Fernando Signorini: “Maradona quería quemarse en su propio fuego”
El que fuera preparador físico, amigo y confidente del ídolo fallecido hace un año evoca sus casi cuatro décadas de intensa relación
Si la vida de Diego Maradona se recogiera en un libro sagrado, Fernando Signorini (Lincoln, Argentina, 70 años) se contaría entre sus intérpretes más precisos. Probablemente nadie más que este preparador físico de formación, en la interminable corte del rey del fútbol argentino, fue capaz de acompañarlo durante más tiempo en su sanctasanctórum sin traspasar la frontera que separa el mundo de los mortales de la transgresión autodestructiva que convirtió al niño de Fiorito en el más perfecto de los héroes trágicos contemporáneos. A un año de la muerte del futbolista, su amigo evoca sus memorias, recogidas en el libro Diego, Desde Adentro (Editorial Planeta).
Pregunta. ¿Qué significa Maradona para Argentina?
Respuesta. La Argentina futbolera, que es la mayoría, es muy proclive a la mitomanía. Es la historia del país. De sus grandes líderes históricos. Creo que Diego ha sido el último, y no sé si el más importante pero sí el más amado. Fue producto de sus logros. Si no hubiera ganado la Copa del Mundo lo tratarían como a Messi, otro jugador estratosférico al que siempre le pasarán la factura si no gana el Mundial. El argentino está acostumbrado a premiar lo que se consigue y no lo que se merece. Él nació para ser admirado por la magia de su juego, pero no para ser explicado.
P. Maradona produce rechazo en un sector conservador de la sociedad argentina que le repudió casi siempre. Cuando usted le conoció en Barcelona en 1982, ¿él tenía conciencia de clase?
R. En Argentina hay una parte de la sociedad que reivindica a Videla, a Massera y al general Camps. Cuando le conocí, Diego tenía 22 años. Era un niño. Más que conciencia de clase tenía ese sentimiento natural de pertenencia. Él sabía que cuando estaba en Villa Fiorito no había ido ningún presidente a ofrecer nada a su gente, que por no tener, casi no tenían ni luz eléctrica. Él era consciente de que lo utilizaban por sus logros. El Che Guevara dijo que un buen revolucionario era aquel que sentía como propias las injusticias que se cometían en cualquier parte del mundo. No sé si al Che le habría gustado ser Maradona. Pero a Diego le habría encantado ser el Che.
P. Usted dijo que con Diego iría al fin del mundo pero con Maradona no iría ni a la esquina. ¿En qué momento se desdobló su personalidad?
R. Cuando despiertas expectativas creas una imagen y pasas a ser cautivo de ella. Siempre pienso en ese pasaje de la Odisea en el que Ulises se hace atar al palo del barco para no dejarse atraer por el canto de las sirenas y tapa con cera los oídos de sus remeros. Eso salvó a Ulises. Pero Diego no le habría tapado los oídos a nadie y por supuesto él nunca se habría atado a ningún palo. Él se tiró al agua y se dejó embelesar. En un mundo como el de hoy, completamente hipócrita, que vive para la imagen, él quería quemarse en su propio fuego. Por sus condiciones naturales tenía que haber sido el Matusalén de nuestro tiempo. Pero murió apenas con 600 años, porque cada año que vivió equivale a una década de los nuestras. Era una fuerza de la naturaleza.
R. ¿Qué revelaban los estudios de su organismo?
P. Antonio dal Monte, jefe del departamento de fisiología del Comité Olímpico Italiano y científico de referencia de organismos militares y deportivos en todo el mundo, examinó a Maradona y me dijo: “Tu amigo habría sido un excepcional piloto de pruebas de aviones de guerra porque tiene una capacidad inusual de ver el conjunto”. Cuando dicen que Dios hizo a todos los hombres iguales… ¡Cuando Maradona miraba a su derecha se veía su oído izquierdo! La misma condición que descubrí en Messi. “La reacción al estímulo de Diego es más veloz que la de los mejores esprínters”, decía Dal Monte. Y él en los ochenta evaluaba a los corredores más veloces del mundo.
De noche, cuando sobrevenía el síndrome de abstinencia, salíamos a ejercitarnos hasta la extenuación. El ácido láctico le ayudaba a no pensar en la cocaína
R. ¿Qué virtud te asombró más?
P. Su poder de resiliencia. Cuando fuimos a la Pampa a preparar el Mundial de Italia él se expuso a sufrir el síndrome de abstinencia en medio del campo. No llevó ni un miligramo de cocaína. De noche, cuando sobrevenía el síndrome, salíamos a ejercitarnos hasta la extenuación. Recuerdo la luna en la madrugada. Parecía de día. Hacíamos ejercicios violentísimos. De altísima exigencia en la unidad de tiempo, empleando todos los grupos musculares: saltar, caer, reptar, empujar, esprintar, cambiar de dirección, esprintar otra vez… Cosas que lo obligaran a concentrarse sólo en eso. Él resoplaba echando vaho. Recuerdo que nos abrazábamos y volvíamos riéndonos a casa.
P. ¿Cuánto duraban esas sesiones terapéuticas?
R. No creo que durara más de cinco minutos. Cuando exiges de cero a cien, sin entrar en calor, como si te atacara un león sin darte tiempo a prepararte… Se producía una tremenda acumulación de ácido láctico. Era la manera de no pensar en la cocaína. Por eso le llenaba el día de actividades. Entrenábamos por la mañana, hacíamos una siesta, y por la tarde nos íbamos al gimnasio del boxeador Miguel Ángel Campanino, célebre campeón sudamericano de peso welter. Llegábamos, disfrazábamos a Diego de boxeador, hacía soga, sombra, bolsa, punching ball, y se subía a hacer rounds con Miguel Ángel. Un día Campanino le dijo a Don Diego: “Menos mal que su hijo se dedicó al fútbol, porque si se hubiera dedicado al boxeo me llenaba la cara de dedos”. Tenía una habilidad natural para copiar los movimientos del box y además no había golpe que lo abrumara. El dolor era el combustible que más le servía para ponerse en marcha. A una semana del Mundial le arrancaron la uña del pie izquierdo y en el partido contra Camerún no le partieron el tobillo de casualidad. Nunca quiso perderse ningún partido. No levantaba el pie del acelerador en ninguna curva y en su vida había curvas de 90 grados a cada rato. Era un loco lindo, pero un loco al fin.
Aquí todos lloraron la muerte de Maradona, no la de Diego, que había sido vulnerable y arrastrado por Maradona. Creo que al final él se quería ir. Cuando fallecieron sus padres, él se habrá preguntado: ‘¿Y ahora? ¿Con quién voy a bailar el chamamé?’
R. En general, los grandes personajes del deporte actual parecen lejanos y perfectos en su moderación. ¿Si Maradona hubiera sido perfectamente juicioso sería irrelevante?
P. Él exponía sus miserias. Y las miserias enriquecían el personaje. Sin las miserias no sería legendario. Creo que ha sido el primer producto de la globalización. Han pasado 2.500 años y seguimos hablando de Platón y Aristóteles. Si añadimos la tecnología y los medios de comunicación actuales y proyectamos a Diego, hablarán de él hasta el último sol de la humanidad. Lo utilizaron como el árbol que tapa al monte. Hablaron más de los vicios de Maradona que del 7% de mortalidad infantil de Argentina. El sistema nos quiere más estúpidos. En esta parte del mundo ya no quedan poetas, y si existen se los tapa. Hay que ser insensible. Hay que ser brutal. Aquí todos lloraron la muerte de Maradona, no la de Diego, que había sido vulnerable y arrastrado por Maradona. Creo que al final él se quería ir. Cuando fallecieron sus padres, la Tota y Don Diego, él se habrá preguntado: “¿Y ahora? ¿Con quién voy a bailar el chamamé [danza folclórica del noroeste argentino]?”. La relación que tenía con sus padres era fantástica. Don Diego prácticamente no hablaba: se manejaba con la mirada. Y Diego permanentemente fijaba sus ojos en los suyos. Diego era tremendamente carismático: si él estaba alegre, alegraba a todo el mundo, y si estaba triste, te daba tristeza. Lo quisieron presentar como alguien dionisíaco, que lo era. Pero cuidado: lo vi derramar lágrimas por ver sufrir a desconocidos.
R. ¿Cómo definiría la inteligencia de Maradona?
P. En Conferencia sobre la Eficacia, François Julien examina la idea de eficacia de la Grecia arcaica, antes de los filósofos. Dice que es irrelevante si Ulises era o no era inteligente desde el punto de vista psicológico, porque su inteligencia era estratégica. Llegaba a la batalla sin planificar nada y siempre salía airoso. Poseía la astucia, la destreza que los helenistas denominan ‘metis’. Está más ligada al instinto animal que a la reflexión. Son inexplicables porque son impredecibles. Lo vemos con Messi. Una vez le vi recibir un pelotazo y orientar el control de tal manera, mientras amagaba y cambiaba el apoyo, que los dos franceses que le marcaban se chocaron entre ellos. ¿Cuántas veces estos jugadores hacen cosas espontáneas que resuelven problemas que parecen irresolubles? No son atletas. Son animales, artistas, que juegan al fútbol.
P. ¿Cuál es la causa profunda de la adicción de Maradona a la cocaína?
R. Hay personas genéticamente predestinadas a las adicciones y a algunos, además, los perjudica el entorno. A Maradona lo que más daño le causó es que por culpa de su imagen lo obligaron a ser un ejemplo. Eso le produjo un desclasamiento social. A Maradona, no a Diego. Maradona necesitaba ser perfecto. Maradona necesitaba la Ferrari, el abrigo de visón, los relojes de 50.000 dólares y toda esa frivolidad. Como no estaba preparado para responder a las expectativas sociales, necesitaba una muleta en la que apoyarse. La muleta fue la cocaína. No la podía controlar porque tenía una inclinación genética a la adicción. Él quería desengancharse, pero no podía. Le recuerdo en Sevilla, durante un entrenamiento, haciéndome gestos como si remara y me decía: “¡No sabes la fuerza que estoy haciendo!”.
Un periodista preguntó: “¿Cómo es posible que Maradona en vez de ir a la Juventus viniera al Napoli?”. Guanni Agnelli los miró a todos y dijo: “Porque no somos tan ricos para tenerlo”. Dio media vuelta, se giró y añadió: “Ni tan pobres como para necesitarlo”.
P. En el libro cuenta que en Nápoles él lo invitó a tomar cocaína.
R. Él estaba con su grupo de amigos en casa de su hermana y me hizo llamar a mi casa. Y creo que había tomado coca porque si hubiera estado fresco no me lo habría planteado. Pero necesitó hacerse de coraje. Y para mí fue una cosa de lo más natural. Me ofreció y le dije: “Ah, ¿me llamabas para eso? ¡Ciao!”. Años más tarde, su psicólogo me lo dijo después de una reunión en la que estuvimos los tres: “Habrás pensado que al día siguiente te mandaría de vuelta a Buenos Aires. Era al revés. Si le decías que sí, ya no te habría necesitado para nada”. Yo no habría llegado a la conclusión de que yo era el que le ponía el límite. Me di cuenta cuando Diego le confesó al psicólogo que yo le daba miedo. No un miedo físico. Sino el miedo que le provocaba una autoridad paternal.
P. ¿Hasta qué punto Maradona no es equiparable al héroe trágico prehistórico, alguien que se sacrificaba ritualmente para que la comunidad siguiera adelante?
R. ¡Alguna vez el remoto futuro será remoto pasado! Recuerdo que la odiada Juventus fue a jugar a Nápoles y los periodistas locales se envalentonaron con el también odiado presidente Gianni Agnelli. El tipo se prestó a la conferencia de prensa y, tomándole el pelo, un napolitano le preguntó: “¿Cómo es posible que Maradona en vez de ir a la Juventus viniera al Napoli?”. Agnelli los miró a todos y dijo: “Porque no somos tan ricos para tenerlo”. Dio media vuelta, se giró y añadió: “Ni tan pobres como para necesitarlo”.
P. ¿Él sabía que la gloria lo conducía a su destrucción?
R. Sí. Él era consciente. Pobre Diego.
P. Probablemente ninguno de los jugadores más grandes de la historia puso más energía en ayudar a sus compañeros a elevar su nivel en el campo de juego. ¿Por qué?
R. Sartre decía que somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Cada vez que puedo voy a Villa Fiorito a tomar unos mates. Si a las dos de la mañana una mujer grita diciendo que el niño tiene hambre, se encienden las lucecitas y llega gente ofreciendo lo poco que tienen, porque lo poco que tienen es de todos. Hay un sentido solidario, de compartir, de interesarse por el otro, porque saben que es la mejor manera de paliar todos los problemas. Ese sentido de comunidad existe en los barrios más humildes. Yo vivo en Belgrano [barrio de clase media alta de Buenos Aires] y si salgo a la noche y pego un grito pidiendo auxilio, me puedo morir tranquilo porque a la gente de estos lugares la han hecho de otra manera. En las villas hay un humanismo, una ternura, que es fascinante. Argentina se asemeja mucho a Estados Unidos en ese sentido: por la cantidad de poetas que producen las clases populares, que son las más sensibles.
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