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ANÁLISIS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Messi, del placer al deber

Messi y los chicos de Argentina no se entienden, no hay forma de que la pelota les traduzca. Uno la susurra, otros la patean con saña

José Sámano
Mess, tras el partido.
Mess, tras el partido.Ricardo Mazalan (AP)

Con permiso del eterno Eduardo Galeano. El viaje del fútbol del placer al deber que laceraba al inolvidable escritor uruguayo tiene en Messi a un polizón angustiado por tal travesía entre Barcelona y Argentina. El Messi albiceleste es demasiado solemne. Con más amigos que futbolistas de fundamento a su alrededor. El colegueo futbolístico con Biglia, pongamos por caso, nunca será el mismo que con Xavi e Iniesta. Biglia o tantos otros de su Argentina que no serían de su exclusiva pandilla azulgrana cuando el asado dejara paso al fútbol.

En Argentina, el circunspecto y afligido Messi es un capitán que tira de los suyos con fórceps. Mientras, esos suyos se torturan porque a su lado no hay forma de que ni siquiera un genio frote la lámpara entre tanto pedregal. En definitiva, un suplicio para todos con tintes babélicos: Messi y los chicos no se entienden, no hay forma de que la pelota les traduzca. Uno la susurra, otros la patean con saña.

El resultado es un Leo poco natural, demasiado despojado de su sentido recreativo del juego, al que siempre ha estado ligado desde que era un mocoso rosarino. Aquel chiquillo que se hizo niño en Barcelona jamás regresó a su infancia barrial y cada viaje de vuelta lo ha tenido que hacer como un adulto prematuro. Como sus paisanos se perdieron su parvulario hace tiempo que le exigen sin miramientos que pague su deuda. Se la reclamaron por las bravas y, tras su amago de retirada de la selección, ahora casi se lo suplican. El maestro Galeano diría: “Señor Messi, una pizca de fútbol por favor”. Y Messi está por la labor. Lleva tatuado en el alma que solo es un argentino de paso por Barcelona.

Así que, de alguna manera, Messi se empeña en ser Messi donde ni siquiera él, tan único, puede serlo. Tal desamparo llega a ser tan conmovedor que el diez no encuentra consuelo ni en los penaltis. Nunca fueron su fuerte, pero mientras en el Barça se redime a menudo con insultante facilidad, en la selección argentina todo le cuesta más de un mundo.

No hay duda de su castrense compromiso, lo que no evita pensar acerca de lo inconveniente de la sobrecarga. Si en el Barça Messi puede ser todo o solo parte según cómo discurra tal o cual jornada, Argentina requiere que sea Leo a cada segundo. Si en el Camp Nou hay un rato que no es Iniesta, Iniesta hace de Iniesta. Lo mismo que le pueden suplantar Busquets a lo suyo y antes Ronaldinho, Neymar, Xavi... El problema es que si la Pulga no hace de Mascherano o de Biglia, Mascherano y Biglia se representan a sí mismos. Lo que no conviene a una Argentina que para más descoloque de Messi trata a la pelota, su mejor amiga, como si fuera una cualquiera. Con Argentina aún tiene que ser más que Messi, lo que ya es el colmo.

Así no hay manera de ligarse a Messi. El hombre se desanima, se desgañita para sus adentros rosarinos y acaba sin energía. Y sin respuestas. Vaya una sobre la marcha: no se puede tener un Velázquez colgado junto a la campana de la cocina. Por muy Velázquez que sea.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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