Nuñez, el constructor que desafió al textil
El empresario intentó encontrar el reconocimiento entre la industria tradicional
A los cuarenta años a Josep Lluís Núñez la vida ya le iba suficientemente bien como para poder mirar con distancia sus humildes orígenes. Había pasado ya mucho tiempo desde que durmiera bajo los trenes en la estación de Portbou o que ganara su primera peseta vendiendo cromos a niños con mayores recursos que los suyos, como había explicado. Pero seguía echando en falta algo: reconocimiento social.
Por entonces, Núñez y Navarro, la promotora y constructora que había fundado con su suegro, ya se había hecho un nombre en la Barcelona del tardofranquismo. Pero las puertas de los cenáculos económicos de la ciudad le seguían vetadas. Por eso optó por asaltar el Futbol Club Barcelona, lo que era un desafío en toda regla. Un empresario de nuevo cuño retaba a sagas industriales con más de un siglo de historia, sobre todo vinculadas al sector textil, que siempre habían controlado no solo el azulgrana, sino los principales clubs económicos de la ciudad. Y venció.
Núñez había llegado a Barcelona en 1938, siguiendo los pasos de su padre, un agente de aduanas que antes había recalado en Portbou. Trabajador desde adolescente, el salto en su carrera lo dio de la mano de Francisco Navarro, su suegro, con quien constituyó Navarro y Núñez, a la que años después cambiaría el orden de los apellidos. La empresa ganó fama por su predilección por las promociones de pisos en los chaflanes de Barcelona. Por cada promoción o por cada nuevo aparcamiento se creaba una nueva sociedad, lo que acabó convirtiendo el grupo familiar en un enjambre societario de hasta cien empresas. Hoy cuenta con un patrimonio valorado por encima de los 1.000 millones de euros y los Núñez cuentan con otras empresas patrimoniales donde acumulan riqueza.
Pero aquella constructora, y Núñez con ella, no solo era conocida por su pujanza en el Eixample de Barcelona. Ajena al interés del patrimonio arquitectónico de la ciudad, tiró de piquetas para echar abajo tesoros como el del Palau Trinxet, un palacete protegido diseñado por Josep Puig Cadafalch que sustituyó por más pisos. Hubiera hecho lo mismo con la Casa Golferichs si no hubiera sido por la oposición vecinal con la que topó. Más recientemente llevó a los juzgados al Ayuntamiento de Sant Cugat para levantar una urbanización a los pies del parque natural de Collserola.
Pero no fueron esos momentos los que condicionaron la imagen del Núñez empresario. El peor momento llegó con una sentencia judicial que le culpaba de haber comprado a inspectores de Hacienda para que alteraran sus actas de inspección a cambio de sumas millonarias y pisos a precios excesivamente bajos. La sentencia, en un proceso que se prolongó durante más de una década, le llegó a los 81 años. Núñez intentó por todos los medios legales evitar su ingreso en prisión, pero no pudo evitar un año en Quatre Camins.
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