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PISTA LIBRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

España y Alemania vuelven a Brideshead

Los dos equipos equipos se encuentran en una fase de búsqueda. El regreso a la base se antoja sustancial

Low da instrucciones a Goretzka durante el último encuentro de Alemania contra Ucrania.
Low da instrucciones a Goretzka durante el último encuentro de Alemania contra Ucrania.CLEMENS BILAN (EFE)
Santiago Segurola

Tiempo atrás, un partido contra Alemania era pájaro de mal agüero para la selección española. Los alemanes significaban la máxima expresión de la fiabilidad. Se les temía por lo que eran y por lo que representaban. Salían al campo con un gol de ventaja, el que se concede de saque a los equipos que intimidan. Que el gol se concretara en el primer o en el último minuto, daba igual. Gary Lineker lo expresó a su manera: “El fútbol es muy sencillo, 22 futbolistas persiguen un balón y al final siempre gana Alemania”.

Si Alemania proyectaba una idea casi inalterable de eficacia, España transmitía la vibración contraria. Durante décadas fue un equipo sumido en la frustración, el perfecto ejemplo de la incapacidad para alcanzar las expectativas que generaba. Se exprimieron todas las teorías posibles para explicar la distancia entre el éxito de sus clubes y los fracasos de la selección.

Un mézclum de cábalas salpimentó con razones políticas, biológicas —aquella débil condición física de base a la que se refería Luis Aragonés— psicológicas y paranormales. Las decepciones terminaban por explicarse en los arcanos del ocultismo. Una maldición pesaba sobre el equipo, generalmente efectiva en los cuartos de final del Mundial o la Eurocopa.

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Es probable que en el fútbol los extremos también se toquen. España requirió de Alemania para acabar con sus demonios particulares. Han pasado 12 años desde el gol de Fernando Torres en Viena y 10 desde el inolvidable cabezazo de Puyol en Durban, dos momentos capitales en el acrobático giro del fútbol español. La menos fiable de las selecciones construyó buena parte de su imprevista hegemonía con sus victorias sobre Alemania en la Eurocopa y el Mundial.

En términos estrictamente futbolísticos, España y Alemania han sido responsables de los principales cambios que se han producido en los últimos 15 años. La influencia de los pequeños y brillantes centrocampistas españoles fue tan novedosa como singular. La selección jugaba a una cosa y los rivales a otra. En Europa, sólo Alemania tomó a España como referencia principal. Sin perder carácter, los alemanes comenzaron a articular un nuevo estilo desde las categorías juveniles. España fue su espejo.

Los alemanes ganaron el Mundial 2014 con una propuesta más cercana a la española que a ninguna otra. Gente como Kroos, Özil y Lahm consagraron un estilo sostenido por la preponderancia en la posesión de la pelota, la influencia de sus sutiles centrocampistas y la incorporación del portero como pelotero necesario en la trama. A nadie extrañó que en aquellos días el Bayern eligiera a Guardiola como entrenador.

Se mueve el fútbol y los dos equipos se encuentran en una fase de búsqueda. España no ha salido de la depresión que le produjo el batacazo en el Mundial de Brasil. Vuelven a insinuarse los negativos fantasmas del pasado. Alemania tampoco funcionó en la Eurocopa 2016 y en el Mundial de Rusia. Las dos selecciones se encontraron hace un año en la Eurocopa sub-21, y el regreso a la base se antoja sustancial.

Luis Enrique alineó contra Suiza a ocho futbolistas que jugaron o pertenecen por generación al equipo que ganó el torneo. La selección alemana acude hoy a Sevilla con cinco jugadores de aquella edición. Es una gruesa inyección para un equipo que viene animado por el vendaval que ha creado el Bayern, una vuelta de tuerca que dirige el fútbol hacia su próximo futuro. No es un Mundial, ni una Eurocopa, pero el partido de Sevilla supone un regreso futbolístico a Brideshead, a una época trascendente para los dos equipos. Nos dirá, por ejemplo, si la categórica apuesta de Luis Enrique tiene vuelo de verdad. Nadie mejor que Alemania para medir esta cuestión.

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