La trampa admitida de las zapatillas mágicas
En pleno debate sobre el dopaje tecnológico, la federación de atletismo legaliza el calzado que da amplias ventajas
Algunos días comiendo juntos unos cuantos atletas españoles del mismo grupo de entrenamiento, el más veterano, el que más éxitos ha logrado, les dice a los más jóvenes: “Lo que tenéis que hacer es pasaros a Nike, entrenaréis mejor, os lesionaréis menos, correréis más, miradme a mí, cómo he mejorado”. Los chavales, que calzan otras marcas de zapatillas, le dicen: “Ya, pero a mí me patrocinan otros”.
La conversación, real pero transcrita anónima a petición de los conversantes, se repite en todos los ambientes atléticos desde hace un par de años y, más que un deseo propagandístico de algunos, revela la indefensión, la frustración de otros, la mayoría, ante lo que consideran una especie de competencia desleal en la lucha por puntos en el ranking mundial (decisivo para participar en Europeos y Juegos este 2020) y para conseguir marcas mínimas.
Por las noches, en sus ordenadores, repasan vídeos de competiciones y se cargan de razones. Observan, por ejemplo, la llegada del reciente maratón de Dubai, el sprint desesperado de los 11 primeros (solo los primeros 10 recibían premio económico) con las mismas zapatillas saltarinas y 2h 6m de marca, lo nunca visto en una distancia en la que antes de 2016 y la aparición de las Vaporfly, el primer modelo Nike, una marca de 2h 5m era patrimonio de los mejores y excepcionales talentos. Actualmente, ese rango solo lo dan 2h 3m. O el vídeo de la británica Jemma Reekie, una atleta de 21 años rebajando más de cuatro segundos su mejor marca en 800m en pista cubierta y dejando el récord británico en 1m 57,91s… Y con unos clavos de la marca mágica.
Repasan y repasan los vídeos y concluyen que las zapatillas de la competencia, con sus suelas tan gordas y su placa de carbono en la entresuela, su espuma tan ligera y su efecto muelle, no son otra cosa que dopaje tecnológico, una ayuda excesiva que desvirtúa el sentido clásico del atletismo, que rebaja a accesoria casi la contribución del esfuerzo humano y del entrenamiento y que les recuerda tantísimo a la época en la que todos los días se batían récords del mundo de natación gracias a los bañadores de cuerpo entero, flotadores que eliminaban la resistencia del agua y multiplicaban la eficiencia de las brazadas.
Con las Next%, la segunda generación de las zapatillas voladoras, Eliud Kipchoge se quedó a menos de un minuto de las dos horas en el maratón. Con la tercera, las AlphaFly, unas suelas de cinco centímetros que alargaban artificialmente la longitud de las piernas del atleta, el keniano ya bajó de las dos horas en octubre: 1h 59m 40s en Viena, marca no homologada.
Los especialistas, científicos y biomecánicos demostraron con sus investigaciones publicadas en revistas especializadas que la ayuda de la zapatilla sobrepasaba lo que se podría considerar natural y propugnaron medidas de control que debían basarse, principalmente, en limitar a 30 milímetros el grosor de las suelas, el espacio en el que se podía jugar con espumas ultraligeras y artefactos. Los atletas populares se frotan las manos y hacen cola para hacerse con el modelo, pese a que su precio supera los 300 euros el par.
El ruido fue tan fuerte, las acusaciones de dopaje tecnológico tan fundamentadas, que la propia federación internacional de atletismo de Sebastian Coe se vio obligada a intervenir. Lo ha hecho con un reglamento que, como aquel de la Unión Ciclista Internacional en 1997 que limitaba el uso de la EPO a unas dosis que no hicieran superar el nivel del 50% el hematocrito de los deportistas, reconoce, en cierta medida, los hechos consumados y su incapacidad para luchar contra ellos. “Como estamos en año olímpico y muchos atletas se han preparado con las zapatillas de 40 milímetros de suela no podemos prohibirlas”, reconoció Coe al limitar no a 30mm sino justo a 40 milímetros, el grosor de las Next%, el tope máximo en su reglamento.
Ningún otro fabricante puede acercarse a ese modelo, protegido de imitaciones por varias patentes. Los atletas de otras marcas deberán seguir resistiendo a la frustración y al sermón de turno de “lo que tenéis que hacer es pasaros a mi marca...”.
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