Una familia de guerreras
La selección femenina de balonmano ha creado una identidad propia, se ha convertido en uno de los equipos más respetados y ha asumido una competitividad al nivel de las mejores en cada torneo
El deporte ofrece emociones complicadas de explicar y muy difíciles de encontrar fuera de la competición. Hacer sentir orgullosos a tus compatriotas, ser un motivo de alegría para el gran público, es una de las más hermosas. El sentimiento de comunidad, la posibilidad de generar emociones colectivas es un premio que todo atleta conserva con un cariño tremendo.
Esta es una realidad que se observa especialmente en competiciones internacionales de selecciones. Lo vivimos en torneos continentales y, en mayor escala, en campeonatos mundiales. La diferencia de jugar en casa, ante tu público, o hacerlo a domicilio es abismal. El ambiente que se genera es determinante en todos los detalles.
Estos días tenemos la fortuna de tener en España el Mundial femenino de balonmano. Nuestras guerreras van a competir hoy buscando un hito: la medalla de bronce ante Dinamarca (Teledeporte, 14.30), la tercera presea mundial en la historia del balonmano femenino español. Saber que en momentos delicados la grada te puede dar ese extra, ese aliento que ganas puede hacer que las jugadoras salten al campo con una mayor intensidad.
No todo son rosas. Las ganas de hacerlo bien pueden jugarle una mala pasada al deportista, esa ilusión de competir en casa también es una tensión extra a gestionar. Tal vez en una disciplina de equipo, donde el grupo es una piña bien cohesionada, esa responsabilidad sea algo más llevadera. Pero si algo han demostrado las guerreras en este campeonato es haber logrado una conexión especial con su público.
El apelativo grupal define a la perfección el espíritu que transmite el grupo: las guerreras. Haciendo honor al espíritu de sacrificio, la fuerza de grupo y la capacidad de superación que ponen las bases de sus éxitos. El balonmano femenino ha sido uno de los grandes viveros de alegrías para el deporte español en los últimos tiempos. Todos los metales se han logrado en poco más de una década: dos medallas mundiales, dos platas europeas y un bronce olímpico. Un botín que resume el potencial de un vestuario que ha sabido transmitir esa hambre de grupo en grupo.
Que todo un país sepa admirar que esas guerreras son las jugadoras de la selección española es un logro digno de alabar. Han creado una identidad propia, se han convertido con todo merecimiento en uno de los equipos más respetados del mundo y han sabido asumir una competitividad al nivel de las mejores en cada campeonato. Son inspiradoras para las más jóvenes, que ahora ven esta disciplina como una oportunidad de éxitos.
El nivel humano es fundamental. Son un grupo de amigas que dan la vida por sus compañeras, como si fueran miembros de una misma familia. Esto distingue a los buenos de los grandes equipos. No dan un balón por perdido, se dejan el alma en defensa y trabajan el ataque con armonía, siendo las partes coordinadas de un todo en busca del objetivo común. Cuando todos reman en la misma dirección, con paciencia para elaborar jugadas y buscar la mejor opción hacia el gol, las posibilidades de éxito siempre estarán más cerca.
He tenido la suerte de coincidir con ellas en varios Juegos Olímpicos y algún otro campeonato. Son un equipo dentro y fuera de la cancha, es fácil percibir esa unión jugando a las cartas o tomando café. Esos momentos permiten conocerse mejor y afecta directamente a los entrenamientos y la competición. El nombre de esto es EQUIPO. Un equipo que ha rozado su segunda final mundial consecutiva no necesita mayor presentación.
Este domingo volverán a dejarse la piel como las guerreras que son. Pase lo que pase, merecerán el aplauso unánime de todos. Tendremos que brindarles ese ánimo para que sigan siendo un ejemplo para nuestra sociedad y para esas generaciones que vienen, las que tomarán el testigo guerrero en el futuro.
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