Estrategia para la vida
Carlos Matallanas, que falleció de ELA este martes, deja como legado este último libro que es una extensión de la frase de Serrat que tantas veces repitió: solo vale la pena vivir para vivir
A finales de 2014, la Asociación de Futbolistas Españoles invitó al periodista y exfutbolista Carlos Matallanas a ofrecer una charla sobre la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). A sus 33 años, le habían diagnosticado la enfermedad. El discurso —que leyó su hermano Gonzalo y que realizaba una analogía entre la vida y el fútbol— comenzó a circular, primero, en el entorno del balompié, para traspasar después los límites de los terrenos de juego y servir de guía y motivación en diferentes ámbitos.
“Porque siempre habrá un niño mirándote y al que le debes dar el mejor de los testigos: tu ejemplo”, era la frase que cerraba aquella intervención solidaria. Cuando lo redactó, tenía en mente a su sobrino Mario.
Aquel discurso evolucionó hasta convertirse en La vida es un juego (Aguilar), un libro que en realidad es un manual de instrucciones para la existencia. También de valores para el disfrute del juego. Sus destinatarios aparentes son su sobrino y Blanca, la hija que no pudo tener a causa de la enfermedad. Los destinatarios reales son los miles de lectores a los que quiso hacer llegar un mensaje de entereza, ilusión y humanidad. A los que quiso explicar que no todos pueden ser delanteros, y tampoco pasa nada: “si os toca ser centrales en la vida, sabed que vais a ser respetados y queridos por los que verdaderamente importan. Quizá no sintáis que se os aprecie en ciertos ámbitos por aquellos que tienen la escala de valores desviada por el éxito. Pero seréis gente útil para que todo funcione, necesarios para hacer el mundo un poco mejor desde el anonimato”.
Carlos Matallanas falleció el pasado martes en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Vivió siete años con la enfermedad —la supervivencia media está en torno a los cuatro—. Durante todo ese tiempo, se implicó en dar a conocer la dolencia y en promover iniciativas destinadas a recaudar fondos para la investigación. Seguía escribiendo, a través de sus pupilas, artículos y libros. Seguía disfrutando del fútbol. Nunca dejó de ser futbolista. Tampoco de sonreír. Deja como legado este último libro que es una extensión de la frase de Serrat que tantas veces repitió: solo vale la pena vivir para vivir.
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