Sentir el fútbol como Luis Suárez y Modric
Para algunos jugadores como Luis el problema es físico pero no futbolístico. La energía que le falta la suple con un astuto y sabio conocimiento del oficio, lo mismo que Luka
La inteligencia juega lindo
El trabajo de Lopetegui es impecable, pero hay déficits que trascienden al entrenador y que solo puede arreglar un futbolista. Por esa razón me resultaba imposible mirar al Sevilla y no tener un ataque de nostalgia por la ausencia de Banega, pero Monchi se apiadó de mí y decidió indemnizarme con el fichaje del Papu Gómez. Un jugador de físico poco estilizado que no levanta más de 1,67m pero, como el arte redime, cuando la pelota pasa por sus pies la eficacia se hace bella. Lo comprobarán los sevillistas cuando vean actuar a uno de esos jugadores a los que el tiempo mejora. No siempre ocurre. Hay jugadores a los que dan ganas de preguntar, como en aquella vieja canción de José Larralde: “¿Cuánto tiempo necesitas para saber cada vez menos?”. En el juego del Papu hay barrio y ciencia, lógica y sorpresa, reposo y peligro. Hay fútbol con mayúsculas.
Veteranos, sabios y apasionados
A sus 34 años a Luis Suárez parece molestarle el cuerpo, del que tira con esfuerzo sin poder disimular una leve cojera. El problema es físico pero no futbolístico, porque la energía que le falta la suple con un astuto y sabio conocimiento del oficio. Para eso hay que sacar ventaja de las pequeñas y de las grandes cosas: fabricarse espacios con movimientos precisos, saber perfilarse, pensar antes que los defensas y los porteros, agrandarse en los momentos clave… A sus 35 años Luka Modric no solo es indiscutible, sino que barrió a la competencia con una pasión digna de un principiante. Como hacen los niños, cuando Modric juega no parece existir nada que lo distraiga. Exprime su clase todo el tiempo y en todo el campo como si el fútbol fuera una cruzada. Luis y Luka son dos ejemplos maravillosos que nos ayudan a entender que, para jugar a este nivel, hay que saber y sobre todo sentir el fútbol.
El último chiste de Joaquín no es broma
Esta semana, en un doble enfrentamiento contra la Real, Joaquín contribuyó seriamente a empatar un dos a cero en Liga en los minutos finales del partido y a dar vuelta un 1 a 0 en Copa, con prórroga incluida, haciendo un aporte clave. No solo está vigente, sino que aún se las arregla para desequilibrar los partidos en los sitios en donde el juego se pone crudo y para transmitir entusiasmo y rebeldía cuando los partidos se tuercen. En él coinciden dos tipos de amores que alimentan esta pasión que lo está eternizando: el amor a la tarea (el fútbol) y el amor al lugar (el Betis). En la frontera de los cuarenta, Joaquín es el gracioso oficial del fútbol español, hasta que entra al campo y se pone serio jugando al fútbol.
Lo hermoso de volver atrás
El juego pobre se sofisticó con campos que son como mesas de billar y jugadores discretos que hablan tapándose la boca. Pero desde su trastienda salvaje, la naturaleza del fútbol pide paso. El City jugó la FA Cup contra el Cheltenham Town (cuarta división) en un campo lamentable y Guardiola nos regaló un hermoso discurso sobre el origen de los jugadores. En efecto: ¿quién no jugó a las nueve de la mañana en un terreno embarrado y se duchó con agua fría? Repetir la experiencia es algo que nos reconcilia con la pasión amateur de la que venimos. Días después, con ocasión de un Inter-Milan, Ibrahimovic y Lukaku tuvieron una pelea televisada y poco profesional, de esas en la que intervienen los pacificadores, sobran los testigos y se dicen barbaridades. Ya sabemos que eso no se hace, pero ¿quién, que haya jugado, no se reconoce en esos dos tipos enloquecidos que volvieron al barrio dentro de un gran estadio?
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