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Busquets como síntoma

El volante azulgrana, desconocido ante Portugal como asistente en largo y de cabeza, no pudo catalizar el juego de una España que dio con soluciones imprevistas

José Sámano
El portugués André Silva, a la izquierda, y el español Sergio Busquets, a la derecha, este viernes en el partido Portugal-España.
El portugués André Silva, a la izquierda, y el español Sergio Busquets, a la derecha, este viernes en el partido Portugal-España.Javier Etxezarreta

La conmocionada España que se robusteció frente a Portugal emitió algunas señales de contrarreforma. Tuvo otra piel: quiso jugar como siempre, pero salió a flote como nunca. La Roja de Iniesta, Silva e Isco, siempre tutelados por el clínico observatorio de Busquets, resulta que fue terminal con Diego Costa, Nacho y Koke, los menos armónicos. Jugadores con tonelaje, más aptos para lo grueso que para lo fino. Pero todo suma, máxime en torneos que exigen respuestas instantáneas, en los que cada detalle puntual es una veta.

Si Costa y Nacho golearon, nadie peregrinó como Koke, el más maratoniano con sus esforzados 11,7 kilómetros, el de más recorrido tanto cuando España tuvo la pelota como cuando debió recuperarla. El colchonero, exprimido como un limón, también dejó una huella tan capital como concreta: su jabato cruce ante Quaresma, ya con 3-3, que evitó la derrota española.

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Frente a Portugal, Fernando Hierro se vistió de Julen Lopetegui y envidó con las cartas del repentino entrenador madridista. En los planes del exseleccionador ya figuraba dotar a la Roja de un cierto mestizaje. La elección de Nacho en detrimento de Odriozola —con más vuelo ofensivo—, de Costa en vez de Iago Aspas —de juego más lírico— y de Koke como relevo de Thiago —con mayor romance con la pelota— insinuaron la mudanza. Una España sin trazo uniforme, más camaleónica. Ya no se trata solo de que este otro tipo de futbolista enhebre en la subversiva selección de la última década. Hoy, aquellos que han sido —y aún son— guardianes de las esencias también deben ser permeables al cruce de caminos con jugadores que les pueden resultar estilísticamente forasteros. Una Roja más ambulante. Y nada más sintomático al respecto que el Busquets visto ante Portugal.

Frente a Cristiano y sus camaradas, no apareció el Busquets catalizador que maniobra como un reloj con botas. Ese Busquets que te tira el fútbol a la cara. Ese futbolista que pone a todo el gabinete de volantes a tertuliar con el balón mientras al tiempo les escolta sin la pelota. Ante Portugal, chapoteó desnaturalizado hasta ser protagonista en dos suertes en las que no se prodiga.

Busquets fue más banderillero que torero. Primero con una asistencia al aventurero Diego Costa, una acción descatalogada en esta selección y mucho más con el catalán como eje cenital del juego. Si a España le gusta llegar al área pasito a pasito mientras canta una nana a la pelota, Busi no se sintió en su ambiente y decidió que Diego Costa se buscara la vida en medio de un safari portugués, como si fuera Messi o Maradona. Le salió redondo. Como su cabezazo estratégico para citar al hispano-brasileño con el segundo tanto. Dos imprevistos: un Busquets con las luces largas y un Busquets dañino en el juego aéreo.

Del Busquets fetén, de ese jugador prodigioso que suele por sí mismo un simposio futbolístico tanto para articular el juego como para bloquear al adversario, no hubo pocas pisadas, salvo en los momentos de inspiración de Isco mediado el primer acto. En favor del barcelonista, una vez más fue el mejor lector del partido, supo cuál era la pócima por más que no fuera de su agrado.

Busquets siempre ha querido gravitar solo, sin nadie en su perímetro que le quite panorámica. Congenió con Xabi Alonso porque el guipuzcoano soltaba amarras a su lado y se descolgaba en faenas ofensivas. Lo mismo que con Thiago, menos ancla que Koke, y más ágil y sutil para dar carrete al juego a velocidad punta. Koke es un jugador diésel, fenomenal en lo suyo, pero menos adiestrado que otros para mover el balón con marcha, a un toque. Su carrocería se lo impide, precisa acomodar el cuerpo para que los pies le obedezcan, un paréntesis suficiente para que el juego baje el volumen. Koke es el mensajero del Atlético, equipo sin sala de espera en un medio campo atrincherado que en ataque solo es una pista de despegue. El Atlético está formateado para ir por la directa con sus servicios a campo abierto. Justo lo que hizo Busquets con su colega rojiblanco Diego Costa.

Con la tecla de Nacho como relevo del lesionado Carvajal, su anticipación a Odriozola y la ausencia de Sergi Roberto, también hubo otra mutación. La de Silva, jugador telescópico, recreativo y goleador. Con Nacho y Koke sobre su costado, el canario no hiló. Así que mediado el primer tiempo, permutó hacia el eje del ataque, donde fue el primero en tener remate. De hecho, la Roja explotó mucho más la orilla de Jordi Alba, Isco e Iniesta, ruta por la que más incidió el equipo de Hierro. No fue casual. Los tres hace tiempo que están en la misma onda.

Pese a los desajustes, sin que faltaran tramos de una España más reconocible, la selección de Hierro fue superior a una campeona de Europa colgada de Cristiano, lo que no es poco. Pero no siempre dará en el clavo por atajos como los de Nacho, Costa y Koke, tan necesarios como buenos futbolistas de acompañamiento. No guionistas. A ellos les debe España gran parte del chute anímico contra Portugal tras su tormentoso aterrizaje en Rusia. Pero ya es hora de que la Roja aparque a Lopetegui, Rubiales y Florentino. Es tiempo de fútbol. Y a Hierro, aunque sea a la carrera, le corresponde conciliar a Diego Costa con la Roja de Busquets. No a la inversa, por más que haya resultado en una situación de emergencia.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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