en Medellín.
Sin llegar al dramatismo del asesinato de Escobar, el anecdotario del fútbol está lleno de jugadas trágicas, de farsas, de resbalones que han decidido campeonatos y de auténticos suicidios futbolísticos de difícil explicación, como el penalti de Gallego. Entre las farsas hay pocas mejores que el lío que se montaron el portero Miguel Reina y el defensa Violeta en un amistoso de España en Holanda en 1973 que acabó en un autogol tan absurdo que se convirtió en cachondeo nacional.
Menos gracia hizo el fallo de Arconada en la final de la Eurocopa de 1984, que acabó dando el triunfo a Francia. O el de Cardeñosa contra Brasil que dejó a España eliminada del Mundial 78. O los tres penaltis desperdiciados por Martín Palermo en un Argentina-Colombia de la Copa América (uno al larguero, otro alto y otro a un poste). Pero eso son fallos, y el fútbol está lleno de errores. Más raros son los resbalones con consecuencias. Pero también los hay. Como el de Terry en la tanda de penaltis que le costó la final de la Champions al Chelsea frente al United en Moscú en 2008. O el de Gerrard contra el Chelsea en 2014, cuando el Liverpool pensaba que iba a ganar la Premier por primera vez en 26 años. No la ganó.
Entre los enloquecimientos temporales ya está en la historia el cabezazo de Zidane a Materazzi en la final del Mundial 2006, que Italia acabaría ganando por penaltis. Para muchos, un suicidio.
Suicidio parece también lo que hizo este sábado el Arsenal. Después de pasar por encima del Manchester City en la primera parte y de irse al descanso con un gol de ventaja, lo tiró todo por la borda en un par de minutos de enajenación mental transitoria que solo se pueden explicar por el poco temple de algunos jugadores, encendidos con el árbitro porque les negó un penalti en la primera parte que el VAR no entró a resolver. En la segunda, al siempre impredecible Granit Xhaka no se le ocurrió otra cosa que frenar a Bernardo Silva agarrándole un instante de la camiseta. Silva se dejó caer en cuanto notó el contacto. El VAR sí intervino esta vez y recomendó al árbitro que decidiera con la ayuda de las imágenes. Penalti.
El segundo impulso suicida lo sufrió el defensa brasileño Gabriel, que lleva poco en la Premier pero, con 24 años cumplidos, ya se afeita: primero intentó hacer con la puntera un hoyo en el punto de penalti para dificultar el lanzamiento del City. Primera amarilla. Apenas dos minutos después, ya con 1-1 en el marcador, agarró a un rival en una jugada intrascendente en el centro del campo. Segunda amarilla y expulsión. Suicidio consumado y drama final: gol del City en el tiempo de descuento (1-2). El fútbol es una locura. Y un gran espectáculo.
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