Una sombra en el recuerdo de Ueli Steck
Un estudio de Rodolphe Popier revela incongruencias y falta de pruebas en el relato que hizo el alpinista de sus ascensiones en solitario al Shisha Pangma y al Annapurna
Ueli Steck perdió la vida en 2017 de forma tan inexplicable como traumática: la caída en el Nuptse del mejor alpinista del siglo XXI dejó huérfana una disciplina que con él había dado saltos de gigante hacia un futuro apenas imaginado. Steck, La Máquina Suiza, demostró que la excelencia técnica conjugada con el entrenamiento aeróbico sistemático podían llevar el alpinismo a cimas impensadas. También demostró una humanidad excepcional al jugarse la vida para que el navarro Iñaki Ochoa de Olza no muriese solo en una tienda a 7.400 metros en la arista este del Annapurna (8.091 m). Y como si ese gesto mereciese algo más que las medallas que rehusó, el Annapurna le regaló la oportunidad de firmar la ascensión más extraordinaria que se recuerda desde que en 1990 Tomo Cesen declaró haber escalado en solitario la cara sur del Lhotse (8.516 m).
En 2013, Steck terminó la ruta empezada en 1992 por los franceses Pierre Béghin y Jean Christophe Lafaille en la cara sur del Annapurna: lo hizo en solitario, en estilo alpino y en un tiempo estratosférico de 28 horas. Apenas dos semanas después, dos de los mejores alpinistas franceses de la historia repitieron el trazado del suizo invirtiendo ¡9 días! Stéphane Benoist lideró la ascensión y su amigo Yannick Graziani los devolvió a ambos a la vida conduciendo el terrible descenso. Hoy, el primero duda que Ueli Steck dijese la verdad cuando aseguró haber alcanzado la cima. Graziani está convencido de que mintió.
Otro francés, Rodolphe Popier, presentó en 2017 un estudio riguroso que recoge los hechos de los días 8 y 9 de octubre de 2013 en el Annapurna. Popier no es un recién llegado en el análisis de datos relacionados con las ascensiones en el Himalaya. A la muerte de Miss Hawley, conocida como la notaria del Himalaya, la dama que interrogaba a todo aquel que aseguraba haber ascendido un pico buscando incongruencias y faltas de pruebas antes de validar las supuestas ascensiones, Popier y dos colegas recogieron el desafío de completar el Himalayan Database, un almanaque de estadísticas de la cordillera. Entre 2015 y 2017, apoyándose en el testimonio del propio Steck, de sus compañeros de expedición, de las imágenes tomadas desde el campo base, de imágenes vía satélite y de un recopilatorio histórico de velocidades de ascenso en el Himalaya, Popier elaboró un informe que arroja serias dudas sobre la veracidad de la palabra de Steck.
Durante décadas, la palabra de alguien que afirmase haber pisado tal o cual cima en solitario bastaba para creerle. Si aportaba pruebas fotográficas o abandonaba algo en la cima que otros encontrasen después, el asunto quedaba zanjado. En caso contrario, la palabra dada se consideraba suficiente. Hoy uno puede llamar por teléfono desde la cima de un ochomil, sacar fotos con el móvil, demostrar que ha alcanzado el punto más alto gracias al GPS, al reloj… La palabra de honor ha de respetarse, pero no hace falta recurrir a ella cuando resulta tan sencillo demostrar los hechos.
Ueli Steck nunca aportó imágenes de su ascensión: aseguró que una colada de nieve fresca le arrancó la cámara de las manos. Patrocinado por una marca de relojes GPS, nunca mostró rastro alguno o el waypoint (punto de paso) de la cima. Nunca explicó el silencio de la tecnología que empleaba.
El 8 de octubre de 2013 a las cinco de la tarde, Steck se refugió en una grieta a 6.900 metros, 100 metros por debajo del muro de 500 metros de desnivel que constituye el tramo clave de la ruta hacia la cima del Annapurna. Desde el campo base se le vio y fotografió cuando accedía a la grieta. Solo se le volvió a ver temprano al día siguiente mientras descendía del mismo vivac, pero al alcanzar el campo base Steck afirmó que había escalado de noche hasta la cima, lo que implicaba un alucinante viaje de apenas 28 horas para una de las paredes más temidas, difíciles y comprometidas del Himalaya. Varios integrantes del campo base permanecieron fuera de sus tiendas por la noche tratando de ver la luz frontal del suizo, pero nadie vio luz alguna. Dos sherpas aseguran haber visto una luz justo bajo la cima, que en realidad no se ve desde el campo base: en la cultura de Nepal, mentir por alguien con el que se está en deuda no es un descrédito. Benoist y Graziani vieron el vivac de Steck, pero ninguna traza suya por encima. Tampoco desde el campo base se apreciaron huellas en la nieve por encima del muro clave de la ruta.
Para explicar la facilidad con la que escaló los 500 metros del tramo clave, el suizo dijo haber encontrado “condiciones excepcionales”, con una capa de hielo cubriendo el muro que le permitió avanzar con celeridad. Pero las fotos lo desmienten, y el hecho de que apenas 15 días después la pareja francesa tardase dos días y medio en superar la dificultad demuestran que el terreno por el que se movió de noche Steck era mixto y muy técnico. Pese a ello, Steck aseguró haber invertido 6 horas y 45 minutos desde su vivac hasta la cima y apenas tres horas de regreso desde el punto más alto hasta los 6.900 metros, rapelando los 500 metros del muro vertical. Benoist y Graziani tardaron dos días en rapelar esa sección abandonando prácticamente todo su material. Steck no abandonó nada aduciendo que el hielo era tan bueno que pudo rapelar desde puentes de hielo (conocidos como abalakovs). Popier descubrió que Steck refirió a tres personas números distintos de abalakovs: 4, 8, 10.
Preguntado sobre cómo supo que había alcanzado la cima, el suizo refirió hasta cuatro versiones diferentes: gracias a su reloj GPS; cuando alcanzó la arista; al alcanzar la segunda de las tres cornisas principales de la arista; y hasta un trazado en una foto que no mostraba la cima, sino una antecima al este. Pero lo más intrigante es que el suizo fue capaz de escalar más rápido por encima de los 7.000 metros que por debajo de esa altitud. ¿Cuál es la versión buena?
Popier demostró gran valentía cuando presentó su trabajo a los responsables de los Piolets de Oro, el máximo galardón del mundo del alpinismo. “Mi intención no es atacar a Steck ni a nadie, sino señalar una evidencia: hablando de alpinistas profesionales no es normal que no se les exija, o que ellos no se exijan, pruebas irrefutables de sus logros, y es algo que no parece preocupar ni a los propios actores ni a las instituciones”, relata. Plantea para el conjunto del alpinismo profesional algo similar a lo que Miss Hawley logró en los ochomiles: que no hubiese mentirosos como los dos indios que demostraron hace bien poco su cima en el Everest colocándose en ella con Photoshop.
Lo cierto es que Popier albergaba dudas acerca de Steck desde 2013, cuando encontró una foto de Steck en la cara sur del Shisha Pangma, a 7.300 metros, tomada durante su fantástico ascenso de 2011, cuando el suizo escaló la pared en diez horas y media. Popier estudiaba entonces la velocidad en el Himalaya de los mejores alpinistas, cuando las cifras de Steck empezaron a chirriarle. Desde la base de la pared hasta los 7.300 metros, avanzó por pendientes de nieve fáciles para él a una media de 147 metros/hora. Desde ese lugar, Steck aseguró haber alcanzado la cima 2 horas y 25 minutos después y esto después de superar 300 metros de terreno “exigente con una sección de roca desplomada para alcanzar la arista” y recorrer una arista de 1,57 kilómetros de longitud con “nieve a ratos por el tobillo, la rodilla e incluso las caderas”. Esto significa que tuvo que progresar a entre 300 y 350 metros verticales a la hora, en terreno técnico que desconocía, sin huella abierta a casi 8.000 metros: doblando la velocidad de la parte sencilla de la montaña ante testigos que le siguieron desde el campo base.
Además, Steck tampoco aportó fotografías (dijo que su cámara se congeló) ni datos de su reloj, ni de su GPS, ni descripción de la arista que discurre desde el final de su ruta hasta la cima. ¿Por qué?, se pregunta Popier. En 2015, mantuvo una entrevista con Steck en Katmandú: cuando le preguntó cómo era posible su aceleración en la parte alta del Shisha Pangma, el suizo montó en cólera. En los siguientes intercambios por correo electrónico, Steck nunca aclaró los puntos oscuros de su ascensión. “Hasta 2015, recuerdo que a aquellos que dudaban de los logros de Ueli Steck les respondía que un alpinista de talla mundial no tenía ninguna razón para mentir”, ironiza Popier. Nadie puede asegurar que el suizo mintió. Pero si lo hizo, saber qué razones se concedió para el engaño arrojaría luz sobre los vericuetos de la mente humana.
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