Las tres armas de Djokovic
Llega pletórico y su juego se adapta perfectamente a la hierba porque posee el mejor resto, un control de pelota superior al de cualquiera y un desplazamiento envidiable
Hace casi veinte años, en 2002, acompañé por primera vez a mi sobrino a Wimbledon para disputar su primera y, a la postre única, participación en un Grand Slam júnior. En aquel momento viajábamos aún los dos solos y compartíamos, sin duda, el fervor de inaugurar aquellas intensas experiencias. Ambos quedamos sobrecogidos por la belleza y cuidado extremo de aquel emblemático club.
Lo primero que me pregunté fue cómo era posible que muchos de los jugadores españoles de aquel momento no quisieran acudir a aquella competición.
Algunos días más tarde, después de horas de interminable espera en la sala de jugadores a causa de la lluvia, con los tenistas impacientes por que se pudieran retomar sus partidos interrumpidos, comenté con clara jocosidad que empezaba a entender a los jugadores que habían empezado ya sus vacaciones. No escampó hasta tres días después.
En esta retrasada edición que empieza este lunes, me temo que uno de los nuevos inconvenientes añadidos será el factor meteorológico.
La preciosa ciudad de Wimbledon, a 11 kilómetros del centro de Londres, se había convertido con raras excepciones en el alojamiento elegido por los tenistas. Cada cual según sus posibilidades alquilaba un apartamento o una casa para hospedarse lo más cerca posible del club. Era muy común ver a los tenistas dirigirse andando con el raquetero en la espalda hacia las instalaciones que se encuentran muy cerca del centro de la población. Cuando los tenistas veían interrumpidos sus partidos o sus entrenamientos, podían irse a sus respectivas casas con sus equipos y esperar tranquilamente allí.
Este año, sin embargo, los participantes deben cumplir una estricta normativa y deben pernoctar en un hotel de Londres, cerca del puente de Westminster, para asegurar la burbuja que los proteja a todos. Esto supondrá unos traslados diarios de más de una hora, en el mejor de los casos, para llegar al club. Y una clara incomodidad que no impide, sin embargo, la ilusión con la que enfrentarán, a buen seguro, poder jugar de nuevo.
El interrogante que todo seguidor de nuestro deporte se estará haciendo, en el día de hoy, es si Novak Djokovic podrá igualar a Roger Federer y a Rafael en número de Grand Slams, circunstancia que se dará si levanta el trofeo de Wimbledon en dos semanas. Lo cierto es que el serbio parte como favorito. Llega pletórico después de su triunfo en París y su juego se adapta perfectamente a esta superficie al poseer tres armas fundamentales, difíciles de superar por cualquier contrincante: el mejor resto del circuito, un control de pelota superior al de cualquier otro jugador y un desplazamiento por la pista envidiable.
En el cuadro femenino, en cambio, no se vislumbra una clara favorita, y esto favorece, a mi entender, a nuestra jugadora, Garbiñe Muguruza. Su cuadro hasta cuartos de final no debería entrañarle grandes dificultades y tiene a su favor, además, el saber cómo se gana aquí. Su experiencia y su indiscutible talento pueden darnos una gran alegría a los aficionados españoles que, por otra parte, no debemos olvidar las horas de buen tenis que, sin duda, nos darán Roberto Bautista y Pablo Carreño. Este último firmó el jueves pasado uno de los mejores partidos que hemos visto en el reciente Mallorca Open. Le puso las cosas bastante difíciles al actual número dos del mundo, Daniil Medvedev, en su encuentro de semifinales. Casi nada.
Así pues, el espectáculo está servido.
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