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Una silla vacía en el Masters de Augusta

La ausencia de Tiger Woods y una competencia enorme marcan el primer grande del año

Masters de Augusta golf
Bryson DeChambeau, entrenándose en el hoyo siete de Augusta.JUSTIN LANE (EFE)
Juan Morenilla

En la cena de los campeones hay una silla vacía. El club de las chaquetas verdes no se reunirá al completo. Los comensales, antiguos ganadores del Masters de Augusta, chocan puños, se preguntan por su salud y comparten recuerdos, pero nada es lo mismo. Las miradas acaban en la silla vacía. Tiger Woods ha caído. A miles de kilómetros, encerrado en su castillo, el Tigre lame sus últimas heridas. Con 45 años, la pierna derecha hecha añicos por un accidente de tráfico le ha arrebatado el momento por el que vive profesionalmente cada temporada, su Masters, y deja en el alambre la continuidad de su imperial carrera.

Hoy comienza el Masters, de nuevo en abril, y con azaleas, y con público limitado, e inevitablemente todos recuerdan a Tiger, su historia en Augusta, la revolución del 97, el Tiger Slam de hace 20 años (todos los grandes en su poder al mismo tiempo). El mito se hará cenizas cuando hoy a las 7.45 (hora de Augusta, seis más en la península), Jack Nicklaus, Gary Player y Lee Elder, el primer golfista negro que disputó el torneo (1975), de estreno en el trío de honor, den el simbólico golpe de salida al 85º Masters de Augusta.

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Después, que se aparten rápido los abuelitos. Llega una manada de lobos hambrientos, golfistas de gimnasio y laboratorio armados con cañones en una carrera loca por la gloria verde del primer grande de la temporada. El trofeo lo defiende el número uno del mundo, Dustin Johnson, que en el extraño Masters del pasado noviembre destrozó el campo con 20 bajo par y barrió el viejo récord de Tiger Woods.

La competencia es colosal. A Johnson le acechan un puñado de aspirantes con mucha pólvora. El renacido Jordan Spieth llega con la autoestima remendada después de casi cuatro años en el diván. Tras 83 torneos y 1.351 días en blanco, el Chico Maravilla venció el pasado domingo en el Valero Texas Open, su primer bingo desde el Open Británico de 2017, y demostró que, con la mente limpia, su talento es una carta de presentación para cualquier título.

El tablero puede saltar por los aires con Bryson DeChambeau, el golfista que juega a todo o nada. Hace unos meses, su amenaza de ridiculizar Augusta con sus misiles desde el tee de salida se quedó a medias. Sí, fue el jugador que más lejos mandó la bola, una media de 296,6 metros de distancia, en un listado en el que Dustin Johnson fue sexto con 280,4 y Jon Rahm, séptimo con 280,3. Pero también falló un 30% de las calles y en la estadística de precisión con el primer golpe bajó hasta el puesto 35. Mucha potencia, poco control. Esta vez ha rebajado el discurso. Asegura que no usará el prometido driver de 48 pulgadas, el palo que los rectores del golf han puesto en cuarentena ante el disparado aumento de la distancia. Y ya sabe que en Augusta no valen las bravuconadas. Tan importante es el primer bolazo como el segundo para alcanzar el green a salvo. Aunque DeChambeau avisa: “Voy a tener algo muy útil en la bolsa. No daré más detalles, pero estoy emocionado. Lo que he visto en el campo de prácticas supone un enorme beneficio”.

El parte anuncia lluvias para viernes y sábado. Augusta promete ser Augusta, duro y firme. Aunque no será como siempre. Hay una silla vacía.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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