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Ana Peleteiro pelea y acaba con el bronce en el triple salto

La saltadora gallega se queda a un centímetro de la plata en una final de triple dominada por la griega Papahrístou (14,60m)

Peleteiro, en la final del triple salto, donde consiguió el bronce.
Peleteiro, en la final del triple salto, donde consiguió el bronce.Matthias Schrader (AP)

Lo sabía Ana Peleteiro, lo sabía su entrenador, Iván Pedroso, y lo sabía Teddy Tamgho, el saltador francés de 18 metros, que, sentado al lado de su entrenador cubano, y con el mismo castellano de acento cubanísimo, compartía con sus grandes ojos muy abiertos, incapaz no sentir la convicción tremenda de su mirada, de su fe, los mismos consejos que aquél le impartía a Peleteiro, una mujer seria, concentrada, convencida. Todos sabían que para ganar el campeonato de Europa, la gran señal de su entrada en la corte de las más grandes, necesitaba batir el récord de España, los 14,62m que registró Carlota Castrejana hace 11 años.

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Y por si acaso, para refrescárselo, la griega Paraskeví Papahrístou, la veterana saltadora (29 años) que ya en la calificación empezó a asustar, saltó 14,60m en su segundo intento. La línea de la pelea estaba fijada. Y a la pelea entró Peleteiro, tan madura, tan combatida ya a los 22 años, tan combatiente. Y entró decidida.

En su primer salto, 14,42m, ya trazó la línea de partida. Era la respuesta a la sorprendente alemana Kristin Gierich, que inauguró la competición con 14,45m, superando en tres centímetros su mejor marca. Terminada la segunda ronda de saltos, el partido estaba ya fijado. Las medallas se las jugarían entre la griega, la alemana y Peleteiro. Y nada más estaba escrito. El orden podría variar. Debería variar. No varió, como no varió el aire desangelado en la zona del triple, umbría, un espacio ajeno al jolgorio de la pista, que interrumpía constantemente el desarrollo dramático del salto, el crescendo que nunca se produjo.

Peleteiro no sabe si sus genes son cubanos, pero compitió como una atleta cubana, como su entrenador, Pedroso, el saltador que siempre derrotaba a todos sus rivales, y a Yago Lamela en un par de ocasiones, con un sexto salto inalcanzable. En los últimos Mundiales de Londres 2017, la señal de su resurrección conseguida en Guadalajara bajo el estricto y exigente régimen de Pedroso, quien no admite que no haya mejora, que no haya hambre, que no haya voluntad de ir más allá, Peleteiro fue la única de las finalistas que logró mejorar su marca personal. En Berlín no lo consiguió. Lo hizo la alemana. Ella logró dos de las mejores marcas de su vida con viento legal, pero cuando en el sexto, el salto que la debía definir, la puntera de su zapatilla se clava a unos centímetros de la plastilina en la batida, y se queda en 14,44m, el descontento la invade, y no solo por quedarse a un centímetro de la medalla de plata. Había superado el ritmo acelerado que le había costado un par de nulos. Había visto la luz. Fue su mejor salto, como todos esperaban, pero no fue el Salto. Volvió a ser bronce, como hace cinco meses en el Mundial en pista cubierta de Birmingham, pero ella quería mejorar su marca, ella quería, también, el oro que llevaría aparejado. “Nunca salto pensando en la marca, sino en hacerlo todo perfecto”, suele decir la atleta gallega. “Y la marca, y la victoria irán aparejadas. Pero si saltas pensando en la marca, no llegas”. Como todos, quería que los sacrificios de su vida de atleta se reflejaran en la pista.

Y con el mismo genio competidor, de persona que no admite no haber llegado adonde pensaba que podía llegar, habló luego con la prensa, después de celebrar con la bandera la cuarta medalla española en Berlín, unos minutos después de la tercera, la de Orlando Ortega.

“No puedo decir que estoy superhappy, porque no lo estoy”, dice. “Estoy enfadada. No estoy contenta. Soy muy inconformista”. Y cuenta que quizás dentro de 10 años verá como algo menor no haber batido a la griega y el récord de España que sabe que algún día batirá. Pero ella también sabe de dónde viene, dónde estaba hace dos años, cuando pocos pensaban, cuando abandonó la residencia del Centro de Alto Rendimiento de Madrid, que podría su talento volver a brillar como cuando era la mejor juvenil del mundo. Y sabe por qué está ahora donde está. Dentro de 10 años lo verá como algo menor. “Hace dos años no me habría imaginado que hoy sería bronce, pero, después de todo lo que trabajado, quería más. Y sé que Iván, aunque no me lo diga, también quería más”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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