Luca y el oficio del padre
Haga lo que haga, al portero le espera una carrera en la que sus méritos nunca estarán acorde con las expectativas. Parece todo el mundo tan convencido de su fracaso que lo más probable es que triunfe
La historia del Real Madrid, como la de casi todos los grandes clubes del planeta, está plagada de náufragos ilustres que no soportaron el peso de su camiseta, de su escudo, de su estadio. Aquel famoso miedo escénico al que tantas veces se refirió Jorge Valdano para explicar la épica del triunfo, esconde también un lado tenebroso que, en no pocas ocasiones, atenaza al futbolista local de un modo tan asfixiante que el perro se convierte en gato, la liebre en conejo y el átomo en polvo. A todas estas dificultades, insalvables para nombres tan contrastados como Kaká, Michael Owen, Emerson o Walter Samuel, debe sumar Luca Zidane el lastre de un apellido asociado al oro macizo.
Dedicarse al mismo oficio en el que ha triunfado tu padre supone, a menudo, una apuesta segura por el desastre. Lo sé porque yo mismo traté de emular al mío y la cosa no terminó del todo bien. En solo diez meses al frente de la nave, fui capaz de llevar a la quiebra un negocio que había brillado con luz propia durante cuatro décadas, lo que no impidió a mi amable progenitor reconocer cierto mérito en todo aquello: “no era fácil y lo hiciste”, me dijo el día que entregué la cuchara. En el caso concreto de las leyendas del deporte, sus herederos han perdido la batalla mucho antes de comenzar porque un padre lo perdona todo, incluso la ambición desmesurada del hijo, pero la memoria colectiva no.
El caso más paradigmático lo vivimos con Jordi Cruyff, un excelente futbolista del que todos decíamos que no era ni la sombra de su padre. Lo cierto es que casi ninguno de los futbolistas entrenados por el Flaco soportaría una comparación similar pero el único obligado a reflejarse en el espejo del mito fue, precisamente, quien menos lo buscó. “Era muy duro conmigo porque quería demostrar que no le daba ventaja a nadie”, recuerda Jordi aquellos días en los que ambos compartieron espacio en el primer equipo del Barça.
La afirmación, confirmada por varios futbolistas de aquel vestuario, desarmaba parte de un discurso articulado desde la mala fe por un entorno mediatizado que utilizaba al hijo para atacar al padre. Todavía es pronto para saberlo pero algo similar parece intuirse tras las primeras críticas recibidas por Luca Zidane.
Seguir de cerca los pasos del heredero es una ley no escrita de la paternidad, supongo. Unos lo hacen a modo de red, siempre pendientes de que el chiquillo no se caiga. Otros, sin apenas pretenderlo, los terminan persiguiendo como fantasmas. Haga lo que haga, a Luca Zidane le espera una carrera en la que sus méritos nunca estarán acorde con las expectativas, lo cual no tendría por qué ser visto como un planteamiento negativo. Bien al contrario: parece todo el mundo tan convencido de su fracaso que lo más probable es que termine triunfando.
Para ello no necesita liderar a Francia en una nueva conquista mundial, ni tan siquiera asentarse como titular en el Real Madrid. Le basta con encontrar su sitio, con lograr que sus compañeros lo miren como al portero y no como al hijo de la leyenda. Y parte, en mi opinión, con una gran ventaja que nadie le podrá discutir: es mucho mejor portero que su padre.
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