El Barcelona se inmola con Messi
La decadencia del equipo se asocia a la impotencia del capitán, solo y condenado a seguir, sin que Koeman encuentre la solución con su vertiginosa propuesta del 4-2-3-1
Muy pocos equipos perciben la derrota como el Barça, y el barcelonismo ya se preguntaba cuando ganaba cómo sería la vida sin Messi. Incluso parecía preparado para la depresión, dispuesto a afrontar una etapa de decadencia, falto de liderazgo en el Camp Nou. Nadie había visualizado, sin embargo, la posibilidad de una decrepitud con el 10 vestido de azulgrana, capitán del Barça.
Messi ya no decide los partidos ni después de evitar viajes como el de Budapest. A los 33 años, ha pedido desequilibrio, no sale limpio del regate, pierde la pelota —29 veces en Cádiz, el pasado sábado— y ya no marca de falta, encimado por la defensa de ayudas que presentan equipos como el de Álvaro Cervera. Messi quiere y no puede, fácil blanco ahora para la crítica: todo tiene un precio, también el 10. Nada resulta más simplista y también rentable que culpar a Messi.
El rosarino aguantó mucho tiempo al equipo, el equipo sostuvo durante años al club y el club permitió sobrevivir al equipo y a jugadores como Maradona con títulos como la Copa y la Recopa. El reinado de Messi, sin embargo, se acabó en verano cuando comunicó que se quería ir del Barça. El entonces presidente Josep Maria Bartomeu no le dejó partir y Messi juega preso, como un condenado, retenido en el Camp Nou.
El rosarino está tan solo que cuando el equipo gana en su ausencia partidos como los de Kiev o Budapest se habla de solidaridad y buena mecánica de juego, incluso con un dibujo extraño como el 4-2-3-1. A veces parece que la victoria se celebra como un bien común y la derrota se adjudica a Messi. Aunque el argentino condiciona el fútbol, no explica los males del Barça.
El reto de Koeman es que Messi juegue para el equipo y no que el equipo juegue para él mientras no se resuelve su futuro, pendientes los dos de las elecciones del 24 de enero, y por tanto abandonados a un marcador que hoy señala una desventaja de 12 puntos respecto al Atlético. Jamás un equipo remontó tal diferencia en LaLiga. Las dudas sobre Messi crecen cada día en el Barça a pesar del apoyo de Koeman.
Ocurre que al técnico le conviene dar con un plan de juego y encontrar el sitio de Messi. Koeman ha implantado el doble pivote sin anestesia en un equipo cuya cultura futbolística se basaba en el mediocentro y el 4-3-3. Rijkaard empezó igual hasta que Salva Ballesta dinamitó el 4-2-3-1 en Málaga y provocó el fichaje de Davids. El cambio liberó a Ronaldinho y el Barça fue imparable hasta la Champions de París.
La fórmula tampoco acaba de funcionar con Koeman. No da con una pareja fiable y curiosamente el peor parado en cualquier mezcla es De Jong. El holandés corre desbocado, inocuo como volante y desbordado como central, nada que ver con el jugador del Ajax. Busquets siempre prefirió jugar solo como pivote y hay pocas noticias de Pjanic.
Errores en defensa
No hay equilibrio en la medular y el equipo se parte, frágil en defensa y estéril en ataque, muy expuesto en LaLiga, torneo en el que los equipos son más competitivos que muchos de la fase de grupos de la Champions. Neto falló ante el Alavés, Piqué y Ter Stegen erraron en el Wanda y en el Carranza fallaron Mingueza y después Alba-Lenglet-Ter Stegen. Nadie olvidó el córner de Anfield.
Los errores individuales penalizaron al grupo ante la irritación de Koeman, que pide agresividad y actitud, lastrado por la baja de Piqué. No es cuestión de un futbolista, sino del sistema de contención: defiende mal, necesitado de laterales y centrales titulares y de delanteros que presionen de forma coordinada con o sin Messi.
No se sincronizan las líneas, se perdió el juego de posición y la salida de la pelota desde el área y los atacantes chocan, sobre todo Griezmann y Messi, o evitan el atropello como Coutinho. Los tres mediapuntas se solapan y centrifugan el juego, obcecados en embestir por dentro, fáciles de neutralizar por los rivales que cierran los pasillos interiores y dejan libres las bandas, no siempre bien atacadas por Dest y Alba.
A excepción de Dembélé, que no es titular por su tendencia a las lesiones –la última, una lesión muscular que le tendrá dos semanas de baja, se produjo precisamente en Cádiz–, no tiene extremos ni jugadores que le den amplitud y profundidad, tarea en la que destacaba Ansu Fati. Aunque de naturaleza calmada, tampoco suele ser hoy un equipo paciente, sino que con Koeman corre a toda prisa para espantar la parálisis de Lisboa. Viaja impreciso a la velocidad de vértigo en busca de un gol que si tarda en llegar desnorta hasta a Ter Stegen. La impaciencia acaba por traicionar al Barça en cualquier pérdida o error, falto de seguridad, débil psicológicamente, desquiciado y deprimido porque no encuentra el punto de inflexión a su desplome desde que pensó que para corregirse le alcanzaba con quitar a Valverde. No remontó un partido desde que empezó la temporada porque Koeman tampoco acierta con los cambios como se vio en Cádiz.
Amontonar delanteros no es el remedio, sino que se impone hacer un equipo, reto difícil porque la plantilla está atomizada, conviven clanes diferentes y las jerarquías están marcadas y respetadas por Koeman. Tal vez el contexto pide decisiones estructurales para acabar con el caos y, llegados a tal extremo, hay miradas que convergen en Messi. El Barça parece dispuesto a inmolarse en lugar de propulsarse con el 10.
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