No hay ‘florentinos’ en el Camp Nou
A Laporta se le aplaude la intención, su capacidad para ilusionar al barcelonismo, la confianza que tiene en sí mismo y en su obra, siempre desafiante con el Madrid
Ahora mismo, una vez investido presidente, hay la duda de si Joan Laporta ha engañado a los socios del Barça, al menos a los 30.184 que le votaron, por cambiar de avaladores después de ganar las elecciones del 7-M.
La sospecha es que quienes le han prestado el dinero finalmente puedan ser los que manden en el Camp Nou. Habrá que fiscalizar por tanto la acción de gobierno del consejo y revisar un proceso electoral que se ha mostrado caduco en asuntos muy serios con vistas a los comicios de 2026. Aunque tenga que ser aprobado por la asamblea de compromisarios, no parece razonable que cuatro directivos que no figuraban en la lista de la candidatura sometida a las urnas pasen a formar parte de la junta después de la renuncia de Jaume Giró. No se justifica siquiera con el argumento de que ahora serán empresarios catalanes y no fondos de inversión norteamericanos los que cubrirán la cantidad requerida por LaLiga.
Hay algunos barcelonistas incluso muy enfadados por el poco eco mediático y social que ha tenido la maniobra financiera de Laporta. Tienen seguramente razón, de la misma manera que no deberían sorprenderse por el poder de seducción del presidente del Barça. Todo el barcelonismo sabía antes y después de los comicios que Laporta es amigo de Jaume Roures, cofundador y socio de Mediapro, y que ambos eran devotos de Johan Cruyff. Y, por otra parte, también es conocido que son los socios capitalistas menos conocidos los que procuran a acercarse al Barça, por la misma regla de tres que guardan distancia las grandes fortunas de Cataluña. No hay florentinos en el Camp Nou.
Los más poderosos se han desentendido de un club arruinado y, que se sepa públicamente, a diferencia de elecciones anteriores, tampoco se ha urdido una trama política en favor de un candidato porque en el Parlament posiblemente se habría aceptado a Víctor Font si no hubiera ganado Laporta. Así que por acción u omisión volvió a ganar este último como en 2003 y, al igual que entonces con el señuelo de Beckham, fue capaz de convertir en éxito una negociación que habría sido un fracaso en manos de cualquier candidato, turbado por un aval de 124,6 millones. Y es que a Laporta se le aplaude la intención, su capacidad para ilusionar al barcelonismo, la confianza que tiene en sí mismo y en su obra, siempre desafiante con el Madrid.
Laporta no tiene dobleces y, como se sabe imperfecto, son públicos también sus vicios, sus defectos, sus enemigos y los recelos que despierta en los sensatos por sus transgresiones, transparente en cualquier caso para lo bueno y lo malo, como si ya fuera presidente del Barça en tiempos del fundador Gamper. Ante un desafío colectivo que genera miedo, por no decir pánico, Laporta ha respondido de momento con valentía, consciente de su carisma y capacidad de supervivencia por encima de los compañeros de directiva que le abandonaron al poco de llegar al palco. Ninguna de las fechorías que haya podido cometer él es de momento tan dolorosa para el barcelonismo como el Barçagate.
La emotividad le puede a la racionalidad en el fútbol y más en el Barça. Y por más recelos que despierte su manera de proceder y tendencia a improvisar, nadie provoca tanto entusiasmo ni tiene la energía de Laporta, al menos para los 30.184 socios que le votaron, abducidos por su poder de comunicación, su optimismo, su gas sentimental y por intentar demostrar a las tres de la madrugada en una notaría y en pleno confinamiento que no tiene sentido discutir sobre los avaladores cuando el problema de verdad son los avales que requiere la Ley del Deporte.
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