La ¿dulce? ciencia de los moratones
‘La dulce ciencia’ recoge muchos de los ensayos sobre boxeo de Liebling publicados en ‘The New Yorker’
Pierce Egan fue un periodista inglés nacido a finales del siglo XVIII. Dejó para la historia Boxiana,una recopilación de crónicas de los combates de boxeo de la época. Y mucho más: a través de sus textos, repletos de tecnicismos y de los detalles que rodeaban a las contiendas, Egan describía a una sociedad londinense alejada del heroísmo. Y dejó para la posteridad una peculiar definición del boxeo: la dulce ciencia de los moratones.
Más de dos siglos después, el periodista estadounidense A.J. Liebling tomó el testigo y se convirtió en el gran relator de este deporte. Con textos que abarcan la perspectiva sociológica del boxeo —conversaciones con aficionados, taxistas, agentes, empleados de las salas, etc.,— Liebling coge de la mano al lector, lo pasea en las jornadas de combate y lo sienta a su lado en las gradas. En los días previos, lo lleva a visitar a ambos contendientes, lo invita a charlar con sus entornos y a escuchar la opiniones de los taxistas. Hasta lograr que se sienta a escasos metros del ring y con todo el contexto posible para analizar la pelea.
Con un fino punto de ironía y sin esconder sus preferencias personales, Liebling trazó la historia del boxeo estadounidense de mediados del siglo pasado. Sus crónicas destilan un profundo conocimiento de la disciplina y de todo lo que la rodea. Tiene, también, un cierto toque melancólico y visionario en su diatriba contra las retransmisiones televisivas y la pérdida de las esencias. Y mucha gracia en la crítica: “No es que yo tenga nada contra Savold; lo que pasa es que me parece inmoral que alguien sin talento llegue tan lejos”.
La dulce ciencia (Capitán Swing) se traduce al español más de medio siglo después de su publicación en Estados Unidos. Recoge muchos de los ensayos sobre boxeo de Liebling publicados en The New Yorker. En 2002 fue elegido mejor libro de deportes de la historia por la revista Sports Illustrated. El talento de Liebling para la crónica se consolidó a través de la experiencia profesional: entre otras muchas cosas, fue corresponsal en la Segunda Guerra Mundial y desembarcó en Omaha en el Día D.
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