Balada de las botas puestas
Perú no ha ganado en este Mundial, pero ha devuelto a todo un país la fe en ganar
Perú clasificó al Mundial de Rusia en el último partido de la última repesca de la última eliminatoria. Y se marcha en la primera fase.
Mis amigos me llaman a darme el pésame, como si se me hubiese muerto un pariente. Siempre ante una tragedia nos ponemos a buscar justificaciones innecesarias. Repetimos lugares comunes inútiles. Mis amigos me dicen amablemente, como se le habla a un viudo reciente, que Perú lo hizo bien (como cuando pretenden consolarte con “¡pero si lo vi hace una semana y estaba vivo!”), que jugó mejor que Dinamarca (“siempre se mueren los más buenos”), que solo faltó una delantera con pegada (“fumaba demasiado, nunca se cuidó”).
Me cuesta explicarles a estas nobles personas que yo no estoy triste. Durante 36 años, en la práctica, toda mi vida, jamás vi a Perú llegar al Mundial. Del último que jugamos, España 82, nos desembarcó Polonia con un 5-1. Del anterior, Argentina con un 6-0. Los ancianos de la tribu recuerdan un pasado más lejano, en el que Perú hizo partidos gloriosos. Pero todos esos partidos están en blanco y negro. En Rusia, el equipo, que no tiene un solo jugador en un club de élite, se ha plantado en la cancha de igual a igual con una Dinamarca más efectiva. Y con una Francia intratable. No somos Argentina (¿y qué? Argentina tampoco). Aún así, esta es la mejor selección peruana que dos generaciones hemos visto en nuestra vida.
El equipo no ha ganado, pero ha devuelto a todo un país la fe en ganar. La hinchada se ha desplazado en masa a Rusia. Cada vez que jugaba Perú, parecía encontrarse en su propio estadio. Tengo el teléfono lleno de fotos de amigos en la plaza roja. Y vídeos de aviones atiborrados de gente con camisetas blanquirrojas cantando “cómo no te voy a querer...”. Algunos han vendido sus coches para cruzar el mundo. Otros se han endeudado. Y todos han estado ahí, creyendo que era factible. Total, un año antes lo absurdo, lo inédito, lo increíble era clasificar. Hoy, el suelo de lo posible se ha elevado un escalón.
Para una sociedad con niveles estratosféricos de racismo, también constituye un símbolo importante haberse reunido en torno a un equipo formado por afrodescendientes, andinos y mestizos. En el Perú, la publicidad, ese reino de los sueños, todavía está sobrepoblada de blancos. La ropa, los coches, las cosas bonitas que quieres comprar, son en la tele patrimonio de una etnia minoritaria. Esta vez, por una semana, los peruanos de la pantalla se han parecido a los de la calle. Y el país se ha visto a sí mismo con esperanza.
Así que mañana, en el partido ante Australia, estaré frente a la pantalla con mi banderita y mi camiseta, y seguiré pensando, un día más y contra toda razón, que podemos ser campeones. Total, este equipo nos ha dado la oportunidad de creer. Y no podemos desaprovecharla.
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