Benzema contra los silbadores
No sé si da más presión la hostilidad de tu grada o la condescendencia de tus compañeros
Pocas veces la vida se ha parecido tanto al fútbol como cuando a ese portero alemán le dio por beber mientras el rival atacaba. Pocas veces podremos identificarnos tanto con la pachorra con la que se mete en la portería mientras el balón va por los aires; pocas veces podemos vernos desde fuera como cuando se queda paralizado al ver venir el gol. Sólo eché en falta, para mimetizarme por completo, que dijese al acabar el partido lo de Julio Iglesias: “La vida ha sido generosísima conmigo y la luz me ha dado en los ojos como a los conejos en las carreteras”.
Lo más inquietante de ese gol, sin embargo, no es la desconexión del portero, sino la de su público. En esos instantes de zozobra el estadio calla o, como mucho, murmura. Es un gol que nunca podría haberse dado en el Bernabéu, donde la carrera en solitario de Benzema para marcar a puerta vacía iría acompañada de tantos silbidos que se darían la vuelta el portero y los bomberos. A Benzema, que tiene en el silencio su mejor virtud, su afición le ha colgado latas en los tobillos como a un coche de recién casados. Lo peor no es que le desconcentre a él, que lo hace porque le interrumpen la meditación, sino que lo delate a los contrarios. Recibe y silban, corre y silban, remata y silban. A veces no se sabe si está jugando el Madrid o está llegando el afilador.
Esta costumbre feliz de los madridistas, la de poner banda sonora a un jugador de forma que le anticipen hasta los desmarques, ha prendido tanto fuera que en una retransmisión del partido del PSG se dijo que de Benzema mejor ni hablar. Efectivamente, como se vio en un resumen después sólo con sus intervenciones: ni hablar. Hizo un partidazo, pero juega mejor cuando el árbitro pita el final. Cuando se sabe el resultado y se puede mirar el fútbol, no la guerra. Eso no quiere decir que siempre juegue bien, pero hasta cuando juega mal se ve después que ha jugado mal de forma diferente a la que creíamos.
De ahí el fracaso que supone que sus compañeros, con la mejor voluntad, le cedan los penaltis como a un pobriño. Erosionan su melancolía, la convierten en debilidad. Riñen al público por él, le animan exageradamente. Yo no sé si da más presión la hostilidad de tu grada o la condescendencia de tus compañeros. Pero la temporada de Benzema está hoy donde el balón muerto de la liga alemana: puede ser veterinario o carnicero, dependiendo de la sed que tenga.
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