El miedo a 2020
Haría falta un milagro para que no descendiera Gimnasia y Esgrima, y sus aficionados han dejado de creer ya hasta en Maradona, su entrenador
No todo el mundo celebrará con entusiasmo, o al menos con esperanza, la llegada del nuevo año. Dejando de lado a aquellos que rechazan organizar sus momentos de alegría según algo tan arbitrario como el calendario gregoriano, y excluyendo con el mayor respeto a quienes temen que un problema de salud tenga un mal desenlace en los próximos meses, queda un grupo de personas que recelan de 2020. Esas personas caminan hacia el futuro con la sospecha, o la convicción, de que su desgracia ya tiene fecha. En Argentina, el 1 de marzo de 2020.
Hablo de los aficionados cuyo club parece condenado al descenso. Como los de Gimnasia y Esgrima, la institución decana del fútbol argentino, fundada el 3 de junio de 1887. La gente de Gimnasia y Esgrima se llama a sí misma los triperos porque hace más o menos un siglo varios de sus jugadores trabajaban en mataderos. Otros, con mala entraña, les denominan los vírgenes, porque su vitrina permanece intacta, sin haber sufrido jamás la mácula de un trofeo. Eso no es del todo cierto, porque los triperos ganaron el campeonato de 1929, en una competición todavía de aficionados. Desde entonces, nada.
Haría falta un milagro para que Gimnasia y Esgrima no descendiera el próximo 1 de marzo. Aunque en la tabla anual se salva por los pelos, porque durante el receso navideño está justo por encima de los tres últimos, en la tabla de promedios, la que redime o condena, ocupa el ultimísimo lugar. Y lo ocupa a bombo y platillo.
Ignoro si contratar a Diego Armando Maradona como entrenador fue una idea buena o mala. A juzgar por su historial, Maradona es un técnico mediocre. Por otra parte, asegura el espectáculo. Ríe, llora, construye frases surrealistas, visita al presidente de la República ataviado con bermudas, saluda a la multitud desde el balcón de la Casa Rosada, ríe de nuevo, llora de nuevo. En noviembre dimitió como entrenador. Volvió al cabo de tres días. Descender a la B con Maradona es como descender por la pasarela del Moulin Rouge parisino: luces, plumas y aplausos.
Maradona consigue que se llene el Estadio del Bosque y que los triperos sueñen con que obrará un milagro. Pero la realidad es la que es. Gimnasia y Esgrima ya se arrastró por la Superliga la temporada pasada y es uno de esos equipos que parecen cualquier cosa menos un equipo: si su juego tiene algún sentido, nadie ha sido capaz de verlo. Los directivos lo hacen mal, dicen que el arquero quiere irse (y lo hace aún peor), el ariete medita inmóvil, los centrocampistas deambulan como convalecientes en un hospital y falta un central con oficio. Los triperos más lúcidos ya no creen ni en Maradona. Se han convertido en ateos.
Conozco muy bien esos momentos en que incluso la fe se pierde. Muy lejos de La Plata, al otro lado del Atlántico, en Barcelona, hay otro equipo que rueda por el pedregal hacia el precipicio. El Espanyol no ha elegido el vía crucis de luces y purpurina, al estilo del Gimnasia maradoniano, sino el clásico: tres técnicos en media temporada, gradas semivacías, dolor de estómago. El caso es que quien en un momento de su infancia decidió hacerse tripero o, como yo, perico, conoce el percal a estas alturas. Mirando al pasado puede intuir el futuro. No eligió lo fácil, sino lo difícil tirando a imposible. Si el 24 de mayo toca luto, pues luto. Y si tocara salvación, para Gimnasia o Espanyol, qué feliz 2020.
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