Ser del Madrid hoy
Ante la duda, los jueces favorecerán a los sospechosos habituales y siempre habrá un amplio abanico de teorías conspirativas
En el balompié también se le puede echar la culpa al empedrado. Para todos aquellos que no quieran mirar más allá de la pasión la suerte caerá siempre del mismo lado; ante la duda, los jueces favorecerán a los sospechosos habituales y, si se quiere hilar un poco más fino, habrá un amplio abanico de teorías conspirativas entre las que escoger la que más convenga y en las que supuestamente participarían numerosos estamentos.
El fútbol suele favorecer a los equipos poderosos. Todos, sin excepción, guardan cadáveres en el armario. Pero también tiene cierta lógica, ya que son los que más posesión de balón tienen y los que pisan el área rival con más asiduidad. Esto es algo que cuesta entender a los seguidores de equipos menos potentes económicamente, ya que su equipo suele ser el asediado y ellos los que sufren viendo cómo el contrario compra décimos para la lotería del gol.
En las últimas semanas, fruto de diferentes lances en varios partidos, se ha generado una corriente que atribuye cualquier tipo de mérito del Real Madrid a las ayudas arbitrales o a los errores y lesiones de los rivales. Negar las virtudes de un enemigo no parece una táctica muy inteligente para vencerlo. Si sueñas con anotar en el descuento tienes que estar agonizando cerca de la portería rival. Y, honestamente, ¿cuántos aficionados de otros equipos no hubieran puesto el grito en el cielo si no les hubieran pitado un penalti similar al que se señaló contra la Juventus?
Para estos tiempos de justificación innecesaria y permanente del madridismo, y para entender que el Madrid también tiene ese algo especial como sentimiento que algunos le quieren quitar, puede ser un buen paliativo Grupo Salvaje (Libros del K.O.) en el que el periodista Manuel Jabois pone letra a una pasión que —oh, sorpresa— es igual a la de todos los futboleros del mundo. Una generación que forjó su amor a unos colores con Spasic es la muestra de que al final, en la vida, todos nos parecemos más de lo que creemos. Y, seguramente, de lo que quisiéramos.
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