Tavullia se aferra a lo que queda de Valentino Rossi
El pequeño municipio en el que creció y aún vive el piloto italiano se prepara para asistir a la penúltima carrera del mito en el vecino circuito de Misano
Valentino Rossi siempre buscó la diversión. En la vida y en la pista. Ese fue siempre el secreto de su eterna juventud. A los 42 años, sin embargo, el piloto italiano, nueve veces campeón del mundo, ha dejado de divertirse con la MotoGP. Ayer, por ejemplo, terminó 16º, y no sube al podio desde julio de 2020, en Jerez. Por eso se retira a final de temporada. Mientras llega la carrera del adiós definitivo en Valencia, a mediados de noviembre, el mítico piloto asiste a sus últimos bailes con la Yamaha M1. El de este fin de semana en el Gran Premio de San Marino, donde el año pasado fue cuarto, es especialmente emotivo.
Rossi vuelve a su circuito, a la pista en la que se subió por primera vez en una moto de gran cilindrada, en 1992, cuando contaba 13 años. “Fue inolvidable. Cuando corres en un circuito de verdad entras en otra dimensión”, dice. Vuelve al trazado en el que cosechó victorias como la de 2014, cuando ganó, a los 35 años, a un experimentado Jorge Lorenzo y a un crecido Marc Márquez, a quienes se impuso en sendos duelos cuerpo a cuerpo. “Fue una gran carrera”, recuerda.
Y las memorias de Misano se agolpan en su retina. “Es el circuito en el que crecí”, dice. Mientras tanto, su pueblo, Tavullia, a menos de 20 minutos en coche de allí, se llena de aficionados y vecinos orgullosos.
Valentino creció entre las curvas de La Panorámica —la carretera, tortuosa, que unía las provincias de Le Marche, a la que pertenece Tavullia, y Emilia Romagna—, que recorría con un scooter en aquellos años en que se creía Superman, según la definición de Gino Borsoi, expiloto y uno de sus amigos de la adolescencia. Y se hizo mayor en el asfalto del circuito que hoy lleva el nombre de su amigo, el desaparecido Marco Simoncelli, otro talento nacido a escasos metros de Rossi, en Cattolica, junto al mar Adriático, destino vacacional de sol y playa, cuna de pilotos atrevidos e irreverentes.
A solo 14 kilómetros de ese circuito de Misano se encuentra Tavullia. Es la localidad que vio convertirse a Rossi en leyenda del motociclismo, escenario de las tardes de su juventud en las que organizaba carreras al límite con los ya vintage ape, motocarros de los que todavía queda algún ejemplar por el pueblo: motocicletas con una cabina, una rueda delantera y dos traseras. Siempre junto a su amigo de la infancia Uccio Salucci, el mismo que sigue a su lado casi 40 años después de conocerse en el jardín de infancia.
Es el pueblo de cuya muralla cuelga una pancarta gigante que da la bienvenida a los visitantes con una foto enorme de Rossi montado en moto. Un municipio menudo de 7.987 habitantes, según datos del último censo, y dedicado a la agricultura, que apenas ha cambiado en los últimos años por más que empiecen a proliferar casas majestuosas a los alrededores del centro histórico. Allí, bajo la iglesia a la que se accede por una gran pasarela de piedra, las calles están prácticamente iguales que cuando un pequeño Rossi se divertía con el triciclo, con la moto o con el ape.
Como Maradona
Se advierte la presencia de Rossi por todas partes. En las señales de tráfico, tan llenas de pegatinas y dedicatorias de sus fans que han tenido que ser reemplazadas en más de una ocasión. En los balcones o ventanas, donde lucen fotos de su vecino más ilustre, algunas descoloridas por el paso de los años, y banderas amarillas con el 46.
Es viernes de septiembre y es especialmente inevitable empaparse de rossismo este fin de semana en que el pueblo vive una auténtica fiesta mayor. En homenaje a su “estrella del rock”, según lo define una aficionada local. “Valentino para nosotros es como Maradona para los argentinos o Cristiano para Portugal”, añade. Como ella, decenas de seguidores ocupan el centro del pueblo, que está cortado al tráfico. “Andamos desorientados y deprimidos. No sé qué haremos el año que viene. Valentino es como un hijo, un amigo, un hermano, lo es todo para nosotros”, señala un vecino sentado en una animada terraza. Enfrente hay una barra con tiradores de cerveza, una pantalla gigante bajo la iglesia y butacas en una suerte de cine de verano que proyecta carreras históricas y que este domingo albergará una reproducción sobre las 200 millas de Imola que contará incluso con alguna reliquia, como la moto con la que compitió Kevin Schwantz.
Al doblar la esquina habrá una muestra inédita con las reproducciones en miniatura de todas las motos de Rossi, con sus respectivos garajes y mecánicos de todas sus temporadas en MotoGP, que son 22. Por la tarde, el club de fans, que cumple 25 años de exitosa existencia —las 12 personas que lo formaron, todas del pueblo, siguen siendo hoy las mismas—, ha celebrado lo que llaman “mototerapia”, un evento con 50 niños enfermos o con alguna discapacidad. “El pueblo entero estaba conmovido”, señala Flavio Fratesi, vicepresidente y alma del club de seguidores del 46, cuyas oficinas están allí mismo, a la izquierda de la iglesia, junto a la pizzería Da Rossi, la bodega o la heladería, parte del imperio que ha levantado el piloto en los últimos años.
La empresa y la academia
Su centro de operaciones, sin embargo, no está entre las cuestas de Tavullia, ni entre sus paredes de esencia medieval. Las oficinas de VR46 —así se llama la empresa, de acuerdo con las siglas y el dorsal del piloto, que cuenta unos 90 trabajadores, la mayoría de Tavullia—, están a poco más de tres kilómetros, en la carretera que une el circuito de Misano con el pueblo. Es una nave gigantesca, tan moderno el edificio que es imposible no verlo, prácticamente un anacronismo: las paredes son de espejo y un logotipo gigante identifica a su propietario.
Es el lugar desde el que se gestiona toda la mercadotecnia del propio deportista y otros pilotos a quienes también explota la imagen, el centro de operaciones de todo lo que rodea a la marca Rossi, que es mucho. Y abarca ya hasta a otros tres pilotos de MotoGP: Pecco Bagnaia (Ducati), ganador de la carrera en Aragón, Franco Morbidelli (Yamaha), una de las revelaciones del curso 2020, y Luca Marini (Avintia), hermano de Valentino y uno de los pilotos del equipo privado, con motos Ducati, que está montando para el año próximo el propio Rossi en la categoría reina.
Los tres son, además, integrantes de la llamada VR46 Riders Academy, una academia de pilotos que montó en 2014 y que, coinciden quienes le conocen, le ha ayudado a que persistan su pasión y competitividad más allá de los 40. Porque si Rossi ha guiado a una docena de jóvenes talentos en su camino hacia el Mundial, ha sido el hecho de pelearse cuerpo a cuerpo con esos chavales lo que ha mantenido en forma al más veterano piloto de la parrilla. Se entrenan cada semana en el Ranch, una pista de tierra que sirve como campo de pruebas para mejorar la técnica y ensayar adelantamientos al límite. Las vueltas se cronometran y las carreras tienen ganador. ¿Qué mejor manera de avivar la rivalidad y las ganas de seguir compitiendo?
Además, ahora que los rossistas empiezan a asumir que su ídolo dejará de competir, son ellos, los Bagnaia y compañía, la gran esperanza de la afición italiana.
Pero mientras llega el sucesor, los aficionados seguirán haciendo una fiesta de cada carrera que le queda a Rossi (cinco de aquí a Valencia), sobre todo en Misano, donde habrá un último baile el próximo mes de octubre (el GP de Emilia Romagna), y donde mañana se congregarán 25.000 aficionados, covid mediante, con toda una grada de 10.000 tifosi reservada para el club de fans del 46. Un club de fans que tiene hoy más socios (unos 14.000) que en la época más victoriosa del italiano. “Entonces no tenía más de 6.000. No sé por qué, pero hemos duplicado el número. Será la nostalgia”, dice Fratesi.
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