Enzo Zidane y Lao-Tse se cruzan en Majadahonda
El futbolista recala en el pequeño club debutante en Segunda, entrenado por Antonio Iriondo, lector del filósofo chino y que los prepara con yoga y meditación
Enzo Zidane llegó el sábado 14 de julio temprano a su primer día en el Rayo Majadahonda, equipo recién ascendido a Segunda División, pero cuando Antonio Iriondo, el entrenador, le dio la bienvenida con un abrazo, ya era tarde para el punto 1 del plan de trabajo. Iriondo había hecho madrugar a los jugadores para una sesión de meditación y yoga en ayunas, con la fresca de la mañana de San Rafael (Segovia), unos 70 kilómetros al norte de Madrid, unos 1.200 metros de altitud, unos 10 grados centígrados menos que en la capital.
Así empezaron los días mientras estuvieron en San Rafael, y también los que pasaron después a las afueras de Ávila. “Primero”, explica el entrenador, “calmamos la energía. Una vez calmada, y minimizada la frecuencia de los pensamientos, hacemos ejercicios de yoga, con los que se trabajan la mente, el cuerpo y el espíritu. Y acabamos con relajación. El rendimiento de un jugador depende de su trabajo físico, técnico, táctico y psicológico”.
Hijo de niños de la guerra enviados a Rusia en 1937, Antonio Iriondo nació en Moscú en 1953, aunque a los tres años la familia se trasladó a España. Su carrera futbolística se ha movido siempre en los alrededores de Madrid. Como jugador, conocido como El Ruso, en pequeños equipos como el Moscardó, el Alcorcón y el Carabanchel, donde se retiró en 1982. Como técnico: Móstoles, Carabanchel, Villaviciosa de Odón, Pinto y una fugaz estancia en Primera en el banquillo del Rayo Vallecano, cuando en 2003 destituyeron a Gustavo Benítez.
Pero donde más ha estado es en el Rayo Majadahonda, en el municipio con la cuarta renta per cápita más alta de España, una localidad residencial de 70.000 habitantes del extrarradio de Madrid. Con Iriondo, este club de barrio, que el año pasado tenía 300 socios, y se centra en las escuelas de niños, ha vivido sus dos mejores épocas. En la primera, de 1994 a 1998, ascendieron a Segunda B. Cuando regresó en 2012, estaban en Tercera. Volvieron a Segunda B y en mayo pasado ascendieron a Segunda, categoría que no habían pisado nunca antes.
Entre esas dos estancias, a Iriondo le sucedió algo que lo transformó. En 2003, pasó en Japón dos meses entrenando durante el campeonato de verano al equipo de la universidad budista de Tatara, en la ciudad de Yamaguchi, alojado en la residencia de los monjes. Uno de los primeros días lo despertaron unos susurros a las cinco de la mañana. Los monjes se dirigían en fila hacia un pequeño convento de madera, del que regresaron dos horas más tarde. Él pidió ir al día siguiente. “Lo pasé fatal”, recuerda, “porque ellos se pusieron en posición de meditación: espalda rígida, recta. A los diez minutos no sabía dónde meterme”. Pero aguantó, y regresó al día siguiente, cuando ya le ayudaron a meditar. “Fue acojonante”, recuerda.
Se enganchó a la meditación y al estudio de la exploración interior. “Leo bastante, por ejemplo a Lao-Tse. Es un pozo de sabiduría en el que cada día descubres cosas”, dice.
El personaje sedujo a Enzo Zidane (Burdeos; 23 años), hijo mayor de Zinedine Zidane, que en verano repasaba la complicada temporada que acababa de terminar. En su primera experiencia fuera de la estructura del Real Madrid, donde se crió, había tenido cinco entrenadores, entre el Alavés, donde apenas jugó, y el Laussane Sport suizo, con el que bajó a Segunda. “Quería volver a España”, dice Enzo, “pero sobre todo buscaba un entrenador que encajara con mi estilo de juego, que quisiera confiar en mí, que quisiera ayudarme a crecer y ser mejor futbolista”. Y llamó a Iriondo, a quien conocía de haberse enfrentado con el Castilla al Rayo Majadahonda en Segunda B.
“Quería preguntarle, primero, si me conocía, porque muchas veces los equipos te quieren, pero los entrenadores no te conocen realmente. Me dijo que me conocía muy bien. Y lo que más me gustó es que sabía lo que quería hacerme mejorar. Además, tiene una filosofía más allá del fútbol”, dice Enzo, mediapunta por el que pasa buena parte del juego ofensivo del equipo.
Sentir el juego
“Quiero que los jugadores sientan el juego”, dice Iriondo. “Para sentirlo, primero hay que pensarlo, y para pensarlo hay que entenderlo. Algunas veces los jugadores quieren órdenes concretas y yo no doy órdenes concretas. Yo digo: ‘Piensa y haz’. A fuerza de pensar y hacer, le daremos un punto de velocidad cuando ni siquiera pienses. El fútbol sentido tiene mucha más velocidad que el fútbol pensado”.
En los entrenamientos en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, el balón se mueve a uno o dos toques, cada día más veloz, siempre pegado a la hierba. Si alguien lo levanta, Iriondo detiene el ejercicio. “¡Apoyo, derecha, izquierda; apoyo, derecha, izquierda!”, grita, obsesionado con ofrecer opciones para que el balón circule. “En otros sitios —dice Enzo—, cuando recibes solo tienes una solución; aquí tienes tres, cuatro”.
En los alrededores del técnico, a Enzo, que ya había practicado yoga en casa, con su familia, se lo ve liberado: “Intento quitarme la presión inútil que siempre me he puesto. Me he dado cuenta de que lo único que tienes que hacer es disfrutar. Mi padre siempre nos ha dicho que hay que hacer esto para disfrutar. Estoy intentando tomarme las cosas más con calma, como dice Antonio”, explica.
Lo que dice Antonio, por ejemplo es: “El propósito de la meditación es tener un estado meditativo permanentemente. Vivir el aquí y el ahora. No tener pasado, no tener futuro”. Parece dicho para Enzo, que sin embargo no encuentra solo algodones. En el partidillo del viernes se planta solo ante el portero, hace una bicicleta y con aparente desgana empuja la pelota, que detiene sin esfuerzo el portero. Iriondo salta: “Enzo, déjate de mamonadas. Mata al portero, que tenemos tres”.
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