Asesinato de Celia Barquín: “He encargado una pistola eléctrica y no pienso salir sin ella”
El asesinato de Celia Barquín desata el miedo en el campus de la Universidad Estatal de Iowa, donde estudiaba la golfista
La muerte de la cántabra Celia Barquín, de 22 años, campeona europea aficionada de golf, ha caído como un mazazo sobre la comunidad universitaria de Ames, localidad de 60.000 habitantes en Iowa. La joven cántabra habría completado su licenciatura en ingeniería este semestre, y acababa de terminar su carrera deportiva en las competiciones universitarias de EE. UU. Lo hizo de manera tan exitosa que, el curso pasado, fue elegida la atleta del año en su universidad. Su entrenadora asegura que Celia lloró de emoción al saber que, este próximo sábado, se le reconocería el honor ante miles de personas en un partido de fútbol americano. El homenaje, después de que la golfista fuera asesinada el pasado lunes, será póstumo. Igual que el título de ingeniera civil que la universidad ha dicho que le otorgará.
La noticia de su muerte ha caído como un mazazo en Ames. La ciudad acoge el campus de la Universidad Estatal de Iowa, fundada en 1858, un centro público especialmente prestigioso en las disciplinas agrarias y técnicas. “Es excepcional, obviamente, pero no deja de ser inquietante que algo así pueda suceder a plena luz del día en una comunidad tan segura como esta”, dijo el comandante de la policía local, Geoff Huff.
Gabi Wilson, de 24 años, estudiante de Veterinaria llegada de Des Moines, la capital del Estado, pasea con sus amigas por el centro de la ciudad y no oculta su miedo. “Yo suelo salir a correr por ese camino que rodea al campo de golf”, asegura. “Ya no lo haré. Tengo un aerosol de pimienta, pero hasta ahora no lo llevaba siempre conmigo. Ahora he encargado una pistola eléctrica, y no pienso salir sin ella”. “Yo trato de no ir andando sola, siempre voy en coche”, añade Hannah Yearling, de 23 años y procedente de Cedar Rapids, al este de Iowa. “No conocía a Celia, pero su muerte ha sido un shock. Yo voy a clase al lado del campo de golf, y la zona está llena de residencias de estudiantes como nosotras”, explica.
El acceso al campo de golf, que estos días permanece cerrado, está rodeado por bloques de apartamentos para universitarios. En el exterior de la residencia The Grove, que vende su piscina comunitaria como reclamo para los jóvenes, pasea sola bajo la llovizna, escuchando música con cascos, Briana Manzano, estudiante de Psicología de 19 años. “Es terrorífico, da mucho miedo pensar que en una ciudad pequeña como esta pueda suceder algo así”, lamenta. “Tiendes a pensar que aquí no pasan esas cosas. Pero ahora la universidad nos ha mandado un email explicando medidas que debemos tomar, como cambiar nuestras rutinas, no andar solas o decir siempre a alguien dónde estamos”.
“La seguridad de los estudiantes es nuestra prioridad, pero con 36.000 matriculados no podemos garantizarla al 100%”, reconoce Katie Can, del decanato de estudiantes. “Nuestra comunidad universitaria es como una gran familia, de la que pasas a formar parte en cuanto llegas. Todos somos ciclones [el nombre con el que se conoce a los representantes de la universidad en las competiciones deportivas]. Son jóvenes increíbles, muy ambiciosos, como era Celia, con ganas de convertirse en ciudadanos del mundo. Esto ha sido un golpe muy duro, e inevitablemente ha alterado la vida en el campus”.
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