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El uso político de la Copa América da oxígeno a Bolsonaro

El historiador Flávio de Campos considera que el campeonato es una distracción ante la pandemia y las recientes crisis del Gobierno brasileño: “El único compromiso del presidente es con su propia imagen”

Jair Bolsonaro, acompañado del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y el de la Federación Brasileña de Fútbol, Rogério Caboclo, en 2019. En video, la situación del torneo actual.Foto: CBF | Video: Reuters | Vídeo: Lucas Figeiredo
Diogo Magri

La Copa América aún no ha empezado, pero el Gobierno de Bolsonaro ya trata la llegada inesperada del torneo a Brasil como una victoria. “¡Ha ganado la coherencia!”, celebró en redes sociales el ministro de la Casa Civil (Gabinete de la Presidencia), Luiz Eduardo Ramos, después de que el presidente Jair Bolsonaro anunciara que el campeonato de selecciones sudamericanas —suspendido en Argentina y Colombia dos semanas antes de su inicio— se celebrará en Brasil. La conmemoración no es casual. Para el profesor Flávio de Campos, investigador de la historia sociocultural del fútbol de la Universidad de São Paulo, que el Gobierno de Brasil haya aceptado el pedido de emergencia de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) sirve de “cortina de humo” en un momento que tiene que enfrentar protestas sociales, la vacunación contra la covid-19 está retrasada, sus aliados se ven obligados a declarar en una comisión parlamentaria de investigación sobre la gestión de la pandemia y su popularidad ha disminuido, mientras que la de posibles opositores en las elecciones de 2022 se ha fortalecido.

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“La cortina de humo es hacer un evento absolutamente inoportuno en un momento en que el Gobierno está acorralado. Bolsonaro está en campaña electoral y jugará con todo lo que tiene para mantener su popularidad. Es natural que utilice políticamente el deporte más popular del país”, afirma el investigador.

Con “acorralado”, el historiador se refiere a las más recientes crisis que han enfrentado Bolsonaro y sus principales aliados en Brasilia las últimas semanas. En particular, la comisión parlamentaria de investigación sobre la pandemia, que investiga los posibles delitos cometidos por el Ejecutivo en la lucha contra la covid-19. A pesar de que los científicos señalan los riesgos de celebrar el campeonato en un momento en que aumenta el número hospitalizaciones, la Copa América ayudaría a desviar la atención de la pandemia. “El único compromiso de Bolsonaro con el fútbol es utilizarlo para mejorar su propia imagen”, opina Campos.

También cree que Bolsonaro espera que el torneo eclipse las repercusiones de las manifestaciones que pedían el impeachment del presidente, las investigaciones de la Policía Federal contra su ministro de Medio Ambiente por presunto contrabando ilegal de madera y los más recientes sondeos sobre las elecciones de 2022, que sitúan al expresidente Lula por delante de Bolsonaro en una posible segunda vuelta.

No es la primera vez que Bolsonaro utiliza el fútbol para proteger su popularidad. Son comunes sus apariciones con camisetas de varios equipos y, en junio de 2019, el presidente invitó al exjuez Sergio Moro a un partido del Flamengo en Brasilia para que lo aplaudieran en plena crisis de la Vaza Jato, una serie de conversaciones filtradas en la aplicación Telegram sobre las acciones, decisiones y posiciones de los fiscales de la operación anticorrupción Lava Jato en las que el entonces ministro de Justicia era uno de los principales protagonistas. Un mes después, esta vez abucheado, Bolsonaro acudió al Maracaná para posar con el trofeo de la Copa América y la selección brasileña, campeona de la última edición, como había hecho un año antes con el Palmeiras cuando fue campeón de la liga brasileña, antes de ser elegido presidente.

El fútbol como arma política

El historiador del deporte recuerda también a otras figuras políticas, como el fascista Benito Mussolini, que utilizaron constantemente el fútbol para intentar driblar las crisis gubernamentales. Mussolini promovió su dictadura utilizando el Mundial de Italia, en 1934. En Brasil, el dictador militar Emílio Garrastazu Médici aprovechó la popularidad de la selección brasileña durante el Mundial de 1970: “Él desencadenó este patriotismo con la selección, lo que [el periodista y dramaturgo] Nelson Rodrigues denominó ‘patria de botas de fútbol’. Solo que ahora es la muerte de las botas de fútbol. Es una actitud de demagogo, de quien está acorralado y no tiene ningún escrúpulo”, critica el investigador.

En defensa de la celebración del evento en el país sudamericano más afectado por la covid-19, Bolsonaro y su equipo justificaron la decisión como “coherente”, ya que hay otros torneos de fútbol que se están jugando. “Estamos en plena pandemia, pero se está jugando la liga brasileña, en la que participan 20 equipos de la primera división y 20 de la segunda. No sé por qué la gente está en contra del evento, si se juegan los partidos de la liga nacional, las estatales, la Libertadores y la Sudamericana”, argumentó el ministro Luiz Eduardo Ramos. El presidente, por su parte, atribuyó las críticas recibidas a los empleados de la emisora Globo, que no tiene los derechos para transmitir el torneo este año, sino la emisora SBT. Galvão Bueno, narrador de Globo y la figura más popular de la prensa deportiva brasileña, pidió en su programa del lunes que “alguien tenga una crisis de sentido común y que esta locura no ocurra”.

No solo los periodistas de la emisora han cuestionado que se celebre el torneo en Brasil, también médicos y epidemiólogos, que han puesto en duda la postura del Gobierno al aceptar acoger un torneo de fútbol de proporciones continentales en un momento en que el país está viendo una nueva escalada de contagios de covid-19 y, con más de 460.000 muertos, va camino a una tercera ola. “El hecho de que gran parte de la prensa se haya manifestado es un gran punto positivo. Así, logramos que se forme una masa crítica que está acostumbrada a seguir el fútbol desvinculándolo de la política”, señala Campos.

A última hora de la noche del miércoles, la Conmebol confirmó que los partidos tendrán lugar en cuatro ciudades anfitrionas —Brasilia, Cuiabá, Goiânia y Río de Janeiro— y dio a conocer el calendario del torneo, que durará un mes. A pesar de que los alcaldes y gobernadores de las sedes defienden la adopción de estrictos protocolos de seguridad, solo el alcalde de Cuiabá, Emanuel Pinheiro, ha declarado que está en contra de que se celebre el campeonato en la ciudad. “Vivimos una pandemia y el momento no es el adecuado por respeto a los miles de muertos y casos confirmados”, criticó, tras el anuncio.

Para el historiador, las comparaciones entre la realización de los campeonatos de clubes y la Copa América son “falsas simetrías que construyen el argumento con el propósito de librar al presidente de sus responsabilidades”. Cabe recordar que el torneo sudamericano implica que un país reciba simultáneamente delegaciones de otros diez países, a diferencia de lo que ocurre en los demás campeonatos citados. Además, los datos de la propia Conmebol muestran que la Copa es un torneo menos relevante económicamente que la Libertadores y, por lo tanto, tendría menos impacto si se cancelara, lo que perjudica la comparación que hace el Gobierno. En 2019, la entidad recaudó 118 millones de dólares con el torneo de selecciones en Brasil, mientras que el torneo entre clubes sudamericanos recaudó 300 millones.

La Copa América 2021 empieza el 13 de junio. La Confederación Brasileña de Fútbol, a la que la Conmebol ha agradecido su mediación en las negociaciones y a la que el Gobierno asignó la misión de negociar con los Estados para determinar las sedes y los partidos, aún no se ha pronunciado al respecto. Por otro lado, el magistrado del Supremo Tribunal Federal Ricardo Lewandowski, tras recibir peticiones de diputados y partidos para impedir el torneo, ha pedido que la Presidencia de la República dé explicaciones sobre la celebración de la Copa América en Brasil.

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Sobre la firma

Diogo Magri
Reportero de la edición brasileña de EL PAÍS desde noviembre de 2017. Escribe principalmente sobre deportes, política y sociedad. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de São Paulo.

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