“Hay que romper el silencio y poner límites”
Almudena Cid, Amaya Valdemoro, Sonja Vasic y José Manuel Beirán reflexionan sobre los métodos opresivos en el deporte y las soluciones para erradicarlos
La selección femenina de baloncesto, uno de los equipos españoles más exitosos de la última década, con siete medallas consecutivas en grandes torneos entre 2013 y 2019, dejó un rastro de dolor en su recorrido glorioso. Los testimonios de Marta Xargay y Anna Cruz, dos de las referentes del equipo, explicando los daños físicos y psicológicos sufridos a consecuencia del trato y los métodos del exseleccionador Lucas Mondelo han reabierto estos días el debate sobre los límites que se traspasan en el deporte de élite, con la competitividad y los resultados como coartada y eximente. “No todo vale para ganar y ganar no lo puede justificar todo. Las medallas no pueden salir tan caras”, señaló Cruz en su relato. “Hay límites que no hay que traspasar nunca y él a mí me llevó a un límite muy heavy”, apuntó Xargay.
Su paso al frente para contar lo vivido sigue siendo una excepción a pesar de la creciente expresión que las figuras del deporte hacen de sus daños psicológicos. Mayoritariamente mujeres en la actualidad. De Simone Biles y Naomi Osaka a Liz Cambage, la baloncestista australiana que, a una semana de la inauguración de los Juegos, anunció su renuncia a la competición entre ataques de pánico. Angustias vitales resultado de las circunstancias personales, de la presión de la competición, o, como en los casos de Xargay y Cruz, de las dinámicas coercitivas insanas, los entornos claustrofóbicos y los mandos nocivos. Ellas han dado el paso clave de romper el silencio.
“¡Basta! En la rítmica, en el baloncesto... Que algún organismo pare esto a tiempo, ¡por favor!”, expresó a través de sus redes sociales la gimnasta Almudena Cid tras conocer el relato de maltrato psicológico que sufrió Anna Cruz. “Cuando una deportista llega a una selección o a un club debería tener suficiente información y respaldo como para saber qué términos y circunstancias no debe tolerar nunca en una sala de entrenamiento o en una pista. Y, por otro lado, hay que reforzar la formación y la pedagogía de los entrenadores. Tienen que estar supervisados para que no puedan campar a sus anchas”, explica Cid en conversación con EL PAÍS, en un análisis en el que reclama “observadores externos y protocolos efectivos” para atajar definitivamente estos episodios. “Ves a muchas mujeres que no hablan por miedo y piensas: ¿qué está fallando aquí?”, recalca. Una reflexión que apuntala Amaya Valdemoro, emblema del baloncesto español. “Históricamente, la mujer no ha tenido la misma voz que el hombre y eso es un problema arraigado también en el deporte. Tenemos más miedo a la hora de expresarnos y eso hace que no marquemos los límites. Necesitamos poder hablar sin miedo”, desarrolla Valdemoro. “Las mujeres que mostramos nuestro carácter somos vistas como una amenaza. En los hombres es un rasgo de personalidad y en nuestro caso, de rebeldía”, subraya.
A la reflexión de Cid y Valdemoro se une la de la serbia Sonja Vasic, mvp del último Eurobasket antes de cerrar su carrera profesional en los pasados Juegos. “Los deportistas somos tan resilientes que en muchas ocasiones nos olvidamos de todo lo que nos duele, física y mentalmente. Avanzamos con miedo a expresar nuestras emociones y eso hace que durante nuestro camino la gente nos vea como robots”, analiza Vasic. “Nuestro mecanismo de defensa como profesionales es olvidar todo y así acabas asumiendo el sufrimiento como algo normal. Luego ves que no debería ser así”, expone la jugadora serbia.
“En su día aceptamos ciertas conductas como normales, pero evolucionamos como sociedad y los organismos se tienen que actualizar”, retoma Cid. “Yo nunca recibí un insulto pero vi como insultaban. Vi a compañeras a las que les pedían llevar cafés o hacer masajes. Comportamientos vergonzosos y atroces cuando estás en la élite”, señala la gimnasta. Distintas escalas de abuso y maltrato que han dejado muchas secuelas. “Todavía seguimos escuchando comentarios inasumibles y tolerando actitudes humillantes por miedo a que expresarnos nos pueda repercutir en nuestras carreras”, refuerza Valdemoro. “Casi todos los mandos, entrenadores y directivos son hombres, en baloncesto apenas está Elisa Aguilar, y habría que evolucionar en eso igual que está evolucionando la sociedad. Hay que renovar las estructuras para que se nos escuche”, apunta Valdemoro. “Yo siempre sentí, por ejemplo, que nuestras medallas eran de segunda división comparadas con las de los hombres”, suma. “Ocurre también en el deporte masculino, pero con la mujer se utilizan unos términos y métodos de humillación más vejatorios. No hay que normalizarlo ni sufrir. Hay que denunciarlo. Tenemos que dormir tranquilas”, completa Cid.
“El respeto a la persona no es incompatible con el alto rendimiento y con los resultados”, reflexiona José Manuel Beirán, psicólogo deportivo y exjugador profesional de baloncesto, que fija unos límites claros en el respeto a la dignidad del deportista y pone también el foco en la anticipación. “Deberíamos trabajar en la prevención y contar con profesionales independientes que detecten las señales, pongan en alerta a las estructuras y frenen estas situaciones. Es imprescindible la creación de entornos sanos para el deportista”, añade. Beirán explica cómo el deporte aun convive con relatos de métodos extremos asumidos como el único camino hacia el éxito. “Hay países que utilizaban y utilizan métodos extremos. Tienen tantos deportistas que nos les importa que muchos se queden por el camino. Pero nosotros como sociedad nos hemos ganado unos límites y el respeto a unos valores. No podemos decir: si se lesionan o se quedan hundidos el 90% de los deportistas, el otro 10% saldrá muy fuerte. No todo vale, incluso aunque esos métodos garantizaran medallas, como se nos ha vendido durante décadas”, cuenta. “Deportistas y entrenadores deben de tener herramientas para manejar la presión y la exigencia”, completa Beirán.
“Faltan binomios sanos de entrenador-deportista. Hay que visibilizar mucho más las buenas conductas”, suma Almudena Cid, que menciona el documental Over the limit, que muestra el sufrimiento de la gimnasta rusa Margarita Mamum, como uno de los testimonios valiosos para tomar conciencia y cita a la gimnasta de Israel, Linoy Ashram, y su entrenadora, Ayelet Zussman, como ejemplos a seguir. “Pasamos muchas horas con los entrenadores y crecemos con ellos. Yo he pasado más horas con mi entrenadora que con mi familia, y si mi entrenadora me hubiera creado una dependencia no sé en qué me habría convertido. En el deporte hay que crear autonomía no dependencia. Ese es el gran error”, destaca Cid. “En la élite te enseñan a ganar en condiciones extremas. Jugamos con esguinces, con fiebre... Se nos reta a reivindicarnos constantemente. Por eso es tan necesario el trabajo psicológico”, añade Valdemoro. “Tras acabar reventada en los Juegos de Atenas comencé a trabajar con un psicólogo. Y entonces fui muy criticada por ello. En el equipo me llamaban loca. Pero yo sabía que era muy bueno para mí, para trabajar mis frustraciones y mi ansiedad. Ahora está a la orden del día trabajar con un coach o un psicólogo, con una nutricionista… Aun así queda un largo camino por recorrer y el gran cambio llegará cuando sepamos decir hasta aquí, marcar límites y romper el silencio. Cuando el poder no vaya acompañado de miedo”, repasa Valdemoro. “Yo soy una persona que puede aguantar bastante. Venimos de Serbia, donde nuestra escuela de entrenadores siempre ha sido bastante dura, pero cuando sufres determinado trato te llevan al límite”, refuerza Vasic.
Ese mismo silencio que da cobertura a las dinámicas de maltrato es el que limita el respaldo a las deportistas que lo denuncian. “Cuando se gana todo se aplaza. En un equipo hay muchos escalafones y es probable que, en el caso de Xargay Cruz, Jorge Garbajosa no tuviera toda la información. Por eso faltan voces. Las compañeras y el cuerpo técnico son los que conocen toda la realidad del equipo. Hay que hablar. No para agitar la polémica sino para que no vuelva a pasar”, apunta Valdemoro. “Hay que hacer un llamamiento a la valentía y la unión. Dos dan el paso, pero 30 se quedan atrás. Si se sumaran todas, el avance sería gigantesco. Se darían zancadas en lugar de pasos. La falta de respaldo de las compañeras me encoge el corazón”, añade Cid. “Perder el compañerismo es uno de los grandes riesgos de este camino”, sentencia Vasic. “Ya convivimos con mucha presión, así que hay que aprender a convivir también con la presión de que pueda molestar lo que dices. Pero es imprescindible hablar para corregir comportamientos y dinámicas insanas”, añade Valdemoro, que, entre 2002 y 2004, vivió en primera persona un episodio con muchos paralelismos al sufrido por Anna Cruz y no dijo nada por miedo a represalias y a perderse los Juegos de Atenas. Por eso ahora clama en favor de la denuncia de estas prácticas.
“Estos testimonios ayudan mucho porque los deportistas son referentes y son un espejo para los jóvenes y el resto de la sociedad. Nos muestran el lado humano de los ídolos. Cualquier deportista que llega al alto nivel es bastante fuerte mentalmente y ha tenido que superar muchas dificultades. Pero eso no les hace invulnerables ni les debe hacer olvidarse de cuidar su salud mental”, indica Beirán. “Estas denuncias generan escándalo y hay gente que incluso llega a decir que es malo para el deporte, pero no. Todo lo que sea avanzar para conseguir unos entornos y una convivencia sana en el deporte siempre será bueno. El CSD intervino en el caso de la rítmica y debería investigar ahora también”, cierra Cid.
Amaya Valdemoro: “A mí me pasó y me callé por miedo a represalias”
“Yo lo he vivido. A mí me pasó y no tuve el valor de hablar antes”, reconoce Amaya Valdemoro cuando repasa su dura etapa en la selección española entre 2002 y 2004, con Vicente Rodríguez como seleccionador. “En 2002 yo viví una situación similar a la que ha podido suceder ahora. Sufrí una guerra continua durante el Mundial de China”, recuerda Valdemoro antes de relatar dos episodios que la marcaron. “Un día me cogió de la pechera y me zarandeó delante de todo el equipo. Después, tras una reunión en grupo, me quedé sola con el entrenador y todo el cuerpo técnico, todos hombres. Mi madre había fallecido años antes y el seleccionador me atacó con eso. Me dijo que si mi madre viviera no estaría orgullosa de mí, que era mala persona. Nadie sacó la cara por mí y yo me callé por miedo a represalias. Decidí no decir nada ni a mi padre, por miedo a no conseguir los objetivos, y a no estar en Atenas 2004. Ese fue el precio que pagué por el sueño olímpico”, detalla.
“Nadie sabe lo que es estar bajo esa presión y soñar tanto con un objetivo hasta dejarte machacar”, resume contundente antes de completar su relato. “En 2003 fuimos bronce y nos clasificamos para Atenas, allí quedamos sextas. Y después, en una rueda de prensa en mi club, dije que no volvería nunca más a la selección mientras estuviera este seleccionador. A partir de ahí se unieron más jugadoras”, completa. “Hay una línea clara entre ser un entrenador duro y pasar a la persecución y la descalificación personal. El entrenador más duro que he tenido en mi vida ha sido Miki Vukovic, que me ponía firme y me gritaba a un palmo de la cara. Me decía verdades que me dolían en el corazón, pero siempre era una cosa deportiva y profesional, sin faltar a la dignidad y al respeto. Por eso fue mi gran mentor”, cierra.
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